lunes, 11 de septiembre de 2023

Desafío ganadero en Madrid. La tarde de Damián Castaño con "Mochuelo", de Valdellán. Márquez & Moore


 Hotel Wellington

El descanso del guerrero

 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

No es por hacerle un quite a Andrew Moore, que con la tardecita de monzón que hemos tenido en Las Ventas se ha pasado el festejo entrando y saliendo de su localidad y fotografiando lo que ha podido, pero podemos decir que la tarde, para el que vaya con prisas y no se quiera enrollar, ha sido de Damián Castaño y de Mochuelo, número 31, cárdeno oscuro y cuatreño de la ganadería de Valdellán.


La evolución a torero bueno y serio de Castaño es innegable: ahí están sus faenas a los Dolores Aguirre de 2022 y 2023 en Bilbao, su seria actuación en Guadalix de la Sierra en lo de 3 Puyazos antes de San Isidro, o su paso por Cenicientos 2022, de cosas que se vienen a la mente a vuelapluma. Lo que le faltaba era dar un toque de atención en Madrid, que es lo que hoy ha conseguido con el primer toro de su lote, para que la Cátedra se fijase en él ya definitivamente.

 

 Mochuelo, número 31, segundo de la tarde, era una pintura de toro de lidia, lo que se dice una preciosidad en sus 515 kilos de presencia, seriedad, cuajo y trapío. Nada más salir del chiquero se va derecho al burladero del 10 y remata en la madera y de ahí, directamente, al del 6 a sacar astillas. Gran presagio. Castaño recibe al toro sin buscar el lucimiento, esa vanidad de aburridas verónicas de tantos toreros todos los días, y, lo mismo que hizo en Bilbao con el chorreado en morcillo, brega con firmeza y suavidad la embestida del toro, sacando el capote por debajo de la pala del pitón, sin un enganchón, sin que el toro sufra ninguna información sobre qué es esa tela que se mueve ante sus ojos y de esa manera le va ganando terreno y sacándose a Mochuelo hacia los medios donde remata toreramente su obra con una media eficaz que deja al toro parado en el platillo.

 

 Primeros aplausos para el salmantino. El toro acude con presteza y con alegre tranco al cite de Rafael Agudo, que agarra un puyazo arriba y sostiene con su brazo el ímpetu de Mochuelo, que empuja con fuerza y con codicia, metiendo los riñones y romaneando, el rabo enhiesto. Palmas para la emocionante vara que se ha vivido. El toro está aquerenciado con el caballo y no sale de debajo del peto, sin atender a los llamados de Marco Galán y es al fin el propio Castaño quien consigue llevarse al toro con su capote. Segunda vara, de nuevo el cite y, tardeando un poco más, la acometida vibrante de Mochuelo por segunda vez al caballo. Nueva vara en su sitio y buena labor de Agudo, que recibe merecidas palmas. A la tercera no va la vencida porque Mochuelo se lo piensa bastante antes de acudir al caballo y Marco Galán acaba echándoselo encima al penco sin pena ni gloria, que además el toro se escapa suelto de la suerte. En banderillas recibe los palos de Luis Miguel Amado y Manuel de los Reyes acudiendo con un galope hermoso y recibiendo la siempre eficaz lidia de Marco Galán, que deja algún capotazo de antología. El toro, picado y banderilleado, llena la Plaza y allí que se va Damián Castaño a iniciar su trasteo por la mano derecha en una primera serie concisa y mandona, una segunda de acaso un poco menor intensidad a la que da importancia la embestida tan vibrante del toro y a continuación se cambia la muleta a la izquierda, la de los “biyetes” de nuestros abuelos. Propone el cite Castaño y el toro se lo piensa por lo que el torero opta por dar un ayudado al que el toro acude con vigor y, a continuación, se centra en el toreo al natural, mandando muchísimo en la embestida del toro, en un “tour de force” con Mochuelo en el que ninguno de los dos da nada por perdido. Gran torería y claridad de ideas la de Castaño, muy clásico y dominador y, por momentos, exquisito en adornos. Las condiciones del toro eran las de triunfar en Madrid: nada de esa cabra semidoméstica de cada día, con la que se ponen pintureros los que arrasan en las taquillas, sino un toro de lidia con grandes dosis de bravura en su interior que no estaba dispuesto a regalar nada, porque todo había que conseguirlo a base de esfuerzo. Muy limpio Castaño, con gran claridad de ideas, tragando lo que había que tragar y aliviándose lo justo para que la cosa no chirriase. Faena breve, como son las buenas faenas, en la que Castaño exprime al toro y convence a todo el mundo. Fallo a espadas y el triunfo grande se queda en una vuelta al ruedo. Aplausos para el toro en el arrastre.


