miércoles, 2 de mayo de 2012

Pepe



 Pepe es percusión, deslizamiento patoso del trombón, metal tronado de la trompeta y cuando gana el centro del campo suena un clamor de pájaros huyendo de las copas

Hughes

En este Real Madrid campeón creo que el mourinhismo ha sido siempre Pepe, su zancada creciente de tropel. Se le ha puesto de loco para arriba, sin ver quizás que en cada corte suyo había una intensa tarea de lectura, lo que los locutores llaman estar providencial, que por cada diagonal visible de Cristiano había una paralela de Pepe, todo alambre, brazo, descoyuntamiento, desarmonía, fibra delgada y desgarbada frente a la fibra maciza de Cristiano, fibra introvertida y silente para que brillara más la fronda estelar de Cristiano, pero fibra que también habría que cantar, pues Pepe es junco, junco pensante y en su taparlo todo, saltarlo todo, pugnarlo todo hay un prodigio mental que debe dejar una grieta, brecha de concentración por la que se le vaya yendo la chaveta.

¿Hemos comprendido la psicología de Pepe? Era imposible mantener sin un chispazo esa exuberancia de tití, de saltamontes, ritmo Jungle de Duke Ellington en que suenan las sordinas selváticas, verdes y chillonas de papagayos artificiales. Su fútbol es un grito verde y cobrizo, no sabemos de dónde, brasileño raro, demasiado crispado. ¿De dónde es Pepe y su fútbol a saltos? ¿De dónde su nerviosismo?

Pepe es un Desailly fino (Ruiz Quintano) y otro fútbol total frente al totalitarismo holandés colectivista, un totalitarismo individual lleno de brazos y codos y manos. Yo he suspirado por un Pepe medular, deponiendo la batuta cansada de Alonso, intentando el asalto pirata del centro del campo, su abordaje infantil. La ruptura de los ritmos pautados con su zancada sincopada y su pugnaz desvarío.

Pepe tiene una estupefacción triste en la cara, jeta de plástico, ceño infantil y un respingo asustado, pero junto al muslo de Cristiano le ha dado a Mou las razones del cuerpo, venciendo a la música ideal de Pep y sus muchachos, que han muerto de un cerebralismo cansado, de concepto yerto, frotando la sien del centrocampista para que surgiera la idea, cuando en deporte la idea es, también, espacio que se logra, choque ganado, sensualidad.

Pepe salta sobre todas las retóricas. Es un desorden personal introducido en el juego que lo llena de posibilidades y Mourinho, posibilista, lo ha limitado a la defensa, privándonos del frenesí de su desatado sadismo futbolero.

El Madrid ha sido una exhalación entre el prodigio primero de Pepe y el último de Cristiano, entre la carrera de Cristiano, que corre como Cruise en Misión Imposible (@MBellisario), y la zancada irreal de Pepe, acortadora de distancias, zancada que crece con su avance, que es desnivel entrevisto del partido.

Pepe es percusión, deslizamiento patoso del trombón, metal tronado de la trompeta y cuando gana el centro del campo suena un clamor de pájaros huyendo de las copas.

Juega y sonríe como Jim Carrey en The Mask, superhéroe fosforescente que al apagar la risa dejara una tristeza de no saber quién es Pepe después o si hay un Pepe fuera de la agitada posesión del cuerpo y de su ritmo, pues a Pepe parece que siempre se lo está llevando un mambo.


Yo he suspirado por un Pepe medular, deponiendo la batuta cansada de Alonso, intentando el asalto pirata del centro del campo, su abordaje infantil. La ruptura de los ritmos pautados con su zancada sincopada y su pugnaz desvarío