Es la primera liga de Mou y la primera liga en el muslo de Cristiano. Mañana ese muslo escalará la Cibeles, que igual hasta reacciona. La Diosa está quieta, pero no es tonta
Hughes
-El Madrid es justo campeón, pero se han escondido cosas detrás de nuestro silencio
Estas declaraciones, en frío, en el momento reglamentario de la felicitación dejan muy difícil la tarea de defender a Guardiola en el madridismo, de matizar una rivalidad. Se siente uno como iniciando otra imposible Operación Roca.
Guardiola, al hablar así, no parece un deportista derrotado (nada más noble), sino un tiranuelo que no hubiera conocido otra cosa que el poder (el fútbol, para él, sólo ha sido poder) y se viera obligado a marcharse, entre personalismos, rencores y casi, casi maldiciones.
En cuanto al juego, un alirón es otra cosa y no apetece comentar mucho el partido. El Madrid, de dulce, firme, en un campo que se le viene dando bien, donde deja siempre una estampa de solidez y modernidad táctica -no sé la razón, más propiamente allí que en Chamartín-, dejó pronto claro que el título se cantaba en día laborable.
El ataque del Madrid era el proyectil de juegos artificiales, un cohete subiendo y desparramándose en cuatro direcciones.
Cristiano falló un penalti, traumatizado por Neuer, porque aunque se conociera la habitual orientación de sus penaltis, él ha conseguido dibujar a todos su trayectoria y empequeñecerle la portería.
Cristiano salía repeinado y sabíamos que acabaría en bronca, porque Cristiano cuando sale así es para desmelenarse y que le salgan los remolinos de diablo.
A su lado, Callejón, mimetizado en su peinado y en sus diagonales obedientes.
El Pipa, que es cantante de alirones, marcó con un golazo personal, directo, con su puñetazo arriba, él, que fue el protagonista de esos alirones solitarios de hace años.
A Özil un locutor le llamaba “estrasen futboler”. Otro locutor mezclaba la lírica de Tontxu con el fútbol, asegurando que el entrenador “mezclaba sus fichas con las del otro equipo”. Mientras, el sonido ambiental era una ráfaga popular de señorío:
-¡Así te mueras, hijoputa!
Cristiano pudo marcar más goles para su pichichi, pero falló y el público la tomó con él. Respondió con gestos y en el pitido final Javi Martínez decidió que no era el momento de felicitar, sino de recriminar. El estadio, antes, había insultado a Ronaldo por chutar fuerte y hacer daño a un jugador de la barrera, en algo que puede resumir mejor que nada lo que han sido estos meses. Para evitar la pitada, Cristiano debió haber corrido como una chica de la cruz roja a interesarse por la pupa del rival, pero sólo observó, sin afectación ni exageración.
Al final, en el campo, unos cuantos madridistas en San Mamés -rara flor, la blanca, en ese prado- celebraron con los jugadores una liga, que siempre es algo contra todos y por tanro algo un poco paranoico. Mourinho evitó hablar para la televisión, porque no abrazamos al enemigo el día en que celebramos nada. Los jugadores le mantearon y él hizo lo que nunca vimos hacer a nadie: revolverse con un puñetazo al aire. En lo más alto del zarandeo, Mourinho daba medio volatín puño en alto, como impulsándose más, como queriendo subir aún más alto, reivindicándose más. Capello, que fue lo más mourinhista que habíamos tenido antes de Mou, declinaba el manteo y se sonrojaba, pero Mou no, Mou respondía al manteo con un puñetazo al aire, con un revolverse rebelde contra todo.
-Más alto.
Otro gesto más para el enamoramiento mourinhista de la singularidad.
Esta liga me recuerda a la número 26, la del 1994, aquella en que el primer Raúl, Laudrup, Redondo y compañía, entrenados por Valdano, consiguieron acabar con la culecracia cruyffista y los traumas de Tenerife. Duró poco. Meses después no seguían ni Valdano ni Mendoza. En veinticuatro años hubo dos ligas con Capello, dos con Del Bosque -años felices de florentinismo y galaxia- y una de Schuster. Pocas para un cuarto de siglo. Aventuras de aliento corto, gestas de pocos meses, estertores de un club que agonizaba. Rompe este alirón un ciclo insoportable y la estructura de la entidad y la capacitación de su entrenador hacen pensar en la continuidad, que más que la del balón importa ésa en nuestro club: la continuidad del esfuerzo, el orden y la dignidad.
Uno aún sigue extrayendo lecciones de los triunfos madridistas. Con unos años menos, o en otro día, ahora estaría en la pequeña Cibeles -todas son pequeñas, todas se le parecen-, gritando en la euforia del triunfo. Ultra, afónico, casi pendenciero, reivindicando un ideal absurdo y compartido.
Es la primera liga de Mou y la primera liga en el muslo de Cristiano. Mañana ese muslo escalará la Cibeles, que igual hasta reacciona. La Diosa está quieta, pero no es tonta.
Hala Madrid siempre.
