miércoles, 13 de septiembre de 2023

El beso y la verdad

Catulo y Lesbia

 

Martín-Miguel Ruibio Esteban

 

Respecto al concepto de verdad el poder político no ha cambiado desde la época del emperador Tiberio. Dicit ei Pilatus; quid est veritas? Légei autôi ho Pilâtos tí estin alêtheia? El propio Secretario General de la ONU, en una película de Per Fly, sostiene que la verdad no es una cuestión de hechos, sino de consenso. Es el consenso de las opiniones, pilotadas por la versión de los de arriba, el que dice qué es la verdad. Una mentira bendecida por el poder es verdad, y una verdad sin ese poder es mentira. Si el poder nos dice que el opulento mafiosillo de Luis Rubiales, de gran cráneo calvo y luciente, agredió sexualmente a la Srta. Jennifer Hermoso, nada salvará a Rubiales, pues que el rebaño (próbata) siempre seguirá a los lobos (lýkoi). Rubiales pasará a la Memoria Democrática como un agresor sexual, lo mismo que Franco ha pasado como un autócrata sanguinario, y Largo Caballero como un hombre de paz y bien –lo mismo que el mínimo y dulce Otegui– y un demócrata de raza. Y más ahora, con la nueva España que nos abre el 21 de julio. El principio hobbesiano de “auctotitas, no veritas, facit legem”, siempre se ha impuesto, tal como demuestra el profesor Manuel Calderón en su estupendo libro Memoria literaria y guerra cultural en las letras españolas. Además, sólo deseamos la verdad en la medida que tenga consecuencias positivas para nosotros y confirme nuestros prejuicios políticos. España ya es una granja orwelliana que ve lo que mandan ver con las anteojeras de la ortodoxia biempensante. La verdad no es más que la opinión de la mayoría pilotada por el poder, no la acomodación mental a la realidad. Incluso el embustero, cuando no puede imponer su mentira, dice que tiene todo el derecho del mundo a exponer su opinión, pues las cosas podrían haber ocurrido como él sostiene, y encima las mentiras resultan a menudo más verosímiles que la realidad. Es más fácil persuadir de lo verosímil que de la verdad, tal como Aristóteles nos enseñó. Los que se sirven de la mentira (v. gr. Irene Montero) quieren que las cosas sean distintas de lo que son, esto es, quieren cambiar el mundo. Los políticos se mueven en la mentira con toda naturalidad.

 

Tras el celebérrimo beso, beso que vale por los miles de besos de Catulo a Lesbia, o los de Ausonio a Bísula, las futbolistas de la selección nacional se encontraban alegres en el autobús, no había caras largas y airadas por la agresión sexual a una compañera, no formaban un coro de lamentación, como el de las Troyanas, ni de ira vengativa, como las Furias antes de ser Euménides. Al contrario, parecían divertirse con el incidente: nunca se debe uno confiar a las mujeres besadas. Basium, savium (suavium) libidinis voluptatisque, osculum luxuriosum. Suavia lascivis miscentur grata labellis. El beso/basium tiene un origen onomatopéyico de origen celta. Cuando besas haces bes-bes-bes o bas-bas-bas-…mua-mua-mua. Osculum es la boquita en donde se planta el beso; una metonimia. Savium, de suavium, es propiamente el beso erótico. Savia suavia dice Apuleyo. Lo de Rubiales es el clásico “longum savium”. Y más en concreto una “suavisaviatio”. Un dulce largo beso. Yo castigaría a este ejecutivo del fútbol con la memorización de la declinación del vocablo de la 3ª, suavisaviatio-suavisaviationis, que es el delito que ha cometido si la lengua de la otra parte no cooperó en la acción.

 

Si las feministas de Sumar hubieran leído a Marx tanto como su correligionaria Clara Ramas hubieran visto en el beso “un beso feudal”, que yo creo que es mucho más antipático y digno de rebelión. Pero Clara Ramas es una “rara avis in terra” (in omnibus terris). San Pedro en su Iª Epístola (5, 14) y San Pablo en varias epístolas, cuatro veces, nos exhortan a besarnos durante las reuniones litúrgicas. Aspásasthe allêlous en philomati agápês. Salutate invicem in osculo sancto. Al principio se besaban hombres entre hombres, mujeres entre mujeres y hombres entre mujeres. Estos últimos besos heterosexuales a veces expresaban algo más que la pura fraternitas o la adelphótês, y la Iglesia optó entonces por dividir el lugar de culto en dos recintos intransvasables, el de las mujeres y el de los hombres. Ahora se ha vuelto –quizás ya demasiado tarde– a la situación primera, pero la gente ya sólo se inclina entre sí, y no por miedo al Covid, sino porque el osculum se ha erotizado por completo.

 

El beso dado por un hombre a una mujer, contra la voluntad de ésta –éste quizás no sea el caso, casi siempre fue considerado como una injuria, y el guantelete de piedra del marido muerto te podía endosar una bofetada mortal. Un país es siempre, al final, la calidad de sus dirigentes políticos, empresariales y sociales, y tras oír las opiniones de estos tras el beso, la gente está empezando a huir de aquí. Los políticos han hablado o por interés electoral o por miedo a que el pueblo no los vea como creyentes devotos y adoradores de Lo Políticamente Correcto. Pero ese miedo no es una excusa más válida que cualquier otra pasión infame. Nada justificará jamás al hombre jalear la acción inicua del linchamiento. Condillac afirmaba que lejos de irrumpir la conciencia en el mundo, es más bien éste el que se introduce en aquélla, haciendo así que el sujeto, sin salir de sí mismo, en sentido estricto, aprehenda lo objetivo y lo corpóreo. El beso sólo existe en cuanto sensación sentida por la besada. Sólo ella sabrá si miente o dice verdad. ¿Sintió la besada que el beso llevaba con él ardiente deseo sexual, o sólo era un fuerte ósculo producto de la euforia vencedora? ¿Era un beso de misa? ¿Qué tipo de beso, en fin, era? Porque los besos tienen muchos significados, como casi todas las palabras son plurisignificativos. Besos épicos, dramáticos, religiosos, amorosos. Todos los besos dependen del contexto en donde se dan. La multivocidad del beso es casi infinita. Son las circunstancias de la situación lo que llenan de significado el concepto (significado empráctico). Es el momento social del lenguaje el que llena al beso de impleción significativa. Un beso sinsemántico es un concepto vacío como los de Kant. Jennifer Hermoso necesita leer a Karl Bühler para aclararse ella misma, y luego decirnos qué pasó.

 

[El Imparcial]