Victoriano de la Serna
(En la exposición de Las Ventas)
Gregorio Corrochano
Abc, 31 de mayo de 1933
Y cayó con la nuca partida el último toro de D. Argimiro, y el clamor de los tendidos se descolgó al ruedo, y cogieron al torero, y se lo llevaron de un lado para otro, como si no encontraran la salida o no quisieran encontrarla. Y uno le ponía su sombrero de segador, y otro su gorra, y ése le tocó con la punta de los dedos la reliquia de oro de un bordado. Y cuando el torero halló el descanso de su coche, la muchedumbre se agolpó para que no caminara, y, apoderándose nuevamente del torero, le sacó del coche y se lo llevaron, como si fuera de ellos. Y lo era. ¿No le habían ellos alzado como a un ídolo? Pues de ellos era. Y por la calle, anchurosa, llena de tierra y de gritos, siguió la procesión de La Serna, calle abajo, como un afluente del Tajo, que se veía allá en el fondo.
Como trofeo le habían dado las orejas y los rabos de los toros. Esa mutilación, que tanto tiene de rito, de sacrificio pagano, para contentar a los dioses por la ofrenda que un hombre o un mozuelo hizo de su vida.
Buena tarde de toros dio La Serna en Aranjuez. Dominguín, el perspicaz, le exhibió a Madrid desde su plaza fronteriza. Y fue un acierto. Hemos encontrado a La Serna más hecho, más enterado, más certero, de su profesión. Sobre todo con la muleta, que es lo fundamental. Antes era el torero del capote. Ayer fue de la muleta. Y esto lo vimos en su primer toro, que era un toro que tenía que torear y toreó. Había que sujetarle, y le sujetó con pases por bajo, y luego, pisándole terreno, metiéndose mucho con el toro, le sacó muy buenos pases. Lo que más me gustó fue lo que puso el torero para obligar al toro. Una estocada y concesión de dos orejas y el rabo. Y en el último, la faena que se repite, de otra manera, porque el toro era de otra manera, plena de gracia, de vistosidad, en unos pases muy parados, girando con el toro muy toreado, pasando muy cerca los pitones, en ademán tranquilo del torero. Y a modo de superación, después, las rodillas a la arena, la espalda al toro, como si no estuviera allí, y de esta guisa saludos y sonrisas al público, que aplaudía. Y una estocada, y el descabello que parte la nuca al toro, y las andas, humanas y sudorosas, que suben al torero, que reparte como recuerdo las orejas del toro, y la procesión que se organiza.
Otro torero había cortado también orejas de toro. Armillita, que cortó las de sus dos toros. Al primero, después de quites lucidos, le banderilleó muy bien con dos pares al quiebro y uno al encuentro. Con la muleta, muy valiente. Toreó al natural y el toro le achuchó. Aunque no fue perfecto, se aplaudió y aplaudimos la intención clásica. Quizá pecara la faena de prolongada. Una estocada y la oreja.
En el cuarto -buen lote de toros tuvo Armillita- hizo todo, a mi juicio, mejorado. Los pares de banderillas, de más emoción, de más riesgo, muy tapada la salida en los dos primeros. La faena, más acabada, más ceñida, más justa. La estocada y las dos orejas y el rabo.
Ortega, con su facilidad y con su poderío, por una de esas cosas extrañas que ocurren en los toros, tuvo una tarde apagada al lado de la brillante de sus compañeros. En su primero puso decisión, puso empeño en torear al natural, y nada le salía perfecto, no se acoplaba al toro; intentó dos o tres veces la faena, y la faena no se lograba. Una cosa de no poner de acuerdo los propósitos con las realizaciones. Mató de una estocada. El otro toro se le fue varias veces de la muleta. No logró sujetarle, él, tan hábil en estos menesteres. Y me parece que, un poco decepcionado, se resignó y no luchó. A veces hay estados de ánimo dominantes, a los que el hombre no puede substraerse, y ayer Ortega debía estar bajo la influencia del hado adverso. Este toro, que huía -instrumento del hado adverso-, llegó a fatigarle, a aburrirle. Muchas veces vemos toreros que aburren a los toros. Ayer este toro aburrió al torero, que ya salía predispuesto al aburrimiento.
Con decir que se cortaron siete orejas y tres rabos, ya hemos dicho cuán divertida fue la corrida. Y como esto no puede ser sin contar con la bondad de los toros, completemos la información añadiendo la excelencia de los toros de D. Argimiro Tabernero, que salpican de motas negras los prados de Santa Teresa. Buena corrida mandó D. Argimiro para gusto y regusto del público de Aranjuez, y de los muchos forasteros que fuimos, atraídos por el cartel de solemnidad con que nos llamó Dominguín. Buena corrida, D. Argimiro; ¡cómo apretaron algunos toros en los caballos y qué pastueños y sencillos fueron para el torero! En el caballo, el que más me gustó fue el segundo; y la nota más saliente es que los toros se crecieron, fueron hacia arriba -menos el quinto-, detalle de casta brava.
Siete orejas y tres rabos, y la desembocadura de entusiasmo con La Serna, calle abajo, hacia el Tajo, como un afluente del río.
