José-Miguel Ullán con María Zambrano
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Treinta años de gonzalismo, o ismo de González (Felipe), la sonrisa gonzalera de España, que viene de Primo, pasa por don Niceto y Solís y fragua en el Gonzalón de la “bodeguiya” donde una noche, con todo lo que manda, coge por el hombro al poeta Ullán, que firma “Yukel” sus columnas (homenaje a “El libro de Yukel” de Edmond Jabès), y le hace la suprema confidencia de gonzalidad:
–Daría todo lo que tengo por ser Yukel.
González, pues, era el hombre que quería ser Yukel, pero sólo fue el sonrisón de un régimen picarón, otro tribuno de las “multitúes”, mártir de las “libertaes”, como don Niceto Alcalá-Zamora, la sonrisa gonzalera de la República, que era de Priego.
Primo, que era de Jerez y general, fue la sonrisa gonzalera de la dictablanda, y Pepe Solís, que era de Cabra y sindicalista vertical, fue la sonrisa de la dictadura, de la que famosamente salió con sesenta mil míseras pesetas en su cuenta corriente.
González representaba a la modernidad prometida a España. Si Mariano, cuando habla, parece que vende calabazas de Santiago, González hablaba que parecía que vendía caballos de Domecq, y ya en la misma noche de la victoria electoral prometió desde una ventana del Palace la recuperación de Gibraltar.
–Nos hizo urbanos, ricos, modernos y seculares.
Eso escriben de la gonzalidad los periodistas globales en español, todavía imbuidos de la idea de que España son ellos.
A mí me quedó otra cosa: el campañón mediático de la Otan, al que tanto recuerda el campañón mediático del barcelonismo culé; el bote de fabada para Marey en Colindres; y ese “por conziguiente” retórico, latiguillo gonzalero adquirido por González en las malas traducciones de Javier Pradera.
La gonzalidad es guzmanalfarachismo de venta en el chino.