Abc
Hemos hablado del café y del jamón, dos lujos de Sevilla (hasta en el último chiscón son excelentes) que no se pueden pedir en Madrid, y menos en su Plaza Mayor, cuyo animal totémico no es el cerdo ibérico, sino el calamar gigante o pota.
Cuando ofrecía a los Palpatines del COI un café con leche en Madrid, Ana Botella pensaba en 2020, dándose siete años para quitarle el sabor a caspa que el famoso bebistrajo tiene en la capital.
Para eliminar la caspa madrileña, estaba Zímozi (Timothy Chapman), personaje mítico del gobernador cultural del Ayuntamiento, Villalonga, un modernazo que empezó por sacudirse la pintura de Manolo Millares y la música de Paloma O’Shea.
–Este café sabe a cuero cabelludo.
–Háblelo usted con Zímozi.
Esfumados los Juegos Olímpicos (y aquí no ha dimitido ni el apuntador), también Zímozi parece haberse esfumado, con lo que en 2020 seguiremos tomando el mismo café casposo de hoy… y de ayer, porque media generación del 98 (Baroja y Unamuno, principalmente) acabó a tortas con media generación del 14 (Marañón, Ayala, Ortega) por causa del café.
En sus “Cosas de Pombo”, Ramón Gómez de la Serna resume el sueño botellil (“Un sueño”) del húngaro Ferec Molnár:
–Soñé que había inventado el café con leche.
Cuando Marañón se llevó al Rey al legendario viaje de Las Hurdes (Campúa los retrató juntos en la “ducha” del campo: en calzones el doctor y el monarca en cueros), Piniés, ministro de Gobernación, después de cenar pidió un café con leche, y el camarero salió en busca de la leche. Luego, el ministro no pegó ojo, y no por el café, sino por la leche, pues en el paseíto de antes de acostarse saludó a un campesino la mar de orgulloso que le dijo:
–La leche que el señor ministro ha tomado con su café salió de un pecho de mi mujer.
Botella mantiene al mayordomo (“responsable de asistencia ceremonial”) que sólo para el café con leche se agenció Gallardón, mientras Zímozi se pregunta… “¿Quién soy yo?”