Abc
Si os duele Gibraltar, que es una cosa nuestra, imaginad cómo dolerá Florentino a los ingleses, que tenían el fútbol por cosa suya.
Owen, con su Balón de Oro. Woodgate, con el “Gárgoris” de Dragó tatuado en la espalda. Beckham, con su Victoria Caroline Adams. Modric, con su makelelez rubichi (el Makelele rubio, que dice Hughes). Y ahora, Bale, un príncipe de Gales con más familia que Maureen O'Hara en “Qué verde era mi valle”, circunstancia que relativiza el precio del carrilero arrebatado, como Modric, al Tottenham, el equipo de sir Alfred J. Ayer, un filósofo que pasaba por una autoridad del positivismo pragmático hasta que apareció la figura de Florentino Pérez, el Luis Miguel Dominguín del mercado galante del fútbol, en competencia con balleneros rusos, plutócratas chinos y moros de las mil y una noches.
¿Cómo nos hubiéramos sentido los españoles, inventores de la tauromaquia, si el “charme” del duque de Westminster nos hubiera dejado sin Joselito y Belmonte, sin El Cordobés y Chenel o aún sin Ponce y Tomás?
Nuestras Universidades, ninguna de las cuales figura en un ranking internacional, no le han quitado a Inglaterra sus filósofos, pero Florentino Pérez, que preside el club más próspero del mundo, no les ha dejado un futbolista.
Bale era la imagen de la Premier.
Y Bale ha salido de Londres forzando hasta el extremo su idea del libre albedrío, como se espera de un galés orgulloso de Morgan, Pelagio para la teología, defensor del libre albedrío por encima del pecado original (contrato laboral).
Ver a Bale saludar en español al Bernabéu después de haber visto a Cameron flirtear con su flota en Gibraltar porque no le dejan ir a Siria a salpicar en una playa nos pone sobre la pista de un imperio en franca decadencia.
León Felipe:
–Abajo quedas tú, Inglaterra, / vieja raposa avarienta, / que tiene parada la Historia de Occidente hace / más de tres siglos, / y encadenado a Don Quijote…