domingo, 28 de noviembre de 2021

La indiferencia inglesa

Isadora Duncan

 

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc, 16 de Octubre de 2002


Zapatero, que es un líder, quiere colocar a Trinidad, que es una señora, de alcaldesa de Madrid, y Trinidad, para saber qué es Madrid, se ha puesto la chupa, como Alaska con quince años, y ha ido a Londres a preguntarlo, encontrándose con que en Londres nadie ha oído hablar nunca de Madrid. ¿Pero es que Trinidad no ha oído hablar nunca de la indiferencia inglesa?

A veces está uno en un restaurante y llega un inglés y se le sienta a uno en la mesa sin saludar, sin pedir permiso y sin mirarle a uno. He aquí, dice Julio Camba, a un inglés despectivo, cuyo ideal, mientras permanece a nuestra mesa, es demostrar que no está enterado de nuestra existencia.

Para realizarlo, el inglés se obstina en no mirarle a uno, y para lograrlo, desdobla un periódico y se pone a leer.

Este ardid resulta cómico, pero lo más divertido, para Camba, es ver a dos ingleses despectivos juntos, pues cada uno de ellos parece decirle a la Humanidad: «Yo no sé que haya nadie sentado a mi mesa. ¿Ven ustedes a este señor que está sentado a mi mesa? Pues yo no tengo la menor noticia de él. ¿Verdad que no se nota que yo le haya visto? Ustedes no saben la indiferencia que me inspira este señor.»

Algún español pensará que, en el caso de Trinidad, esta teoría de la indiferencia inglesa tiene un fallo: Trinidad es mujer, ¿y de qué clase de «gentleman» estaríamos hablando, si una señora pregunta por Madrid en Londres y no saben darle señal? Mas no hay tal fallo, porque en Inglaterra la teoría de la indiferencia es consecuencia de la teoría de la caballerosidad, y ésta, de la práctica de la política.

Camba cuenta que en uno de los restaurantes más elegantes de Londres, una señora, disgustada por el servicio, se puso a protestar. «Esto es un antro, una cueva. No se puede venir aquí.» El camarero se lo dijo al gerente, el gerente se acercó a la señora y le rogó que abandonara el local. La señora, indignada, no quiso obedecer. Entonces compareció el portero, que cogió a la señora por la cintura y la arrastró hasta la puerta. El salón estaba lleno de «gentleman», que contemplaban la escena con una vaga curiosidad. «Pero, ¿nadie toma aquí la defensa de esa señora? -le decía a Camba un amigo español-. ¿Es ésta la caballerosidad inglesa?»

«La caballerosidad inglesa, explica Camba a su amigo, consiste en estar bien vestido y bien peinado y en someterse al principio de autoridad, que en el restaurante está representado por el portero, y si uno se coloca en contra del portero, todo el mundo le dirá a uno que no es un «gentleman».» Es decir, que en Londres, foco del feminismo universal, para defender a una señora, no basta el hecho de que sea señora, sino que, además, es necesario que tenga razón.

Trinidad ha probado la indiferencia inglesa, pero su reacción -españolísima- es pensar que esa indiferencia es hacia Madrid. ¿Qué hacer? Trinidad acudió a Anthony Giddens, el Arriola de Blair, que le vendió una tercera vía: que Madrid se busque un elemento identificador. Unas pegatinas, tal vez. Porque Giddens vive de la «School» de Bernard Shaw, aquel a quien Isadora Duncan hizo la proposición famosa: «Dicen que tengo el mejor cuerpo de Europa. Usted tiene la mejor cabeza del continente. Nuestros hijos serían perfectos.» A lo que Shaw respondió: «Queda el peligro de que sacaran mi cuerpo y su cabeza.» Giddens, que escribe como Duncan y baila como Shaw, aplicó la fórmula a la sociología y le salió la Tercera Vía, esa cosa que anda con la cabeza de la socialdemocracia y el cuerpo del capitalismo.

 

Bernard Shaw