Abc
El butrón de un penalti injusto y fuera de tiempo en Elche ha puesto de manifiesto el odio arbitral al Madrid, al que no se podía hacer más daño, pues no había ganado nada de esa manera desde los días de Pepe Plaza.
¿A quién detendrá Gallardón, ahora que anda jugando a tipificar como delito el odio en su nuevo código penal?
Este hombre cree que las pasiones del hombre son como los jardines de Madrid, que se pueden asfaltar, y nos va a dejar sin fútbol y sin democracia, cuyo fundamento es la envidia.
Sin envidia no hay odio, sin odio no hay política y sin política no hay fútbol.
–Yo sé que eso que se llama “política” en España no es más que una detestable mezcla de lugares comunes, crítica negativa, autobombos, retórica desportillada y fragmentos de lecturas de periódicos extranjeros. Y la mostaza del odio para darle más fuerte sabor.
Eso dijo nuestro mejor cronista parlamentario en los felices idus republicanos.
En España nos pasa con los regímenes lo mismo que (según Dumas) con las liebres, que se nos mueren de viejas mientras nosotros nos morimos de hambre.
La Restauración se nos murió de vieja a los 50. Como la Dictadura, a los 6. Como la República, a los 5. O como el franquismo, a los 40, que son, por cierto, los que podría llegar a cumplir la Democracia, que ya renquea de las piernas.
¿Qué hacer?
Prohibamos, ha debido de decirse Gallardón, el odio del rojo al facha y del facha al rojo, y tendremos un país de centro, con centristas amantes del solfeo y del compromiso con los montajes teatrales de Calixto Bieito.
Pero los dos odios más estructurados de España son el anticlericalismo, cebado en la figura de la Macarena (su sacristán hubo de ponerla a salvo de los ilustrados republicanos escondiéndola primero en su cama y luego en la tumba de Gallito), y el antimadridismo, cebado en la figura de Mourinho.
–Un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal –leo en una camiseta del Ché, aquel Valdano serrano.