¡Ay, esa negra (arena de Bilbao) Navidad inglesa...!
José Ramón Márquez
El otro día saltó la noticia de que July, el Importancias de Velilla, andaba zascandileando en torno a conseguir que en la llamada Feria del Toro de Pamplona le echasen a él una de... ¿Victorino? No. De Garcigrande.
En los últimos sanfermines, mientras los demás se las veían con esas ganaderías comerciales como Miura, Cebada Gago, Dolores Aguirre, o con esa ganadería recién ingresada, y bienvenida sea, al epígrafe de ‘las duras’ que se llama Fuente Ymbro, Julián se enfrentó a un terrorífico, horroroso, pavoroso encierro de Torrehandilla-Torreherberos donde, como siempre hace, dio suficientes pruebas de su magisterio. Esa tarde, como prueba de su enciclopedismo, hasta practicó el metisaca, forma de matar que era apreciadísima por los aficionados del segundo cuarto del siglo XIX. Pese a sus ímprobos esfuerzos y la importancia innegable de su labor, los pamploneses sacaron a Padilla a hombros y el buen Julián se volvió a ir a su casa destrozado emocionalmente, sin oreja alguna que echar al esportón, pues es bien sabido que la gasolina con la que prende la ilusión de July son las orejas, que le gustan con delirio.
Ahora podría exigir la de Victorino o la del Conde de la Maza, pero él sólo pide la de Gracigrande, y ya hasta sus más devotos hagiógrafos se lo están echando en cara; que uno no se explica qué puede estar pasando en las interioridades del mundo éste de los llamados ‘figuras’ desde que se dinamitó el llamado ‘G10’ y especialmente con más de uno y más de dos que se han quedado agarrados a la brocha y sin andamio.
Ahora podría exigir la de Victorino o la del Conde de la Maza, pero él sólo pide la de Gracigrande, y ya hasta sus más devotos hagiógrafos se lo están echando en cara; que uno no se explica qué puede estar pasando en las interioridades del mundo éste de los llamados ‘figuras’ desde que se dinamitó el llamado ‘G10’ y especialmente con más de uno y más de dos que se han quedado agarrados a la brocha y sin andamio.
Grave momento, pues, el que vive July, con la patente defección de algunas de las plumas que más le han ensalzado y que más se han significado en denunciar los permanentes robos de orejas de los que era objeto el simpático as de Velilla.
¿Qué podría hacer July en estas circunstancias para recuperar la iniciativa? Imaginemos sus tribulaciones en esta hora amarga en la que la Historia ha pasado sobre él. Por un lado ve que le come José Tomás (¿por qué, Victoriano, Tomás ha escogido toros antes que yo?), que se lleva los cuartos y que tiene devotos en vez de aficionados, y por el otro le atropella Manzanares, que a todos les ha quitado algo: a Morante el rollo del pellizquito y el arte; a Cayetano, la belleza y la guapura que gusta por igual a las señoras que al mundo gay; y a July, el desparpajo de chiquillo algo pillastre, travieso pero confiable.
¿Y entonces qué se podría hacer? Acaso para reestructurar su estrategia, en esta hora amarga de soledad, sólo mitigada por el bálsamo que para él son Curro Vázquez y Roberto Domínguez, lo que July debería intentar denodadamente es conseguir que por mediación de alguien de mucho peso, pongamos que Luis Abril, se le organizase una entrevista con los jefazos del Canal +. Necesitaría que su introductor fuese alguien de gran peso, dado que a efectos del negocio de la televisión July no es nadie. Lo suyo es que, por no ir solo, se hiciese acompañar por alguien que aún esté dispuesto a seguirle, pongamos por ejemplo a José Antonio Morante de la Puebla, que al hombre todo le viene bien y no pondría dificultades. Entonces, una vez acordados día y hora, a la entrevista en la Torre Picasso acudiría nuestro torero con un argumentario de harto difícil defensa. Pongamos que para tratar de salvar los muebles propone que Canal + prescinda de Molés, al doctor Zaius de la tauromaquia, con la cosa de que hay que dar paso a otras propuestas más modernas, que la juventud no consiste en teñirse de color negro ala de cuervo el bigote, que la hora del relevo del viejo periodista ha llegado y que allí está July, como el ángel de la trompeta anunciando su hora de manera descarnada y presentando, por ejemplo, el cosmopolitismo de Rubén Amón como el perfecto recambio, con el valor añadido, ahora que la tauromaquia está en Cultura, de que el periodista es persona culta, leída y viajada, lo cual sintoniza mucho mejor con la modernidad que la gramática parda del antiguo redactor del Pueblo. El órdago sería muy arriesgado, porque hay muchísimas posibilidades de que los jefazos del Plus no aceptasen la propuesta. Pongamos que los jefes del Plus aducen en defensa de Molés que el doctor Zaius trabaja como un león, que eso no se lo puede negar ni el que más asco le tenga, y que él es el responsable último de todo lo que hoy día es la tauromaquia en esa cadena de televisión y que ellos prefieren esa certeza antes del oro molido que se les ofrece, que todo lo tiene que demostrar. Entonces, si July ve que su propuesta no es bien acogida, dado que los del Plus no tienen en mente prescindir del viejo periodista de las Alquerías del Niño Perdido, en un último esfuerzo por tratar de estorbar a Zaius podría pedir, por ejemplo, que, al menos, no se hiciesen ya más entrevistas en el callejón ni en la capilla, que molestan una barbaridad y que desconcentran a los toreros. A lo mejor ahí sí que se le podría atender, aunque lo más lógico sería que en eso tampoco se le atendiera y que la reunión terminase y los toreros volvieran a la calle como entraron.
Esa fallida entrevista no sería del todo inútil, pues serviría para que July, lejos de otros cantos de sirena que le regalan los oídos, tuviese de primera mano la palpable constatación de su auténtica situación en el mundo y de su peso real en el negocio, con lo cual le abriría los ojos para empezar a considerar con valentía la posibilidad de su retirada -temporal o definitiva- de los ruedos. Entonces podría mirar hacia atrás de forma desapasionada para comprobar en esta hora amarga que, acaso desde siempre, lo único confiable que ha tenido el fenómeno de Velilla ha sido la impermeable fidelidad desinteresada de José María Álvarez del Manzano.