domingo, 8 de septiembre de 2024

Amenábar


Robespierre

Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


En el mundo moderno, escribe Chesterton (los científicos ingleses se echaron de tábano a Chesterton como los católicos españoles se han echado de tábano a Amenábar), la ciencia cuenta con muchos usos, pero su utilidad principal es proporcionar palabras largas para encubrir los errores de los ricos. Y ponía el ejemplo de la palabra “cleptomanía”.


A mí me viene mejor el ejemplo de la película “Ágora”, de Amenábar, empeñado, por exigencias del mercado, en contradecir a la religión con la ciencia. Pero Foxá, el proscrito por los frutos secos del comunismo andaluz –el comunista prohíbe como la hiena himpla o el elefante barrita–, puso el ejemplo de Ganivet, que admiraba a los sabios prudentes que nos trajeron el telescopio y el microscopio, el ferrocarril y la navegación, si bien –andaluz profundo– los asemejaba al paraguas de su criada, útil contra la lluvia, pero inútil ante el gran sol de una idea “grande y pura”.


El que, desdeñando la fe, se consagra a los experimentos y descubre el telégrafo, no crea que ha destruido las “viejas ideas”; lo que ha hecho es trabajar para que circulen con más rapidez.


Amenábar ha invertido ocho mil millones de pesetas en convencer a los españoles que van al cine –es decir, a los que ya están convencidos– de que la ciencia es más beneficiosa –da más dinero, vamos– que la religión. Pero ¿y el punto de vista? La ciencia griega estableció la esclavitud; el cristianismo, la abolió.


El otro día, en la guerra de Afganistán, el cabo Cristo, moribundo, pidió un cura que lo bautizara, no un funcionario del CSIC que lo crionizara.


Sólo un criminal despreciable ante sí mismo, repugnante a los demás, puede creer que la Naturaleza no nos puede ofrecer nada más bello que la nada.


Palabras, no de Foxá –ni siquiera de Rouco–, sino de Robespierre a un Fouché metido a predicador ateísta.


Amenábar ha perdido la ocasión de enriquecer a Hipatia de Alejandría con el contrapunto de Catalina de Alejandría, condenada a la rueda por los científicos de la localidad, pero entonces la realidad le hubiera estropeado una buena coartada: la de la ciencia como víctima de la superstición cristiana.


Y, sin embargo, al salir del cine, no hay más que abrir el “As” para darse cuenta de que la tesis de la película de Amenábar –triunfo de la razón sobre la fe– ha quedado refutada por el tobillo de Cristiano: la magia del brujo Pepe tiene pinta de imponerse a la ciencia de los doctores del Real Madrid.