domingo, 17 de octubre de 2021

El bustrofedonismo


«Estoy triste. He visto una mariposa negra

 entre las encinas del Pardo.»

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc, 31 de Julio de 2002


La democracia garantiza alfabetización, no cultura, de modo que, donde reina, todos los votantes pueden refugiarse detrás de una escritura, que no sería sino la expresión de su «statu quo»: por eso a Richelieu, que no era demócrata, le bastaban tres líneas de la escritura de alguien para hacerlo ahorcar.

«Parece mentira que, siendo conde, escriba usted tan bien», le dijeron a Foxá en «Floridita», el bar de Hemingway, buen progresista y, por tanto, un esnob que sólo hablaba a Foxá de cuanto conde o marqués había conocido en su vida.

¿Qué hay de cultura en la escritura? La escritura occidental discurre de izquierda a derecha, como su economía. La escritura oriental, en cambio, lo hace de derecha a izquierda, como su política. Y luego está esa escritura japonesa que encontramos en las cartas de los restaurantes «zen», hecha de arriba abajo, como su jerarquía estilo imperio, aunque el emperador dimitiera de Dios hace lo menos medio siglo. Pero la escritura española, de un tiempo a esta parte, parece inclinarse hacia una manera de escribir que consiste en trazar un renglón de izquierda a derecha, y el siguiente, de derecha a izquierda, como su historia. O sea, hacia el bustrófedon. ¿O era el bustrofedón?

El «Diccionario de Grecismos» del padre Rufo Mendizábal y el «Ideológico» de Casares la prescriben esdrújula, pero Gerardo Diego prefería la forma aguda, con su acento empujando el surco que se iba hundiendo en la tierra, porque se pasó la vida viendo practicar el bustrofedón a los tractores: «Al llegar al límite del campo, se hace la maniobra y se invierte el sentido para continuar labrando sin perder tiempo: la lógica aldeana es perfecta.»

Es la clase de lógica que aplican quienes, entre nosotros, por considerarse más adelantados que nadie, afectan escandalizarse por el hecho de haber puesto una bandera en el monte Perejil... «al alba y con viento duro de Levante...», frase que juzgan de habla bonita y arpegios pajaroideos. Se ve que, en nuestra cultura democrática, la expresión correcta hubiera sido «...de madrugón y con un ventarrón de tres pares de cojones...» Sin embargo, son los mismos que no hace tanto tiempo fingían desmayos y bucheos de paloma al leer los bandos de Tierno, trasunto de las empresas sacras del jesuita toledano Núñez de Cepeda.

¡Adiós, Julio, «mes varonil, alegre y fecundo»! Para pasarlo, los ingleses tienen la serpiente del lago Ness, los franceses tienen la serpiente multicolor del Tour y nosotros tenemos la serpiente caqui de nuestro guerracivilismo marroquí: primero el barranco del Lobo, después Annual, y ahora, Perejil, que nos ha dejado la duda de las faenas mediocres: ¿quién ha toreado a quién? Lo malo de los bustrofedónidos y su suave escepticismo mundano es que, oyéndolos, cualquiera diría que el Gobierno viene de montar, en lugar de un Perejil, otro Casas Viejas -«Ni heridos ni prisioneros: tirad a la barriga»-, cuyo responsable, por cierto, ya que andamos en este ir y venir bustrofedónico, sí que era cursi: «Día 18 de julio. Doy orden de armar al pueblo.» Y de seguido: «Estoy triste. He visto una mariposa negra entre las encinas del Pardo.»

El bustrofedonismo es una especie de noventayochismo periférico, pero con boina. No es señalar a Baroja, que tenía la vista bastante más larga. Baroja era de la teoría de que ha de llegar un día en que España deje de ser un país de pueblo para convertirse en un país de ciudad: «El Norte de África se habrá civilizado y la Península será un paso de un continente a otro.» Pero quizá entones algún español recalcitrante se queje y diga: «¡Cuánto mejor se vivía antes!» Queja, decía, que podría repetirla un descontento en el paraíso de Mahoma o en el Nirvana de Buda.


Baroja