jueves, 7 de septiembre de 2023

La intransigencia moral de los medios


 

Javier Bilbao

 

«El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella» (Juan, 8:7)

«¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?» (Lucas, 6:41)

«Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres» (Mateo, 6:2)


Siempre que me cruzo con la inevitable lista de turno sobre «libros que leer antes de morir» —después es más complicado— me suelen sobrar muchos (¿El cuento de la criada, en serio?) y siempre echo en falta entre los mencionados, al margen de las creencias de cada uno, la Biblia. No soy la persona adecuada para hablar desde una perspectiva religiosa, así que no huyan los incrédulos ni arqueen la ceja los más versados: no pretendo hacer proselitismo ni atizarle a nadie una exégesis que rebasaría mis capacidades. Sólo quiero señalar el enorme valor que encierra este libro a la hora de comprender nuestra cultura, llamémosla española, hispana, europea u occidental. Leyéndolo pasas a captar referencias que antes se te escapaban y ahora comprendes que están todas unidas por un hilo invisible; es como haber vivido siempre en un paisaje en el que permanecían dispersos un millón de fragmentos y retroceder en el tiempo para contemplar la obra monumental de la que formaban parte. Ah, así que tal frase hecha o metáfora provenían de allí, y aquel nombre común de hombre o mujer, y aquella historia, y aquel título de una película o de una novela, y aquella canción. Las uvas de la ira, La escalera de Jacob, Carros de fuego, La herencia del viento, Hijos de los hombres, El séptimo sello, La venganza es mía, Tiempo de silencio, Tiempo de morir… Las referencias bíblicas abarcan una parte fundamental de la historia del cine; mientras tanto, el pop y el rock se han nutrido de tal forma de sus ramalazos poéticos que no sabemos qué quedaría sin ellos, bien desde Turn! Turn! Turn! hasta Rivers of Babylon. O ya se trate de la obra de Lou Reed, Nina Simone, Adele, The Rolling Stones… ¡la lista sería interminable!

Ahora bien, teniendo en mente lo anterior, cabe señalar que la parte más provechosa se encuentra en los Evangelios, pues en ellos además de su formidable impacto histórico-cultural causa impresión la perspicacia psicológica que subyace en sus parábolas y exhortaciones. Quien habla ahí le tenía bien tomadas las medidas a la naturaleza humana, a sus debilidades y a sus sesgos cognitivos. Múltiples estudios contemporáneos le han puesto diversos nombres, desde el efecto Lago Wobegon hasta el efecto Dunning-Kruger, que revisten de aura científica a nuestra innata tendencia a sobrevalorar nuestras capacidades, situarnos erróneamente por encima de la media y a juzgar con doble rasero, reservando la indulgencia para uno mismo y la severidad moral para el resto. Hoy día hay incluso quien se empeña en creer que existe tal cosa como el «síndrome del impostor», de manera que la sospecha probablemente fundada que sienta alguien de que es una persona inepta en su cargo sería un pensamiento intrusivo del que culpar al patriarcado.

La cuestión es que, usemos unos u otros términos, ya quedó constancia hace un par de milenios de lo fundamental sobre la manera en que cualquiera se ve y se juzga a sí mismo y a los demás. ¿Quién puede tirar realmente la primera piedra?, precisamente porque hay defectos y errores muy extendidos en los que todos tendemos a caer, aunque a veces ni siquiera seamos conscientes de ello, los Evangelios insisten tanto en la autocrítica y el examen de conciencia antes de señalar al resto y, también, en el perdón hacia los demás. Pero esto es algo que choca de lleno con el clima actual, pues la esfera pública político-mediática se sustenta ahora mismo en lo opuesto.

Tanto los medios de comunicación estadounidenses como los españoles (que funcionan a modo de franquicia de los primeros) están atravesados hasta el tuétano de ideología progresista/woke y uno de sus rasgos más llamativos es que en ella no se concibe la piedad, el perdón, el arrepentimiento y la redención, principios nucleares del cristianismo. Aquí, ahora, ya no hay proporcionalidad en el castigo, no hay una misma vara de medir para todos y quien sea señalado como transgresor de una norma —a menudo no escrita y altamente interpretable— no podrá poner el contador de nuevo a cero y seguir con su vida. ¿Por qué esto es así?

Tres causas fundamentales


En primer lugar, para los medios y los periodistas que trabajan en ellos, el señalamiento colectivo de turno contiene una función ejemplarizante. Del ciudadano anónimo o la figura pública que haya podido hacer o decir algo considerado inapropiado de acuerdo con la nueva moral no importa el daño real que pueda haber causado ¡si acaso lo hubo! y que por ello sea tratado en justa proporción. No se le juzgará por lo que realmente sea o haga, sólo será una cabeza de turco para que el resto de la población tome nota. Recordemos, por ejemplo, el caso del estudiante que el pasado año profirió unos gritos ciertamente poco elegantes en un Colegio Mayor. Lo que en un mundo normal sólo hubiera merecido, como mucho, una reprimenda por parte de algún encargado del centro, en este sin embargo fue objeto de un escarnio público que incluyó al mismo Presidente del Gobierno y a todos los grandes medios generando tal agitación que, según nos contaron, llegó un momento en que «no podía salir de su casa ante el acoso que sufría (…) Perdió la beca y le expulsaron del colegio mayor. La presión fue tal que acabó dejando los estudios en Madrid y regresó a su Mallorca natal».

En segundo lugar, dentro de los esquemas mentales progresistas el concepto de responsabilidad individual está muy diluido, dado que todo pasa a ser estructural y por lo tanto mediante la adecuada ingeniería social se podría extirpar completamente el mal del mundo. Acostumbran a representarlo como una pirámide o iceberg donde en la parte inferior se sitúan, por ejemplo, los chistes sexistas, los celos o el rechazo al lenguaje inclusivo y todo ello termina llevando en pendiente resbaladiza irreversible al asesinato. De forma que, desde su perspectiva, no hay reacción que pueda tacharse de desmedida contra, digamos, un humorista que haya hecho un chiste sobre ligar con mujeres, dado que en último término ese chiste estaría vinculado al asesinato y cualquier grado de ostracismo y vejación pública al que se le someta estará bien merecido. Combatiendo chistes, comportamientos o piropos creen estar salvando vidas en su fervor justiciero y por tanto nunca les parecerá estar yendo demasiado lejos.

Por último, hay en todo este fenómeno político-mediático que estamos analizando una instrumentalización de la moral...

 

Leer en La Gaceta de la Iberosfera