martes, 24 de septiembre de 2024

Mano a mano (o verso a verso) Urdiales-Talavante. Al refrán: "En los campos de Logroño siempre anda suelto el demoño"



José Ramón Márquez


Nos venimos a Logroño Pepe Campos y el que suscribe, invitados por los amigos de https://nuevecuatrouno.com a echar un par de días en las fiestas de San Mateo y participar en uno de los coloquios de aficionados que organizan, así que, después de una grata visita a la Terraza de NueveCuatroUno y un animado paseo por este Logroño en fiestas, nos vamos a la Plaza de Toros, para tener de qué hablar mañana en el coloquio. Lo que toca esta vez es ver el mano a mano entre Diego Urdiales y Alejandro Talavante, que se quedó en mano a mano tras la caída del cartel del pobre Morante, que debe estar hecho unos zorros de la cosa de la mente. Mano a mano sobrevenido porque los Chopera, que a estas alturas ya no se sabe la poca fuerza que puedan tener, han sido incapaces de encontrar un nombre que sustituya en el cartel al de La Puebla, habiendo como hay toreros a porrillo por ahí. Y, sinceramente, molesta sobre todo lo del mano a mano porque eso implica tener que ver a Talavante con tres toros, que eso es de mérito, en vez de los dos que sumisamente habríamos aceptado como mal menor.


Antes de seguir hablaremos sucintamente de un asunto crucial: en la entrada que adquirimos en la taquilla a una joven ornada con piercings nasales pone claramente “Corrida de Toros”, y la verdad es que uno ya no sabe qué es eso de “Toro”, porque lo de hoy de Logroño podrían ser bolitas de sebo, cabras, perros falderos, mascotas de peluche o chotos de engorde, pero no se puede decir que ninguno de los seis desgraciados que hollaron el albero de La Ribera (Acorchado, Napoleón, Rastrero, Zampatortas, Marisquero o Alabanza, números 49, 89, 146, 50, 181 y 12) diera las señas particulares de lo que uno entiende por “toros de lidia”, en cuanto a su predisposición a acometer, a sus signos externos de bravura, a su inexistencia de casta, a su falta de interés zoológico, por ser animales criados para servir a los intereses del toreo de vaivén tan del gusto de ciertos públicos contemporáneos, que consiste en que el animal estorbe lo menos posible a los designios del torero, artista inmarcesible, que usará las bondades de ese esperpento bovino para sublimar ciertas posturas chulescas y aflamencadas. La deplorable imagen de esos seis toros (llamémosles así) tasados de fuerzas, gorditos y bobos es una afrenta patente a la Tauromaquia, por más que su colaboracionismo lleve a ciertos públicos a extasiarse.


El señor don Juan Pedro Domecq Morenés hierra con la uve de Veragua lo mismo a sus toros que a sus cochinos de engorde y mucho nos tememos que se haya podido llegar a crear una hibridación anti-natura entre ambas especies de tal manera que ya no sabemos si lo que echa a la Plaza son puercos con cuernos y lo que lleva al secadero son los jamones de toros acornes. La sublimación de esa mezcla porcino-tauro-perruna fue el sexto de la tarde, el tal Alabanza, 525 kilos de sumisión canina, que acudió uno a uno a los zarrapastrosos cites de Alejandro Talavante, colocándose él mismo a la salida del pañolazo para volver a acometer, sumiso y despreocupado, a la siguiente invitación. Con esa pobre criatura, Talavante se gustó a su manera a base de telonazos, de muchos molinetes y de pases cambiados por detrás, pura demostración del nulo respeto que le imponía el torillo, y se llevó de calle al generoso y festivo público de La Ribera. Con los otros dos de su lote, nos anegó en un océano de vulgaridad.


Además de esto ahí tuvimos a Urdiales dejándose querer por los paisanos y soltando algunas gotas de la torería que atesora. En este cuento del mano a mano a Urdiales le tocó el papel del príncipe y a Talavante el de la rana. Sacó un poco de genio rabiosillo el quinto, Marisquero, y achuchó al de Arnedo hacia tablas y luego dejó claro que su interés no era el de meter la cara y entregarse, soltando ciertos incómodos cabezazos que sirvieron para adelantar el momento de su muerte, siendo esa leve demostración de cierta personalidad lo único de toro que se vio entre los seis pupilos de JP. Magnífica la añeja torería de Urdiales en la vuelta al ruedo que se dio tras la muerte de su primero y, a veces, en su manera de citar, por más que la edad le lleve a pasarse los toros más lejos de lo que el arte demanda.