Hughes
Abc
«Orange is The New Black» (OTNB), de Netflix, ha sido la sorpresa del verano en EEUU. Jenji Kohan cuenta la peripecia de una mujer joven y WASP que ingresa en prisión. Allí encuentra el habitual despliegue de tópicos: la pastilla de jabón, el neoliberalismo de economato o el sadismo sexual de la autoridad, pero, sin obviar los elementos dramáticos la serie, tiene un tono sostenido de comedia. Kohan borda una especie de dinámico contrapunto de emoción y risas. Es el tono perfecto ahora que sospechamos del pathos ( pathos es Olivia de Havilland).
OTNB tiene una galería de personajes femeninos inolvidables. A mí me gusta mucho Big Boo (Lea Delaria), divertida butch, que es palabra de la jerga que suaviza lo que aquí salvajemente se llama marimacho. Suele apropiarse de lo masculino comenzando por el peinado, adoptando pelazos maravillosos. Pelazo es virilidad codificada y las lesbianas se peinan estupendamente (podríamos decir, por ejemplo, que Loquillo en realidad tiene un peinado de lesbiana). La serie hace con la identidad sexual lo que Los Soprano con la mafia italiana. Se usa el verbo lesbianear ( they lesbianing) y los hombres son blandos (Biggs viste como de corticoles) o paródicos. De algún modo, el rol masculino se incorpora con naturalidad en las mujeres. OTNB difícilmente pasaría el Test de Bechdel inverso, es decir, escenas con dos hombres o más hablando entre sí de algo que no sea una mujer. Pero no importa. Logra algo completo, universal.