lunes, 23 de septiembre de 2024

"¡Pues tuya es!"

Echando un piti



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


En agosto del 63, la guerrilla comunista de Venezuela, al mando de un activista español, Máximo Canales (nacido en La Habana, hijo de exiliado español), luego llamado Paul del Río, artista plástico, secuestró en el hotel Potomac de Caracas a Alfredo Di Stéfano, el mejor futbolista de la época, que estaba con el Real Madrid jugando un cuadrangular conocido como Pequeña Copa del Mundo. El suceso ocurría cinco años después de que otro grupo terrorista secuestrara en La Habana al mejor automovilista del momento, Juan Manuel Fangio.


De vuelta en Madrid, a Di Stéfano se le dio un homenaje de postín en el restaurante “Valentín”, donde Pemán hizo suya la ingeniosa propuesta de Edgar Neville, “bon vivant” de la única generación humorística que da España (Ramón Gómez de la Serna decía que Neville había sido criado con biberón de leche de elefante traída de la India): según Neville, el mejor homenaje para Di Stéfano sería que, en adelante, cuando Di Stéfano saliera corriendo como un ciclón con el balón entre los pies, nadie se dedicara a quitárselo y a darle un mal rato. “¿Llevas la pelota?” ¡Pues tuya es!”


Falló el consenso futbolero y Di Stéfano se quedó sin homenaje nevillesco, jugar sin ser molestado, el privilegio que medio siglo más tarde le fue otorgado a Messi, como aprendió el checo Tomás Ujfalusi, defensa del Atlético, que tuvo que abandonar España por la campaña de prensa que le hicieron las maras mediáticas por una entrada “de las de antes” (de las que se le hacían a Maradona media docena de veces por partido) al astro rosarino.


Ausente Messi, el Privilegio Neville se pide ahora para Lamine Yamal, pues el Relato en España viene siendo culé desde los tiempos de Juan Gich Bech de Careda. En palabras de don Santiago Bernabéu: “Desde que, con toda la desfachatez, Franco nombró delegado nacional de Deportes al gerente del Barcelona, a Juan Gich, que eso me indignó aún más que cuando me denegaron lo de la Torre del estadio”.


La consigna, pues, es proteger a Lamine, y los medios califican de “muy futbolera”, o sea, campechana, la charleta en el túnel del estadio del Barcelona entre el árbitro Isidro Díaz de Mera y el entrenador del Valladolid, Pezzolano, que se llevó un 7-0.


Sólo os pido eso, sólo os pido una cosa. Sé que ellos tienen muchas protestas. Vale, quiero que no peguéis. Que sean faltitas sólo –dice el árbitro al entrenador, activando al ex árbitro Toño Mateu, que no es uno de los siete sabios de Grecia, y que exclama (para que todo el mundo vea el espectáculo que España ofrece gratis a los chinos): “Esto es maravilloso. El entrenador y el árbitro son los roles más parecidos en el fútbol, siempre pagan el pato. Y aquí Pezzolano y Díaz de Mera están preparando la segunda parte” (cayeron cuatro goles más).


Las maras mediáticas piden el Privilegio Neville para Lamine por ser éste el tercer jugador que más faltas recibe en España. El primero es Vinicius, pero Vinicius no cuenta porque Vinicius ha sido cosificado por la cafrería ibérica con vistas a que se vaya de España y corra el escalafón. En cada partido tiene enfrente a un Ujfalusi con entrevista periodística garantizada a cuenta de la estopa que haya repartido. Por quitarle, a Vinicius quieren quitarle hasta el Balón de Oro, ganado estadio por estadio en la Champions (que es la competición donde lo dejan jugar), y la excusa, puesta en marcha por Valdano, es dárselo al limpiaparabrisas del City de Guardiola, Rodri, “que es español”. Impuestos para sufragar el cupo catalán, los que hagan falta, y sin arquear una ceja, ¡pero a los españoles que no nos toquen el Balón de Oro! Para decirnos lo bueno que es Rodri, nos dicen que podría jugar en el Real Madrid, con lo que el rebote de la campaña pega en Tchouaméni, que la única molestia que puede haber producido es tocar el piano. “Rodri ya es viejo”, objeta un pipero. “Más viejo era Zidane”, le contesta otro pipero, y se queda tan ancho.


Todo el mundo conoce mi indignación –tercia públicamente Rodrygo: no por el venadeo contra Vinicius, sino por no verse en la lista de treinta futbolistas convocados al Balón de Oro.


A Rodrygo nadie le ha dicho que la indignación es un estado de ánimo que sólo revela impotencia: se indigna por los efectos, su ausencia en la lista, no por las causas, que saltan a la vista.


La “indignación” de Rodrygo es tan idiota como el “aburrimiento” de Rakitic, que ganó una Champions con el Barcelona (que tiene cinco, por las seis, sin ir más lejos, de su paisano Modric), y se ha asomado al balcón para cantar su pequeña tontería: “En el Barcelona no ganamos más títulos por el propio aburrimiento”. ¡Aburridos de ganar! Por esa regla de tres, veo a Camavinga, que tiene dos, ganduleando por el campo como otro Netzer.


Está apareciendo un desasosiego insólito, un deseo de que suceda algo, por desagradable que sea –concluía un informe del Observatorio de la Masa (servicio del gobierno británico encargado de comprobar la moral de la población) citado por N. Baker en su “Humo humano”.


Era febrero de 1940, y los ingleses encontraban la guerra demasiado aburrida. Cuídate, Vinicius, de los idus de octubre.


[Sábado, 14 de Septiembre]