Abc, 31 de mayo de 1933
Y cayó con la nuca partida el último toro de D. Argimiro, y el clamor de los tendidos se descolgó al ruedo, y cogieron al torero, y se lo llevaron de un lado para otro, como si no encontraran la salida o no quisieran encontrarla. Y uno le ponía su sombrero de segador, y otro su gorra, y ése le tocó con la punta de los dedos la reliquia de oro de un bordado. Y cuando el torero halló el descanso de su coche, la muchedumbre se agolpó para que no caminara, y, apoderándose nuevamente del torero, le sacó del coche y se lo llevaron, como si fuera de ellos. Y lo era. ¿No le habían ellos alzado como a un ídolo? Pues de ellos era. Y por la calle, anchurosa, llena de tierra y de gritos, siguió la procesión de La Serna, calle abajo, como un afluente del Tajo, que se veía allá en el fondo.
Como trofeo le habían dado las orejas y los rabos de los toros. Esa mutilación, que tanto tiene de rito, de sacrificio pagano, para contentar a los dioses por la ofrenda que un hombre o un mozuelo hizo de su vida.
Buena tarde de toros dio La Serna en Aranjuez. Dominguín, el perspicaz, le exhibió a Madrid desde su plaza fronteriza. Y fue un acierto. Hemos encontrado a La Serna más hecho, más enterado, más certero, de su profesión. Sobre todo con la muleta, que es lo fundamental. Antes era el torero del capote. Ayer fue de la muleta. Y esto lo vimos en su primer toro, que era un toro que tenía que torear y toreó. Había que sujetarle, y le sujetó con pases por bajo, y luego, pisándole terreno, metiéndose mucho con el toro, le sacó muy buenos pases. Lo que más me gustó fue lo que puso el torero para obligar al toro. Una estocada y concesión de dos orejas y el rabo. Y en el último, la faena que se repite, de otra manera, porque el toro era de otra manera, plena de gracia, de vistosidad, en unos pases muy parados, girando con el toro muy toreado, pasando muy cerca los pitones, en ademán tranquilo del torero. Y a modo de superación, después, las rodillas a la arena, la espalda al toro, como si no estuviera allí, y de esta guisa saludos y sonrisas al público, que aplaudía. Y una estocada, y el descabello que parte la nuca al toro, y las andas, humanas y sudorosas, que suben al torero, que reparte como recuerdo las orejas del toro, y la procesión que se organiza.
Otro torero había cortado también orejas de toro. Armillita, que cortó las de sus dos toros. Al primero, después de quites lucidos, le banderilleó muy bien con dos pares al quiebro y uno al encuentro. Con la muleta, muy valiente. Toreó al natural y el toro le achuchó. Aunque no fue perfecto, se aplaudió y aplaudimos la intención clásica. Quizá pecara la faena de prolongada. Una estocada y la oreja.
En el cuarto -buen lote de toros tuvo Armillita- hizo todo, a mi juicio, mejorado. Los pares de banderillas, de más emoción, de más riesgo, muy tapada la salida en los dos primeros. La faena, más acabada, más ceñida, más justa. La estocada y las dos orejas y el rabo.
Ortega, con su facilidad y con su poderío, por una de esas cosas extrañas que ocurren en los toros, tuvo una tarde apagada al lado de la brillante de sus compañeros. En su primero puso decisión, puso empeño en torear al natural, y nada le salía perfecto, no se acoplaba al toro; intentó dos o tres veces la faena, y la faena no se lograba. Una cosa de no poner de acuerdo los propósitos con las realizaciones. Mató de una estocada. El otro toro se le fue varias veces de la muleta. No logró sujetarle, él, tan hábil en estos menesteres. Y me parece que, un poco decepcionado, se resignó y no luchó. A veces hay estados de ánimo dominantes, a los que el hombre no puede substraerse, y ayer Ortega debía estar bajo la influencia del hado adverso. Este toro, que huía -instrumento del hado adverso-, llegó a fatigarle, a aburrirle. Muchas veces vemos toreros que aburren a los toros. Ayer este toro aburrió al torero, que ya salía predispuesto al aburrimiento.
Con decir que se cortaron siete orejas y tres rabos, ya hemos dicho cuán divertida fue la corrida. Y como esto no puede ser sin contar con la bondad de los toros, completemos la información añadiendo la excelencia de los toros de D. Argimiro Tabernero, que salpican de motas negras los prados de Santa Teresa. Buena corrida mandó D. Argimiro para gusto y regusto del público de Aranjuez, y de los muchos forasteros que fuimos, atraídos por el cartel de solemnidad con que nos llamó Dominguín. Buena corrida, D. Argimiro; ¡cómo apretaron algunos toros en los caballos y qué pastueños y sencillos fueron para el torero! En el caballo, el que más me gustó fue el segundo; y la nota más saliente es que los toros se crecieron, fueron hacia arriba -menos el quinto-, detalle de casta brava.
Siete orejas y tres rabos, y la desembocadura de entusiasmo con La Serna, calle abajo, hacia el Tajo, como un afluente del río.
LAS TAURINAS DE ABC
EDICIONES LUCA DE TENA, 2003