miércoles, 7 de diciembre de 2011

Los falsos patronos

Cecil B. de Mille

Hughes


Fuera de casa, bajo la mirada impuesta de un retrato de Pérez Reverte, que indeseadamente tutela mis pensamientos y me encabrona un poco la prosa, pienso en los orondos empresarios de cine mudo de la CEOE, ante el desplome de mi productividad personal en este puente. Enfermo de sensualidad, tedioso, comido y bebido como un federativo de Supergarcía, mi mente vaga por los espacios minimales de la nada, en la chaise longue del rien de rien.

Ellos, los empresarios, quizás tengan razón, pero se resiste mi condición obrera, mi descendencia obrera y anarquista. Me miro y a mi sombra en la pared le asoma una silueta azada en ristre que no admite fácilmente las pretensiones de la patronal. ¿Pero es sólo conciencia de clase, ese prejuicio mío, es sólo el campo que me sale?

El representante de las pymes a veces sale en la tele y es un señor normal, en trance de quedarse calvo, con una especie de alopecia nerviosa y crónica propia del que echa cuentas y no le salen. Entre la patronal y el sindicato, la constitución se olvidó del autónomo, integrante de la 18ª autonomía, región de la incertidumbre sin estatuto propio, pero con un folclore naciente de súplicas y rogativas en las delegaciones de Hacienda. Veo a ese hombre abrumado decir cosas sensatas y me siento en parte representado como centésima de ese ejército popular de la clase media empobrecida, remeros patéticos en las galeras del consumo. Es un lenguaje el suyo sin molinos de viento, sin enemigos, sin antagonistas de los que reclamar nada.

Y luego está la patronal, que se ha descolgado con una queja contra los puentes y no ha solicitado cercenar una cabeza del puente de gárgolas de este diciembre, porque se forzaría el cisma de decidir si la constitucional o la Purísima, sino algo más radical: eliminarlos todos, volar su arquitectura improvisada que nos permite pasar el año.

Picaresca de almanaque, con su cosa de bisiestez, salen los puentes como setas del calendario, pero en desacato al santoral quieren sustituir los festivos por unos lunes rojos en el calendario. Primero le quitaron el sentido a las fiestas, ahora se trata de desubicarlas, y pasarlas a la tristeza de los lunes desangelados.

Las grandes libertades del trabajador eran la de ser rodríguez y la del periplo romántico del puente. La libertad de señor de vacar un día laborable, de ver sufrir al vecino. Tomar el café con ojos atónitos un miércoles optativo. El ocio se disfrutaba el doble si alguien se quedaba trabajando. El puente era la medida justa del ocio, la escapada romántica, el viaje, la fuga con la amante o la fantasía parisina con la parienta. Los días justos para hartarse de un cuerpo. Sin la apretura del fin de semana ni la eternidad divorciadora de estío. Ensayar, en los bienestares del siglo veinte, el ocio señorial.

Los empresarios quieren, como surrealistas tardíos, cambiarnos las costumbres y difuminar los santos patronos por el único patronazgo calvo de la CEOE, que nos olvidemos de los santos por el culto lunático a Santa Productividad, sin querer reparar en que la productividad, como el amor, es cosa de dos y en que ya trabaja bastante el español. ¿Entraremos en las costumbres del empresariado español, con su elocuencia de Segurados sabelotodo? ¿Impugnaremos las gilipolleces solemnizadas del que se cree que es Jobs pero sólo vende alubias en lata y nos cobra las bolsas de plástico?

Ha salido en la prensa que la Ceoe, a los efectos de sus cálculos avaros, considera los puentes como días de huelga y eso demuestra una perspectiva paternalista, cerril y, en el fondo, tan dada al conflicto como la de los sindicatos. Debajo de estas cosas de la Ceoe subyace una perspectiva conflictiva de las relaciones sociales. La dialectica social, el calado marxista de nuestra vida juntos. El marxismo es como la razón conyugal de lo social.

Las costumbres son la espuma de los tiempos, también con el ejemplo y la sabiduría secular de los santos patronos y de las fechas señaladas, que no están ahí por casualidad. La barbarie de los plusvalores nos las quieren quitar, eliminando fiestas religiosas y civiles, dándonos un descanso informe, indiferenciado, e inútil, en medio del cual ni nos podremos ir a la playa ni podremos pararnos a rezar a nadie. Eso no son fiestas, eso es sólo descanso.

Y la fiesta no es sólo descanso, es ofrenda. Le van a quitar a las fiestas su razón antropológica y su potencialidad fugadora y romántica, alejadora: esos maravillosos crepúsculos en que las ciudades se vacían como escenarios de Cecil B. de Mille, éxodos de luces verdes en el cielo lívido del anochecer. Esa belleza de la oficina al ralentí, con su telefonazo solitario. Todo eso a hacer puñetas, porque este empresario español de la caricatura, eterno avaro de las comedias, le quiere quitar al trabajador su españolidad por ver si así le sale el japonés, sin entrar en el hecho, parece que menor, de que no es lo mismo producir iphones que producir cortados.

Los Objetos Impares
6 de Diciembre