domingo, 24 de octubre de 2021

Más serio está el toro


«No hay torero más bonito que Pepe Luis.»

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc, 21 de Agosto de 2002

 

Decíamos que andar, andar, sólo saben andar los toreros. Los demás, desde políticos hasta centrocampistas, pasando por todos esos profesorales tragaldabas de los cursos de verano, se mueven por sus pies de un lugar a otro, que es otra cosa. Tal vez el asunto no parezca muy actual, pero, bien mirado, ¿qué tiene que ver con uno la actualidad?

La actualidad no es más que esa sopa boba que los periódicos de ahora, como las fondas de antes, sirven fría. Su reparto, además, está en manos de los progres -no confundir con los rojos-, que se pasan la vida como el pájaro-cerrojillo la noche: piando y chirriando. ¡Menudos pájaros, los progres! Un canario-flauta pía/chirría haber descubierto a Stefan Zweig y se convierte en lechuza de Minerva. Para eso son los dueños del adjetivo, y el adjetivo es todo en la actualidad: todo lo que está bien, todo lo que está mal.

Lo peor de esta moral laica es que no concibe nada que no sea digno de adoración, con lo cual no le queda a uno más remedio que pasarse el día sufriendo y sacrificándose por todas las cosas: por la conversión de los americanos, por el alma más necesitada, por los poetas que padecen persecución, por los navegantes y, por supuesto, por la paz. De derechas o de izquierdas, el progre habita esa zona media, equilibrada, accidentalista e inexpugnable que describió Pemán, y que es, dicho sea con su sorna, como una cordillera de dogmas tranquilos: «España está defendida por los Pirineos y por las beatas.» Es decir, (hoy) por los progres, sus sucesores, por mucho que anden como el sacristán, que quiere que en la calle no lo tomen por eclesiástico.

Detrás de los trisagios antitaurinos de Vicent, nadie puede dejar de ver a aquella beata pemaniana, con perillita y rosario de cuentas de lapislázuli, que en el tren, en medio de la conversación masculina, leía moviendo los labios un Kempis con pasta de concha. «¿Qué te aprovecha disputar altas cosas si no eres humilde?», bisbiseaba la buena señorina, mientras los hombres hablaban de la bomba atómica y de la penicilina. Y cuando la conversación derivó hacia los toros, la beata alzó los ojos de su Kempis para decir con dulce firmeza: «De todos modos, no hay torero más bonito que Pepe Luis.» Y siguió leyendo sobre la vanidad de las cosas humanas.

Hoy no hay, incluso para los progres, «torero más bonito» que José Tomás, el único torero con Noche Triste -aquella «rota» de junio, cuando hizo añicos algo precioso, «igual que se rompió un vaso de alabastro a los pies del Señor»-, que todas las tardes torea con la mano izquierda, aunque conozco a gente que lo sigue sólo por verlo andar, como los feligreses de aquel rabino de Praga que iban a la sinagoga sólo por verlo atarse los zapatos. Triunfo del gusto sobre la democracia.

Los revisteros llaman «mística» a esa indolencia de los toreros serios, que son lo contrario de los toreros descarados, de los cuales, decía Corrochano, no cabe esperar nada, como no sea alguna incorrección. Una vez que un revistero mejicano le preguntó por qué toreaba tan serio, Manolete respondió: «Más serio está el toro.»

Los andares de Manolete maravillaban por el aroma de solera seria y concentrada que derramaba sin proponérselo. Según Gerardo Diego, había nacido para la majestad, pero le faltaba la corpulencia y la armonía que la majestad exige: «Y ésta fue la única tragedia íntima del toreo de Manolete desde el punto de vista de la estética.» Éste es el misterio de los andares que hacen gritar, no «¡Pivote, pivote»!, sino «¡Torero, torero!» ¿No redujo John Ford toda la historia del cine a ver caminar a Henry Fonda?

 

Henry Fonda