lunes, 25 de septiembre de 2023

Corrida Concurso a más a más. Toreros como siempre (bien Marín), picadores tirando a deleznables y del peonaje mejor no hablar. Márquez&Moore

 


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Con una espléndida tarde otoñal y con mejor entrada que en las precedentes nos subimos a la Andanada a ver qué nos trae esta Corrida Concurso de Ganaderías previa al inicio de la Feria de Otoño, la Feria de Julián ad portas. El primer sinsabor es el de comprobar que la ganadería de La Palmosilla, que es la que venció el concurso el año pasado, no comparece porque la inveterada sapiencia de los eminentes profesores veterinarios, liderados en esta ocasión por don Francisco Javier Horcajada García, han estimado que el animal presentado a concurso no era apto para hollar el suelo de arena de miga de Las Ventas por ignotas causas que, a buen seguro, se concretarán en esa jaculatoria de la “falta de conformación zootécnica”, que es como cuando vas a una gestión a la Seguridad Social y te dicen eso de “a ver cómo anda hoy el sistema, que lleva toda la mañanita dando muchos problemas”, o cuando quedas con uno y te llama que no puede ir porque ”chico, es que estoy con el Covid”.


Entonces echamos al Palmosilla y, mirando por ahí a ver qué hay, en seguida aparece un chucho de Victoriano del Río que sirve para completar la media docena y para que a cada espada le toquen dos, como es preceptivo. Lo mismo podían haber echado otro de los Hermanos Collado Ruiz, como el castaño aquel del domingo pasado, o uno más de Fuente Ymbro, si es que acaso le quedan toros en el campo después de la hecatombe de esa ganadería que llevamos en Las Ventas.


En estas corridas concurso suele pasar que los ganaderos, o quienes elijan los toros, escojan al ganado por su aspecto más que por otras condiciones de evaluación algo más complicada y que nos gusta poner para que no se olvide que la elección basada en la nota, la reata, el tipo, la nota del padre y de la madre, la comparación con los resultados obtenidos por otros hermanos y, por supuesto, la fachada está mejor orientada que la que tan solo se dirige a esta última condición, sin hacer caso de las demás.


En primer lugar salió Cabañito, número 33, con el hierro de Pablo Romero, ahora Partido de Resina. Toro cárdeno precioso de lámina, como corresponde a su estirpe, puro trapío, que tras su primera y vigorosa entrada al caballo quedó desfondado y en condiciones blandurrias que soliviantaron a parte de los espectadores y echaron un jarro de agua fría a los que somos partidarios de esta vacada desde que nos salieron los dientes. El toro, entre su aire blandengue y su ausencia de malas intenciones, no metía ningún miedo por lo que todo el lío del peonaje se desarrolló en el tipo versallesco y amable. En los primeros lances de capa Serafín Marín dejó unas preciosas verónicas templadas, torerísimas y a cámara lenta, sin darse importancia y una media de oro puro. Y en la faena de muleta también sacó algún pase de gusto y cadencia, de torero cuajado, por ambas manos. A la postre, lo mejor de la tarde. Deja cartel y ganas de que le repitan.


El segundo, Triana, número 55 tenía muchísimas probabilidades de ser elegido el toro más feo de la ganadería, o sea que a este no le eligieron por belleza. Después de la armonía del Partido de Resina ver salir a ese bicho, con el Pinar de Valsaín por pitones, ensillado, largo y sin gracia ni finura era como si un toro de las calles se hubiera colado donde no debía. El bicho tampoco era un Hércules, pero se llevó menos censuras que su predecesor. En la cosa de los pencos tampoco quería líos, o sea que tras un breve paso por la cosa de las banderillas ahí estaba el Samuel con Pinar, que dio una impresión bastante pobretona desde que se fue al toro cavilando a ver qué hacía él con esa tómbola de cuernos. Y lo que hizo el veterano Pinar fue pajarear por aquí y por allá hasta que llegó el momento de pegarle al toro una estocada y un descabello que pusieron al animal en manos de los destazadores, e imaginamos que la cornamenta en manos de un ebanista para que fabrique con ella un bargueño bien grande.


