jueves, 15 de diciembre de 2011

Sobre la calle de Antonio Chenel en Madrid

Antonio...

...Chenel...

...Antoñete,

Torero de Madrid

José Ramón Márquez

Pobre Antoñete. Más afrentas. No sólo las ausencias a su entierro, tan fidelísimamente señaladas en El País, y recordemos de nuevo a los ausentes a los que el diario global en español colocaba en su index: Julián López El Juli, José María Manzanares, Manuel Jesús El Cid, José Tomás y Morante de la Puebla, sino también ahora la Izquierda Unida frente a él, ahora que no se puede defender.

Se debate en el pleno del Ayuntamiento de Madrid, en la Comisión de las Artes, la iniciativa del Área de Gobierno de las Artes para asignar a una vía o espacio público o a un centro cultural el nombre de Antonio Chenel Antoñete. La señora Milagros Hernández, edil comunista en nombre de ese melting-pot llamado Izquierda Unida-Los Verdes, expone sus recias razones:

“Sí, quería decir que Antoñete, efectivamente, se le reconoce como una gran figura en el mundo de los taurinos, pero, respetando a los aficionados y separando en esta opinión el respeto a la persona y a la vida de don Antonio Chenel, entendemos que en esta propuesta hay también un componente de aprobación a la denominada fiesta nacional, me permiten dar mi opinión, que parte del respeto a todos los animales y a los derechos que merecen. La actividad de las corridas de toros está basada en la tortura, el dolor y el ensañamiento con este animal, así como en el desprecio a los derechos de los animales, además transmiten valores negativos basados en el uso injustificado de la violencia. Por eso mi voto va a ser de abstención.”

He ahí las razones de Milagros; que Milagros á ses raisons. Y sale mansamente a defender los ‘derechos’ de los animales, derechos políticos entendemos, y a luchar denodadamente contra el uso injustificado de la violencia, que se sustancia en torturas y ensañamientos para producir dolor.

Milagros, la pobre, sabe de violencia. Sabe, para su desgracia, lo que es la violencia privada, pues ha conocido el horrendo acto de ser apuñalada por su propio hijo, acción vil y reprobable. Y sabe también de violencia institucional, la que su ideología ha traído al mundo, desde aquel Andreu Nin al que torturaron sus propios correligionarios y al que arrancaron la piel a tiras, hasta las decenas de miles a los que Pol Pot aligeró de la pesada carga de la vida, o los cerca de 700.000 miembros del PCUS que fueron a criar malvas por ‘antisoviéticos’, o los milloncejos de víctimas de la ‘revolución cultural’ en China, por decir unos cuantos a vuelapluma, que el nombre del infame de Paracuellos no nos da la gana escribirlo aquí.

Llama la atención que doña Milagros, sabio apóstol de la no violencia, Gandhi del Manzanares, se preocupe tanto de la actividad que le dio la fama a Antoñete, vecino de Madrid, habitante de buhardilla de la calle de Goya, torero de postín, hombre de claroscuros y, sin embargo, no haya presentado nunca una inequívoca declaración abjurando de su fe comunista, esa ideología criminal, torturadora y ensañada, si atendemos a la devastación que ha provocado en sus millones de víctimas a lo largo del siglo XX. Y ahí, cuando decimos ‘víctimas’, estamos hablando de personas, con sus nombres y todo, no de bichos cuadrúpedos criados para el toreo, actividad legal y que durante centurias ha proporcionado el ingreso a los Reales Hospitales de la Corte en la que la señora Milagros es concejal, para procurar la atención a los más pobres y desfavorecidos.

No deja de llamar la atención el desvelo contemporáneo para con los bichos. Posiblemente si hoy en día Marx y Engels redactaran el ‘Manifiesto Comunista’ lo harían en comic y con un conejito como protagonista; si no lo hiciesen así, es que los pobres no vendían ni un clavel… portugués.
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*Pero no hay virtud alguna en el aborrecimiento del toreo. Sentir náuseas del espectáculo supone un desequilibrio en otra dirección. Si no nos gusta ver a la autoridad establecida desafiada por el individuo, si somos dados a sentir que nuestros padres, nuestros patronos, nuestros líderes son sacrosantos y libres de crítica, entonces condenaremos violentamente la corrida de toros.
EL CUERNO Y LA ESPADA / JACK RANDOLPH CONRAD

Adiós a Chenel, con su hijo al fondo