viernes, 13 de enero de 2023

Derecho ¿para qué?


 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    La “democracia liberal” (expresión que presupone una “democracia socialista”) infringe día a día los principios que sin cesar proclama. El demócrata de toda la vida es víctima de sí mismo: sus tiranías las ha empollado en sus propias polleras.


    –¡No hay derecho! –protesta el votante dominguero de Indra, absurdo como un zapato impar.


    Pero ¿qué es el derecho? “La facultad de las cosas inútiles”, contesta Dombrovsky atrapado en el vientre de la ballena staliniana. Antes que él, en su delirio terminal, el loco egregio de Stirner: “El derecho es un capricho transmitido por un fantasma”. Y después que él, el padre de la ciencia constitucional: “El derecho es algo que se afirma con éxito y se hace válido, es decir, se hace cumplir por la fuerza”.


    En el Metro se habla ahora de derecho por las cosas del TC, un tribunal político establecido como poder constitucionario (poder constituido que se arroga poder constituyente), es decir, democráticamente ilegítimo; una mezcla de Kelsen y Brecht, en cuya novela el jefe de los malos da a sus muchachos la consigna: “El trabajo tiene que ser legal”.


    Para lo que se nos viene encima, el TC recurre a dos magistradas de “reconocido prestigio”: Segoviano y Balaguer.


    La señora Balaguer procede del igualitarismo andaluz (defendió la constitucionalidad del confinamiento en la pandemia, o lo que fuera), aunque ella se apunta al “constructivismo jurídico”, que es la creatividad por encima de la ley inspirada por Marcuse, Althusser, Gramsci y otras yerbas. Si el constructivismo artístico designa la obra plástica de aquellos artistas comunistas que, en aras de la igualdad proletaria, se propusieron eliminar, con éxito, las formas del arte, el constructivismo jurídico designa la obra jurídica de aquellos juristas progresistas que, en aras de la justicia popular, se propusieron eliminar, con éxito, las formas del Derecho, que, sobre todo, es forma.


    La señora Segoviano procede del laboralismo hispánico, como Bolaños, Felipe González o aquel Machota que en el “tamayazo” preguntó: “¿El señor Tamayo era Bellido Dolfos, siguiendo el mandato de doña Urraca para asesinar a su hermano el rey Alfonso en los muros de Zamora?” “¡Sancho, Sancho! Hay que estudiar un poco”, le corrigieron.


    –Me es igual. Pues Sancho. Es que yo no fui a clases de Religión.


    La magistrada proclama que “la Constitución está fantásticamente hecha”, y la prueba de tamaña fantasía es que el Supremo llamó “ensoñación” al golpe catalán. En vez de constituir la separación de poderes, nuestra Constitución constituye una paradoja única, al ser la única que garantiza la destrucción del sujeto constituyente. De hecho la señora Segoviano se muestra dispuesta a “estudiar” en el TC un inexistente “derecho de autodeterminación”, ese “drógulus” del constitucionalismo batueco que conduce a la balcanización de España por consenso, al gusto del público de la peluquería de Ferreras.

 

[Viernes, 6 de Enero]