miércoles, 8 de mayo de 2019

Los Melquiades



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El diario gubernamental decide que “las urnas castigaron la crispación” (?) y el walpolismo de Sánchez encumbra a Rivera y Casado como los Melquiades de la Muy Leal Oposición, cosa que nos dejó el walpolismo verdadero, junto con los “burgos podridos” que citaba (mal) Azaña, que hoy serían, de creer a los medios, los que votan a Vox.

Los Melquiades son los hijillos políticos de don Melquiades Álvarez, quien, visto por el Caballero Audaz, no fue más que un orador, un gran artista de la palabra, un magnífico esteta del verbo que en la política sólo veía temas para su oratoria: ¡Ah, “el desorden de su braceo, ese encorvarse a lo tigre, ese ceño fruncido, el silencio para exasperar la curiosidad”!…

El maestro de las ambigüedades políticas, que no hacen otra cosa que envilecer al pueblo.
No fue jefe de un partido que se hubiese llamado Reformista-liberal-monárquico, pero tampoco de un Partido Reformista-republicano, y de pronto don Melquiades se sacó de la chistera un conejo, la Accidentalidad de las Formas de Gobierno, que encandiló a la pléyade de escritores, catedráticos, clase media, gente miedosa y cauta que se balanceaba en la cuerda floja del oportunismo. La doctrina de la Accidentalidad, “sólo como táctica de las luchas políticas”, la puso el pedantón de Pérez de Ayala, paisano suyo, mezclando disparates con conceptos del “Diccionario de Alcubilla”, que era la biblioteca de don Melquiades.
Un Rey constitucional –escribía Ayala, uno de los tres jinetes del Apocalipsis de Pitita que traerían la República– es en el cuerpo nacional lo que el ombligo en el cuerpo humano: una reliquia de la tradición, un arrevique decorativo.
A don Melquiades la guerra civil lo sorprendió en Madrid. Su República lo encerró en la Modelo y en agosto los milicianos lo asesinaron. “Indeciso ante la vida, pero firme ante la muerte”, que fue heroica.
Pobres Riveras y Casados, “melquiadeando” en la accidentalidad porque “las urnas castigaron la crispación”.