viernes, 4 de diciembre de 2020

La memoria

 


Cuba 2018

 

Fotos de mi sobrina Beatriz Fernández

 

Francisco Javier Gómez Izquierdo

 
       Noto que voy perdiendo la memoria a pasos agigantados. Más que ensombrecer recuerdos, de lo que me veo incapaz es de recordar lo que viví hace un año, un mes e incluso una semana. Devorador de fútbol, no recuerdo resultados de partidos de la última jornada; jugadores de segunda división a los que antaño en la tercera jornada ya me sabía hasta el pueblo en el que nacieron hoy dudo en qué equipo están si alguien me lo pregunta de sopetón y en demasiadas ocasiones soy incapaz de ubicarlos en sus nuevos clubes. La memoria, que tantas alegrías y vida me ha dado, la estoy perdiendo y empiezo a preocuparme por si "esto" es enfermedad de las terribles o lógica degeneración natural.
       

La alta consideración que he tenido siempre por la memoria podrá achacarse a vana presunción o a aquella mala educación franquista en la que se nos "obligaba" -¡qué barbaridad, señora mía!- a recitar los cabos y ríos de España, las capitales del mundo y la canción del Pirata o "las nanas de la cebolla", conforme ibas pasando cursos. Después del bachiller superior había un COU que acabé con buena nota pero no fui a la universidad por circunstancias que no vienen al caso.
      

Mi chico ha sido buen estudiante. Los sistemas educativos fueron poniendo trabas a sus capacidades; los ministros, consejeros y delegados de educación que se han padecido en Andalucía han hecho lo posible porque los alumnos se esfuercen lo mínimo, aprendan cada vez menos y abominen de la memoria. "Loritos" dicen los de las camisetas verdes que son los alumnos que la gastan buena. Cuando empezó aquella persecución de la memoria no me lo podía creer. "¿Cómo es posible que personas dedicadas a la enseñanza la demonicen?", me preguntaba. La respuesta vino de varios maestros, de los "antiguos" y que alguno, antes de jubilarse, tocó a mi chico: "Algo se persigue. La profesión que en mi caso fue vocación, está infectada y muy podrida. Interesan camadas asnales y que sólo las élites puedan pagar la educación de sus hijos". Las élites son hoy aquéllos que convencen a las primeras remesas de incautos educados con libros de colorines que pasar de curso con suspensos, no saber español en España y no permitir que los padres elijan colegio con principios cristianos es lo correcto y además debe ser obligatorio. Mientras el pueblo -"la gente"- se entretiene con las bondades de "la educación pública", la perversidad de la concertada y no digamos la asquerosa privada, las élites, con la leche de las ubres del Estado amamantan sus criaturas y las llevan bien alimentadas a colegios ingleses, alemanes, franceses... Algún elemento de las parcialidades más beligerantes de las que en el Congreso pontifican en la defensa de "la pública" hasta se atreve a internarlas en Boston (Massachusetts) con el generoso peculio con que "la gente" premia sus desvelos por el progreso del pueblo.
    

¿Y la memoria? De la memoria, las élites de hoy, como decía el maestro don Rafael, han tenido la osadía de hacer una ley para regular lo digno de ser recordado y lo que ha de permanecer en el olvido. La memoria es una abstracción sometida a la tutela de intérpretes que nos irán explicando lo procedente por justo y conforme a ley. A tal extremo llega la nueva definición de memoria que si usted cree recordar episodios dolorosos y traumáticos vividos por usted y su familia porque Zabarte Arregui o Arizcuren Ruiz, un poner, dieron matarile a algún allegado, usted tiene maleducada la memoria, pero si no se sabe de pe a pa los republicanos que delató Ramón de Carranza en 1936 no sólo es usted un cretino. Es usted un fascista redomado.
      

¿Qué pinta uno ya, ante este panorama?