BUENOS DÍAS
Pepe Cerdá
Habré de ir acostumbrándome al hecho de que, habiendo dedicado la vida al arte, no he creído (en el sentido de tener fe) en la fantasía del artista de nuestra época ni un instante.
Es más, me ha desagradado más allá de lo razonable, más epidérmicamente, más alérgicamente, la actitud de la legión de artistas que he venido conociendo en estos años. La actitud de sentirse especiales, elegidos, de que los demás debían de ocuparse de ellos. He considerado esto como una minusvalía que debía combatir y que con tesón quizá, algún día, podría vencer. En el pasado intenté creérmelo e hice todo lo que pude, como si alguien sin vocación ingresara en un monasterio para que, haciendo ejercicios gimnásticos con el alma, a base de maitines, cilicios y laudes, encontrase la fe buscada y la gracia de Dios. Hoy puedo afirmar que no lo he conseguido. Mi escepticismo ha sido más fuerte que mi voluntad. No he conseguido “creer en mí” de ese modo obsceno, ciego y estúpido, con el que creen en sí mismos los artistas de verdad. ¡Qué le voy a hacer!
El caso es que por haber dedicado mi vida a intentar ser y sentir lo que no he sido ni sentido, ahora me veo prisionero de la imagen que los demás se han formado de mí, y de lo que suponen que soy por la abundante historiografía que desde Vasari se viene haciendo sobre las vidas de los artistas, que en nuestra cultura se parece mucho a la vida de los santos.
Hace unos días, sin ir más lejos, se apuntó a una cena una ciudadana que tenía gran interés en conocerme ya que había adquirido en el pasado varios cuadros míos. Manifestó su deseo de sentarse a mi lado para conocerme, mejor dicho para reconocer la “idea” que se había hecho de mí. En realidad quería cerciorarse. La idea que se había hecho de mí venía dada: por lo que le habían contao, por la lectura del dossier de prensa y los catálogos que le dieron cuando adquirió hace ya un par de lustros los cuadros a un galerista de cuyo nombre no quiero acordarme.
Entonces yo vivía en París. Ella tenía una actitud de provincianismo ilustrado y viajado gracias a la agencia de viajes del Corte Inglés, que permite hacer creer a sus clientes que ya están de vuelta de todo, o por lo menos de los sitios que “ya han estao” desde su “vasto” conocimiento del mundo merced a la tarjeta del Corte Inglés, cuando en realidad no han hecho sino pagar una entrada del parque de atracciones global en el que han convertido el mundo las agencias de viajes. Conocía muy bien, por supuesto, París, y por ahí empezó la conversación. Me contó, antes de que yo pudiese articular palabra, quién era yo. Hizo una relación de las épocas de mi trabajo y manifestó su alegría al conocerme al fin. El tono de su voz era engolado y un pelín autoritario. Creía estar ejerciendo un derecho. El derecho de los señoritos amantes del flamenco a tener desgañitándose a criaturas “cantaoras” hasta el alba. El derecho de los aficionados tras la corrida, tras ver jugarse la vida a los novilleros, a decirles lo que les parece en la tertulia del hotel tras su puro y su Cardhú.
Cualquiera de los miles de “artistas” que he conocido hubiesen estado encantados por la situación. Los más auténticos, luego los más fatuos, lo hubiesen considerado normal y hubiesen continuado la conversación,¡ consistente en hablar de sí mismos!, en el mismo tono ridículo y enciclopédico de la señora y hubiesen aprovechado para venderle algún cuadro más.
Pero para mí esto es imposible.
Me defendí de los halagos, en el fondo por delicadeza, con el sarcasmo y el cinismo más cruel que tuve a mi alcance. Y desde el sitio que lo recuerdo, es decir, hoy por la mañana, fui muy desconsiderado. Recuerdo la cara de la señora. Estaba entre el estupor y la mueca. Metí la pata otra vez más.
Y es que yo no soy un artista. No he estado inspirado ni un instante de mi vida; por eso los errores que he cometido, que son muchísimos, no pueden ser disculpados desde la loca pasión creativa, sino por la falta de sagacidad o de pericia. El decoro me ha impedido exigir al mundo que se doblegase a mi modo de ver las cosas, por lo que mi falta de ambición ha sido total. Además de esta particularidad, este decoro me ha impedido mostrar mis traumas e interioridades tal y como hacen la legión de artistas de ahora desde la impudicia más obscena. Es una especie de neo destape. Viene a ser una especie de “landismo” (no de Land Art, sino de Alfredo Landa), pero treinta años después de aquel destape y que se dirige a salidos más cultos.
Y aquí me veo vestido con mi hábito falso, sin posibilidad de ser otra cosa que la que parezco y con la imposibilidad de experimentar en conexión astral lo que me exigen los demás.
Buenos días.