viernes, 4 de marzo de 2022

Vladimiro I

 

Hughes

Abc


Hace unos años, Putin erigió en Moscú una gigantesca estatua dedicada a Vladimir I, personaje histórico que comparten Rusia y Ucrania. Como hasta escribir 'Kiev' es ya sospechoso, no diremos Vladimir ni Volodimir, le llamaremos Vladimiro: Vladimiro I de Kiev, Vladimiro el Grande o San Vladimiro, el Gran príncipe de la Rus de Kiev, primer 'estado' eslavo y embrión de Rusia.

La historia de Vladimiro está contada en 'Vikingos' (Amazon Prime) una película rusa de 2016, más o menos cuando se levantó la estatua, a los mil años de su muerte. La película no es muy buena, vaya por delante, es entre mala y caótica, como un mal episodio de 'Juego de Tronos', pero resulta interesante por lo que cuenta o intenta contar, porque la figura de Vladimiro I es realmente asombrosa. Lo son las luchas legendarias con su hermano por la Rus de Kiev, en las que supo solicitar la ayuda de los vikingos, pero sobre todo su obra política y religiosa. Vladimiro observó que el paganismo que él mismo profesaba desordenaba su reino y mandó emisarios a estudiar las religiones del entorno. El Islam quedó descartado porque obligaba a la tristeza de no beber alcohol y eligió el cristianismo ortodoxo, decisión en la que pesó también la fascinación sensorial de Constantinopla.
 

Vladimir se convirtió, pasó de tener 800 concubinas a ser un hombre virtuoso que superaba en devoción y observancia a los obispos griegos, y el cristianismo se hizo religión oficial. Lo que resulta fascinante es la combinación de cualidades guerreras con la sabiduría para elegir la religión, clave de lo político. Primero ganó el estado (la Rus, para entendernos), luego el monoteísmo.

La figura de Vladimiro dice mucho de Rusia. Pletórico de fuerza y recursos, le faltaba algo fundamental que obtuvo fuera. Ese papel introductor lo repetiría Pedro el Grande, siglos después, al occidentalizar Rusia. Europa forma parte de ella.

La película, siguiendo la trayectoria de Vladimiro, empieza en los bosques nevados del norte y acaba en lo que parece ser el sol de Crimea y las aguas bautismales del Mar Negro. Dicho sea todo con perdón.