Estas declaraciones, en frío, en el momento reglamentario de la felicitación dejan muy difícil la tarea de defender a Guardiola en el madridismo, de matizar una rivalidad. Se siente uno como iniciando otra imposible Operación Roca.
Guardiola, al hablar así, no parece un deportista derrotado (nada más noble), sino un tiranuelo que no hubiera conocido otra cosa que el poder (el fútbol, para él, sólo ha sido poder) y se viera obligado a marcharse, entre personalismos, rencores y casi, casi maldiciones.
En cuanto al juego, un alirón es otra cosa y no apetece comentar mucho el partido. El Madrid, de dulce, firme, en un campo que se le viene dando bien, donde deja siempre una estampa de solidez y modernidad táctica -no sé la razón, más propiamente allí que en Chamartín-, dejó pronto claro que el título se cantaba en día laborable.
El ataque del Madrid era el proyectil de juegos artificiales, un cohete subiendo y desparramándose en cuatro direcciones.
Cristiano falló un penalti, traumatizado por Neuer, porque aunque se conociera la habitual orientación de sus penaltis, él ha conseguido dibujar a todos su trayectoria y empequeñecerle la portería.
Cristiano salía repeinado y sabíamos que acabaría en bronca, porque Cristiano cuando sale así es para desmelenarse y que le salgan los remolinos de diablo.
A su lado, Callejón, mimetizado en su peinado y en sus diagonales obedientes.
El Pipa, que es cantante de alirones, marcó con un golazo personal, directo, con su puñetazo arriba, él, que fue el protagonista de esos alirones solitarios de hace años.
A Özil un locutor le llamaba “estrasen futboler”. Otro locutor mezclaba la lírica de Tontxu con el fútbol, asegurando que el entrenador “mezclaba sus fichas con las del otro equipo”. Mientras, el sonido ambiental era una ráfaga popular de señorío:
-¡Así te mueras, hijoputa!
Cristiano pudo marcar más goles para su pichichi, pero falló y el público la tomó con él. Respondió con gestos y en el pitido final Javi Martínez decidió que no era el momento de felicitar, sino de recriminar. El estadio, antes, había insultado a Ronaldo por chutar fuerte y hacer daño a un jugador de la barrera, en algo que puede resumir mejor que nada lo que han sido estos meses. Para evitar la pitada, Cristiano debió haber corrido como una chica de la cruz roja a interesarse por la pupa del rival, pero sólo observó, sin afectación ni exageración.
Al final, en el campo, unos cuantos madridistas en San Mamés -rara flor, la blanca, en ese prado- celebraron con los jugadores una liga, que siempre es algo contra todos y por tanro algo un poco paranoico. Mourinho evitó hablar para la televisión, porque no abrazamos al enemigo el día en que celebramos nada. Los jugadores le mantearon y él hizo lo que nunca vimos hacer a nadie: revolverse con un puñetazo al aire. En lo más alto del zarandeo, Mourinho daba medio volatín puño en alto, como impulsándose más, como queriendo subir aún más alto, reivindicándose más. Capello, que fue lo más mourinhista que habíamos tenido antes de Mou, declinaba el manteo y se sonrojaba, pero Mou no, Mou respondía al manteo con un puñetazo al aire, con un revolverse rebelde contra todo.
-Más alto.
Otro gesto más para el enamoramiento mourinhista de la singularidad.
Esta liga me recuerda a la número 26, la del 1994, aquella en que el primer Raúl, Laudrup, Redondo y compañía, entrenados por Valdano, consiguieron acabar con la culecracia cruyffista y los traumas de Tenerife. Duró poco. Meses después no seguían ni Valdano ni Mendoza. En veinticuatro años hubo dos ligas con Capello, dos con Del Bosque -años felices de florentinismo y galaxia- y una de Schuster. Pocas para un cuarto de siglo. Aventuras de aliento corto, gestas de pocos meses, estertores de un club que agonizaba. Rompe este alirón un ciclo insoportable y la estructura de la entidad y la capacitación de su entrenador hacen pensar en la continuidad, que más que la del balón importa ésa en nuestro club: la continuidad del esfuerzo, el orden y la dignidad.
Uno aún sigue extrayendo lecciones de los triunfos madridistas. Con unos años menos, o en otro día, ahora estaría en la pequeña Cibeles -todas son pequeñas, todas se le parecen-, gritando en la euforia del triunfo. Ultra, afónico, casi pendenciero, reivindicando un ideal absurdo y compartido.
Es la primera liga de Mou y la primera liga en el muslo de Cristiano. Mañana ese muslo escalará la Cibeles, que igual hasta reacciona. La Diosa está quieta, pero no es tonta.
Hala Madrid siempre.
Guardiola, al hablar así, no parece un deportista derrotado (nada más
noble), sino un tiranuelo que no hubiera conocido otra cosa que el poder
(el fútbol, para él, sólo ha sido poder) y se viera obligado a
marcharse, entre personalismos, rencores y casi, casi maldiciones