El resto de la tarde se queda en el ánimo de Paco Ramos con el primero de Valdellán, un toro que recibió silbidos y censuras por presencia y debilidad, donde dejó trazos de su estilo y acusó su falta de contratos, poniendo decisión y ganas. En su segundo, Caña, número 41, de Juan Luis Fraile, apenas se le pudo echar cuentas entre el aguacero que descargaba que hizo huir al público hacia las gradas y las andanadas. Lo picaron de aquella manera, lo banderillearon de pena y Ramos lo mató a la última.


Respecto de Luis Gerpe sorteó a Mirasuelos, número 45, de Valdellán, que al lado de la hermosura del Mochuelo que acababan de arrastrar resultaba más feo y más basto de lo que en realidad era. Ahí estuvo Gerpe porfiando con el toro sin llevarse al público de calle en un registro más cercano a lo de todos los días que a lo que acabábamos de ver en las manos de Castaño. El toro era serio y tenía cuajo y estar ahí no es lo mismo que estar con el perro faldero. Resultó trompicado cuando andaba haciendo la peste esa de las manoletinas, que a quién se le ocurre.


A la muerte de Mirasuelos se abrió el cielo y comenzó a llover a chorros, lo cual estropeó sensiblemente las posibilidades de lucimiento de Paco Ramos, como se dijo antes. Al arrastre de Caña salió Damián Castaño a comprobar el estado del ruedo (después de cómo toreó en Bilbao el día de la naumaquia, el piso era el Desierto del Gobi) y dijo que por él valía. Por Gerpe también valía o sea que se abrió la puerta del chiquero para que saliera el pavoroso Espartillo, número 62, cinqueño pasado, que con sus 510 kilos metía más miedo que toda la camada de Núñez del Cuvillo junta. Castaño estaba dispuesto a repetir el envite del segundo, pero las condiciones de Espartillo no eran las mismas, manso encastado, incierto, no acababa de rematar los pases que se le daban porque en seguida echaba la cara arriba, buscando, y el matador tenía que estar pensando en salir de la suerte antes que en rematarla. Lo intentó con torería, montera puesta, y sin afligirse frente a las poco amigables condiciones del discípulo de Carolina Fraile. El toro le propinó un trompicón a la hora de matar, sin consecuencias.


Y para acabar el festejo Luis Gerpe sorteó a Garbancero, número 49, también con el viejo hierro de don Fernando Pérez Tabernero, que volvió a dar su nota de encastada mansedumbre, o sea de no regalar nada. Más centrado anduvo Gerpe con este segundo, buscando la posición ortodoxa y tratando de sacar algo del encuentro a base de esfuerzo, hasta que comenzó de nuevo a llover y, en la desbandada final de los que habían vuelto al tendido, optó por dar por acabada su obra y poner punto final al festejo.


Victoria de los Valdellán en este “desafío ganadero”, en el que la lidia y muerte de los de Fraile estuvo marcada por la presencia intermitente de diversos aguaceros, y victoria de Ramos, Castaño y Gerpe por enfrentarse a toros serios y en puntas, de los que meten miedo, de los que no sirven para extasiarse con el “arte” ni para andar parando relojes. Por eso es que hoy en Las Ventas nadie puede decir que se haya aburrido.
 



Mochuelo

 



Damián Castaño



ANDREW MOORE

 



 




LO DE DAMIÁN CASTAÑO








LO DE RAMOS

 



LO DE GERPE

 



 

FIN