viernes, 1 de septiembre de 2023

Beso con lengua


El beso Picasso

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Llamamos “intelectualidá” al hilo musical de un Régimen, esta asfixia de dictadura política y moral para ranas temerosas del combate, en su charca, de dos toros por la vacada.


    Qué docilidad esclavista la del rebaño y qué espectáculo el de la “intelectualidá” que, a toque de corneta, justifica la confusión de lenguas (la
riqueza del país ya no es el PIB, sino el número de fablas en el Congreso) para denunciar el beso de un gentleman socialistón, Rubiales, a una futbolista, Jenni, o para chalanear una amnistía para los catalanes intrépidos. Al fondo de tanta justificación doctrinaria, “el Derecho como facultad de las cosas inútiles”, como corresponde a una dictadura sostenida por las dos hipocresías reinantes, la económica, de tradición francesa, y la sexual, de tradición anglosajona.


    Con estos intelectuales cabe el chiste de abogados con que Reagan saludó a su secretario de Justicia, Meese: “¿Sabes por qué en los laboratorios se emplean abogados en vez de ratones? Porque hay tantos como ratones; porque es imposible encariñarse con ellos y porque hay cosas que los ratones se niegan a hacer.” Los veremos negociar (¡con Pons y Feijoo!) el exilio de Puigdemont en Waterloo como si fuera el de César en las Galias, el de Napoleón en Egipto, el de Garibaldi en Suramérica, el de Lenin en los Urales o el de Calvino en Suiza, que son los que cita Zweig para sostener su tesis de que, gracias al exilio, todos los héroes populares de la Historia han logrado un poder aún mayor sobre los sentimientos.


    –Si, cual Calvino soy, fuera Lutero, / contra el fuego no hay cosa que me valga; / ni vejiga o melón que tanto salga / el mes de agosto al resistero –lo resumiría Quevedo.


    “El frío saludo de Sánchez a Rubiales”, titularon los medios (“la heladora mirada de Franco”, que dirían en la escuela de Viñas), y bajo la imagen de dos Tonis mastuerzos (Manero y Montana) uno leía “el frío saludo de Calvino a Servet”, sobre el cual, pajita a pajita, los columnistas de celo piadoso (“saint zèle”), que azorarían con sus dengues morales al cardenal Segura, iban levantando su hoguera, la hoguera que tiene, qué sé yo, que sólo lo tiene la hoguera.


    –España ha sido más de mordisco que de beso –escribe Gecé en el 35–. El beso es el mordisco culturalizado, que sólo conviene a los pueblos cocineros, como Francia. El beso y la buena mesa pertenecen a una tecnifagia de otro orden que a la dramática y trascendente a que España está adscrita.


    El beaterío progre viene del colegio de las monjas, donde siempre se castigó más la grosería que el crimen: el “bullying” era “cosas de críos”, pero al crío que soltaba una palabrota se le caía el pelo. Nuestros escolares no recuerdan el beso a Cristo de Judas ni nuestros periodistas el beso de Andreotti al Padrino, pero todos pueden condenar el beso de Rubiales a Jenni en “las diecisiete lenguas autonómicas”. Como dijo Chomsky (95 años):


    –La lengua… ¿qué es? ¿Qué es?

 

[Viernes, 25 de Agosto]