Gómez del Pilar es torero al que se mira con atención, pues es de los que no rehúyen la lucha y ahí está su palmarés con toros de los que importan. Por compensación divina o lo que sea le tocó el de Victoriano del Río, Manisero, número 63, que ni nota, ni reata, ni tipo ni ná, vamos que cogieron a uno que andaba por allí y que habrían quitado de en medio esos connoisseurs que van a donde Victoriano a espigar los toros con los que triunfarán los príncipes del escalafón. Éste no estaba destinado a ningún príncipe, pues era desabrido, metía unos cabezazos de padre y señor mío e iba cómo y cuándo quería. Le vino bien a Gómez del Pilar para vender sus formas, de las que resalta el inicio por abajo algo enganchado y, sobre todo, comprobar el cariño y la bondad con que se le trata. Le vitorearon la faena, que no hubo tal faena en sentido estricto, y si no llega a embarullarse con el estoque lo mismo hasta le hubieran pedido la oreja.


El ensabanado Mexicano, número 47, levantó aplausos al salir de los chiqueros por su lámina y sus hechuras. Un toro que podría haber pintado Perea en las láminas de La Lidia. Lo recibió Marín con la suavidad de un par de verónicas exquisitas, de nuevo sin darse importancia. Acudió con ligereza a la primera vara y resultó tardo y meditabundo en las otras dos, arrancándose con poco ímpetu. Las gentes, no obstante, tomaron partido por el toro, con la losa que eso suele ser para su matador. En banderillas el toro se fue parando y esperando, para que se luciesen Marcos Prieto y Diego Valladar, pese a lo cual Serafín Marín se fue a brindar el público y cuando se puso frente al toro este se había convertido en una estatua blanca de purísimo mármol de Carrara a la que fue literalmente imposible hacer pasar de muleta, ni por la derecha ni por la izquierda. Tras varios intentos infructuosos de torear a esa especie de Toro Blanco de Guisando, Marín se fue a por el estoque para cobrar una estocada entera.


Como dicen que no hay quinto malo, ahí tenemos a Castellano II, número 58, de José Escolar, que fue recibido con ciertos silbidos por algún exquisito al que le parecía, desde el confort de la piedra del tendido, que el toro no tenía presencia. Cumplió en varas, que bastante bien lo hizo para las varas que le atizaron, y llegó a banderillas desafiante y pidiendo el carnet de profesional a los dos que, como un guiño al que las hace, le fueron poniendo los palos de uno en uno cuando conseguían clavar, que el toro al que aquellos protestaron de salida tenía una seriedad imponente. Y ahí que se va Pinar, tras el mitin de los peones a dar el suyo. El toro es muy exigente y demanda una colocación que el tobarreño no está dispuesto a dar. Más bien se dedica a citar muy por afuera, pero el toro eso no lo admite y no atiende al cite. Cuando se coloca el torero en una posición algo más ortodoxa, el toro acude y lo hace sin cabecear y sin derrotar y ahí consigue Pinar ligar un par de pases, pero su afán por echar fuera de él al toro malogra sus intentos. El toro es el típico toro de encumbrar en Madrid a un tío con ganas de jugársela, pero Rubén Pinar tras quince años de alternativa no parece querer jugársela como hizo aquella memorable tarde de lluvia, última de Guardiola en Madrid.


Y ya sale el de Pedraza de Yeltes, Sombrero, número 25, colorado como muchos de esa vacada, que ha sido el toro de la corrida y el que se ha llevado el premio que otorgaba un ignoto jurado. El toro fue bravo en varas, acudiendo con presteza y de largo  al cite y metiendo los riñones. El Presidente cambió el tercio tras el segundo puyazo, porque le dio la gana, cuando el toro estaba en el platillo de la Plaza aguardando el cite de Sangüesa y ahí nos dejó dando palmas de tango y coreando “fuera del palco” con esa vara que nos puso a los aficionados el Presidente don José Luis González González con su trapajo blanco. Gómez del Pilar comenzó de rodillas con mucho ímpetu y siendo muy jaleado. Cuando se puso de pie la cosa cambió y el hombre estuvo muy por debajo de las condiciones tan boyantes de Sombrero. Fue armando Gómez del Pilar su trasteo a menos sin aprovechar las largas embestidas del toro y la franqueza de su embestida, quedando muy por debajo de las posibilidades que se le abrían. Su toreo de pelea no ha encontrado forma de acoplarse a un toro que, sin ser el típico bobo de vaivén, demandaba bastante mejor trato que el que se le ha dado.


La corrida, como se ve en estas líneas, ha ido a más. La actuación de los varilargueros, por mucha raya que pinten, tirando a deleznable. Le han dado el premio a Antonio Peralta, por su trabajo con el Peñajara, pero en mi opinión deberían haber dejado el premio desierto. Del peonaje mejor ni hablar.

 

ANDREW MOORE

 

Los Toros







 Los Toreros





FIN