viernes, 20 de enero de 2023

Totalitarismo invertido


Sheldon Wolin

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    La banalización mediática del golpismo con la performance brasileña de Asalto al Cuartel de la Montaña debe de ser otra rama de la Agenda 2030.


    De “golpe de Estado” hablan un quiosquero comunista de Podemos que funge de “jurista” para la Wikipedia, una liberal de Romanones que es marquesa y todo ese periodismo que en primero de carrera hizo pellas el día que en la clase daban a Gabriel Naudé (el bibliotecario de Mazarino que reprochó a Carlos V que no sobornara al golpista de Lutero) y sus “Consideraciones políticas sobre los golpes de Estado”, sustituido en sus mesillas de noche por el “Manual del guerrero de la luz” de Paulo Coelho.


    Es lo que Sheldon Wolin llama “totalitarismo invertido”, cuyos componentes clave son el capital corporativo, los muy ricos, grandes organizaciones de medios y (él habla de América) líderes evangélicos y la jerarquía católica. Los modelos de organización suelen ser tanto corporativos como militares: la oposición no es abolida, sino neutralizada. El objetivo, dice Wollin, es controlar la política estableciendo los términos de la competencia con el espíritu de la consigna de Archer Daniels Midland: “El competidor es nuestro amigo y el consumidor es nuestro enemigo”.


    –Reemplacemos “competidor” por “el otro partido” y “consumidor” por “ciudadano activo” y tendremos la versión invertida de la política totalitaria.


    Y “el pueblo” ¿qué dice? Del pueblo, según la C78, emanan la Justicia y los poderes del Estado, pero, según el sentido común, del pueblo lo único que emana son los impuestos que se cobra “el Estado de Derecho”, tautología que ya no le quitas a nadie de la boca, pues, en palabras de Barzun (él lo decía por otra cosa), “cuando en todo nuestro entorno se dan por sentadas ciertas ideas fundamentales, éstas tienen por fuerza que ser verdad: para la mayoría de los espíritus no existe consuelo comparable”.


    –Y el autoexilio es el destino de los recalcitrantes.


    Quiosqueros comunistas y marquesas liberales condenan el golpismo popular de la Bastilla, hoy tan obsoleto como el militar que en “El Sol” de 1920 pedía el refinado Ortega (“Un gobierno militar tendría la ventaja de acabar con estas farsas parlamentarias que tanto nos repugnan...”). Hasta en una escombrera intelectual como el sanchismo tienen claro que “la sedición es un delito decimonónico”, léase asonada o algarada. Desde hace medio siglo, sólo existe el golpismo legislativo, y por eso en las Facultades se enseña, en vez de Derecho, legislación. El Estado de Derecho es “esa jaula de papel construida por el legalismo burocrático a imitación de la jaula de hierro de Max Weber” donde malvive el gobernado. En España, el Régimen (no Sánchez) nos anda colocando un Estado Compuesto dibujado en un folio y votado a mano alzada (¡con moderación!). Si seremos demócratas que votamos para hacer o deshacer naciones. Para separarnos, en fin, de la única que tenemos.

[Viernes, 13 de Enero]