viernes, 1 de abril de 2022

San Hugo de Grenoble


 El cuadro de Zurbarán en Sevilla

 


El San Bruno de Manuel Pereira en Burgos

 

Francisco Javier Gómez Izquierdo

 
         No soy capaz de explicar la atracción que siento por la Cartuja de Miraflores, pero la diaria y extraordinaria visión de aquella especie de ataúd labrado en piedra y alzado a hombros del pinar verde oscuro de Fuentes Blancas que servidor contemplaba todas las mañanas desde el balcón de casa en la calle Vitoria -hoy bloques rojizos tapan cualquier perspectiva- seguro que tiene que ver.  De chico -finales de los sesenta y principios de los setenta- íbamos mucho a Fuentes Blancas con los padres y a mí me gustaba entrar en la Cartuja y pegarme a los grupos que llegaban con un guía con barbas que enseñaba semejante joya, quizás con alguna exageración, pero con tan sincero cariño que creo me contagió. A Fuentes Blancas íbamos luego de mocetes a merendar, compadrear con las chicas de la cuadrilla y echar una pachanguita al balón. Me solía escapar con algún otro subiendo el cerrillo para echar un rato entre aquel placentero silencio, iniciando una costumbre que me obliga a que cada vez que voy a Burgos tenga que acercarme sin falta.
   

Hoy, 1 de abril, es el día San Hugo de Grenoble, el obispo santo que facilitó a San Bruno y sus seis compañeros un terreno en los Alpes -la Chartreuse- para que se apartaran del mundo y vivieran en silencio y continua meditación. San Hugo no fue cartujo, pero hasta mozo, servidor creía que sí. Nada más pasar el patio de la Cartuja de Miraflores, en el atrio, en el muro de la izquierda había un gran cuadro que representaba a San Hugo haciendo entrega a San Bruno del terreno fundacional de la Orden. Este cuadro se quitó hace muchos años (en la colección de cromos que sacó el Ayuntamiento de Burgos en 1995 ya ni aparece), pero en aquel cuadro mi guía favorito se paraba sin prisa y fundamentaba la primera práctica del balompié en la figura de San Hugo que, según él, pasó toda la infancia dando patadas a unas balas de paja redondeadas que fabricaba con un ingenio que causaba admiración en Châteauneuf-sur-Isére y el enfado de su paciente madre. "Este Santo tendría que ser el patrón de los futbolistas", escuchaban los visitantes de boca de un hablador entusiasta que parecía gemelo de C. P. T.
    

Con el tiempo fuí soltando entre bromas por la Geografía española a quien corresponde el patronazgo del fútbol. En unos articulillos que escribía para las peñas cordobesistas los firmaba como San Hugo de Grenoble y por tal apodo me reconocen aún los peñistas más veteranos. Como no podía ser de otro modo me gusta acercarme a Sevilla a ver el admirable cuadro de Zurbarán, donde la presencia de mi héroe en el refectorio de los cartujos despierta a San Bruno, otro de mis favoritos del santoral, y sus seis discípulos de un sopor al que fueron arrastrados durante mes y medio mientras discutían si era procedente la carne que un domingo les envió el mismo obispo. San Hugo les reprocha que la tuvieran en los platos en plena Cuaresma (se chivó un trepa que se ve no reparó en la monjil quietud pero sí en el menú, un día de los cuarenta y cinco de la larga siesta). Al despertar y tocar la comida ésta se convirtió en ceniza y los cartujos decidieron que no cabía excepciones en la regla que prohibía el consumo de carne.
   

Perdonen si lo puesto suena demasiado a añoranza de burgalés ausente, pero hoy toca levantar la copa de vino por San Hugo, San Bruno y la Cartuja de Miraflores. ¡Salud para todos!