miércoles, 11 de julio de 2012

Pedir

Quevedo

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Pedir como alemanes cantando. La imagen, tremenda, es de Quevedo, y viene al pelo.

    Como alemanes cantando vienen los mineros a Madrid, y si Almodóvar fuera John Ford ya estaría rodando la segunda parte de “Qué verde era mi valle”, con rol (¿se dice así?) para Ana Belén y música para Víctor Manuel, que como buen cantante de Régimen, no importa el color, cree que el dinero es papel de barba que expenden los Ayuntamientos y pide para los mineros pensiones a pagar por los currantes.

    ¿Que qué gana Victor Manuel con eso? Con un poco de suerte, suceder en su cargo al abuelo Hessel y jugar un rato al 34, que es un mojón de término en la mitología de la izquierda.

    –Volvemos al 34 –pintaron el otro día en la puerta del PP de Cangas de Narcea.

    Los mineros piden en Madrid una jubilación guapa, Rajoy pide en Bruselas otro año para pagar, el Juli pide en Tuiter que no suelten toros en Las Ventas y Alonso terminará pidiendo para los circuitos las pegatinas del 110 con que el ministro Sebastián (¡Sebastián!) empapeló las carreteras de España, ese país que esta semana abre los noticiarios del mundo corriendo delante de un toro.

    –Nos olvidamos de que los que se ponen delante del toro son personas –argumentaba Julián López para redondear su dibujo.

    ¿Y los chóferes de la Fórmula Uno qué son? ¿Arganboys de Lobato?

    En arganboys de la Ceja han convertido a los mineros.

    “Yo no soy de la ‘ceja’, y al que lo diga lo mato”, gritó galanamente un día Pilar Bardem, la madrastra del pueblo. En cambio, cuando la princesa del pueblo, Belén Esteban, dijo “Yo por mi hija mato”, el filósofo Pepe Ramoneda la señaló en un artículo de fondo como hidra del fascismo.

    Que al fascismo, sin pedirlo, hemos llegado.