¿Y qué clase de español habla éste?
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Nadie se burló de Obama, el del lío de Siria y Soria, cuando pidió perdón en Viena “por no hablar el austriaco”, y mejor le hubiera ido a Ana Botella pidiendo perdón al príncipe Alberto “por no hablar el monegasco”.
A los palurdos que se burlan del inglés de Ana Botella (habría que compararlo con el español de Boris Johnson, su homólogo londinense, cuando dice, tan chulángano, que España debe quitar sus manos de Gibraltar): es un mal sin remedio.
En la República, Fernández Flórez señaló al profesorado, que, obligado a inventar un idioma, daba lugar a una jerga extraña.
–Y un día, por culpa de eso, surge en cualquier parte un dialecto incognoscible que establece un “hecho diferencial”. En seguida, la bandera, el himno, el “nosotros solos” y el derecho a gastar alegremente los cuartos de la comunidad.
¿No se comprometió Julio Camba a hacer de Getafe una nación por un millón de pesetas? Pues en ello anda su alcalde, Juan Soler, que no habla mejor inglés que Ana Botella, a quien acompañó tan pichi en el Rocroi olímpico de Buenos Aires.
Barcelona celebra hoy su “hecho diferencial”, basado en la sentimentalidad, como el olimpismo a cuyo corazón debía dirigirse Ana Botella, es decir, una cuestión de dineros, pues al final, ¿qué es el dinero para Cataluña o para el COI, sino el sentimiento de tenerlo o no tenerlo?
–Cataluña es un pueblo esencialmente sentimental –dijo José Antonio en el Congreso–. Un pueblo impregnado de un sedimento poético, hasta en la vida hereditaria de esas familias barcelonesas de las pequeñas tiendas en la plaza Real.
Cuando Mas dice que éste será el siglo de la libertad de Cataluña, piensa en lo a gusto que estaría en una “botiga” de la plaza Real gobernada por el huso horario de Ignasi Buqueras, que quiere acostarnos a todos con las gallinas, y no por la máquina de reñir de Rosa Díez, que quiere que en las tragaperras de Eurovegas, como en los camerinos de Lina Morgan, no se fume.