lunes, 13 de mayo de 2019

Los que se elevan y los que no saben volar

En "Aurora. Pensamientos sobre los prejuicios morales" (1881)



Jean Juan Palette-Cazajus

¿Qué tienen en común las contumaces manifestaciones de los “Chalecos amarillos” residuales, la reaparición de los casos de sarampión en varios países de Europa y la muerte de dos soldados de las fuerzas especiales francesas en una operación de rescate de rehenes en Burkina Fasso? A primera vista tan poco como el culo con las témporas. Pero mi personal y sin duda discutible percepción de las cosas me susurra que detrás de las tres heteróclitas situaciones encontraremos las devastadoras mutaciones ejercidas por las redes sociales sobre los territorios del conocimiento y de los comportamientos sociales. Metido en otras faenas, no tenía la más mínima intención de escribir estos párrafos apresurados, en el fondo simple reacción a un suceso que me revolvió las tripas: las circunstancias de la muerte de los dos militares aludidos al principio.

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) creó el concepto de “modernidad líquida” para referirse a nuestras sociedades posmodernas: “La vida líquida es precaria, vivida en unas condiciones de incertidumbre constante”. Pero hoy, dicen los politólogos de última hornada, más bien conviene hablar de estado “gaseoso” de las sociedades, incluso de “volatilidad”. Lo que significa que la cosa ya se ha vuelto francamente explosiva y descontrolada. Y así un buen criterio para entender la volatilidad de las redes sociales puede ser el de referirla a la historia del libro, lo mismo en tanto que objeto educativo como en su vieja dimensión simbólica de receptáculo del saber. El que lee un libro sabe que nunca podrá llegar a leer más que una parte infinitesimal de los que existen. Sabe, o al menos intuye, la infinita complicación de los saberes. Para las redes sociales, este tipo de aproximación al conocimiento, la actitud mental que presuponía el libro, sólo son ya referencias arqueológicas. La cháchara, se convierte en categoría asertiva, se cree o pretende ser “performativa” (“la que al enunciarse realiza la acción que significa”). Se evaporaron las exigencias del esfuerzo reflexivo, no digamos las de la duda. El único criterio de veracidad es estadístico: me gusta/ no me gusta. Desapareció la noción de discrepancia. Quien piensa distinto está en otro grupo “algorítimico”, en otro planeta, a cuyas opiniones me interesa acceder tan poco como ellos a las mías. Las redes de la mundialización cultural solo han conseguido reproducir la división paleolítica del mundo en pequeñas tribus autistas y enfrentadas.

Friedrich Nietzsche

A veces uno puede intuir que algo no funciona, que algo suena a falso. Pero terminará aceptando la verdad del grupo, aquella que lo tranquiliza, que lo conforta y garantiza la perpetuación del vínculo comunitario. Inmediatamente después del resultado de las pasadas elecciones generales, algunos residentes de Facebook, de perfil particularmente cavernario, empezaron a hablar de “posible pucherazo”. La cosa era gorda y parece que no acabó de despegar, pero entendí de pronto que esa gente, no precisamente unos “geeks” de vanguardia, había entendido perfectamente el concepto de “viralidad” y pensaron poder suscitarla a su favor. De haberse difundido viralmente el bulo, ellos mismos habrían terminado considerando de buena fe que era la verdad objetiva. Y esto mismo ocurre con los nuevos y numerosos casos de sarampión que aparecen claramente vinculados a la ausencia de vacunación. Los enemigos de la vacuna siguen en sus trece. Por más que los científicos demuestren que las ventajas de la vacuna son inconmensurables con las posibles consecuencias indeseables señaladas en los prospectos. Por más que los casos comprobados de efectos negativos sean tan escasos que ni siquiera dan para establecer una cifra estadística. Si les señalan los varios casos mortales recientemente ocurridos, son capaces de contestar, como lo hizo alguno, que más muertes ocasiona la carretera. 

Y es que las redes sociales han permitido a muchos sacudirse el complejo de la jerarquía y la legitimidad del saber. Si el cuerpo médico me expone sabias y argumentadas razones para demostrarme la necesidad de la vacuna tengo derecho a rechazar la arrogancia de las élites instruidas que me quieren imponer “su” verdad. A menudo sospechosamente complicada. Lo que no comprendo bien no puede ser de fiar. En las redes me dicen, con palabras sencillas y rotundas, que la vacuna es mala: tienen que estar en lo cierto. El mismo proceso de “lumpenización” del saber vino definiendo el autismo resentido de los “Chalecos amarillos”. No insistiré sobre el tema. Ya le infligí al lector masoquista 5 trabajos que recalcaban, entre otras cosas, el papel crucial de los grupos de Facebook en el estallido y la continuidad del movimiento. No supimos anticipar la ola de igualitarismo desesperado que recorrió subterráneamente las sociedades con la absoluta democratización del acceso a las técnicas digitales e informáticas durante los últimos 20 años. En las redes ya no pesa la demostración, la comprobación, la verificación: el principio de su funcionamiento es la “isonomía” fundamental de todas las opiniones.

Alain Bertoncello (1991-10 de Mayo de 2019)

Peor valoramos todavía la otra ola concomitante, la del terror al anonimato que proclama el derecho de cada uno a sus migajas de protagonismo social. Si me hago zelote de la secta antivacuna, si me pongo el “chaleco amarillo”, me erijo en miembro de minorías mediatizadas y “rebeldes” y creo sacar la cabeza fuera del magma anónimo. Resumiendo: ni mis opiniones ni mi derecho a la “distinción”, como decía Bourdieu, necesitan legitimarse con requisitos o méritos particulares. Todo lo apuntado, desde el principio, nos aboca en línea recta al Nietszche de la “Genealogía de la moral”: «La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores: el resentimiento de aquellos seres a quienes les está vedada la auténtica reacción, la reacción de la acción, y que se desquitan únicamente con una venganza imaginaria. Mientras que toda moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo, la moral de los esclavos dice no, ya de antemano, a un “fuera”, a un “otro”, a un “no-yo”; y ese no es lo que constituye su acción creadora. Esta inversión de la mirada que establece valores, este necesario dirigirse hacia fuera en lugar de volverse hacia sí, forma parte precisamente del resentimiento: para surgir, la moral de los esclavos necesita siempre primero de un mundo opuesto y externo, necesita, hablando fisiológicamente, de estímulos exteriores para poder en absoluto actuar, su acción es, de raíz, reacción». 

 El operativo de las fuerzas especiales francesas iba dirigido al rescate de los dos rehenes de un grupo yihadista en Burkina Fasso. Luego descubrieron que había otros dos rehenes imprevistos, una mujer surcoreana y una americana. Aquello requirió un amplio despliegue logístico pero la intervención crucial y última incumbió a un grupo de veinte combatientes de élite. Murió pues el 10% de los efectivos implicados lo cual es un porcentaje de difícil aceptabilidad en los actuales ejércitos occidentales. Por más que ninguna operación militar sea tan improbable, tan al hilo de lo imposible, como la de rescatar con vida unos rehenes. Por esto mi mala leche inicial se dirigió inmediatamente hacia la ligereza de los dos rehenes franceses que habían sido secuestrados, días antes, en unas zonas desaconsejadas del norte de Benin. Aparentemente dos “bobós” muy representativos. Me imaginaba los selfies, los comentarios y las fotos, en directo sobre Instagram o Facebook, en plan “¿Dr Livingstone, I presume?”, el cosquilleo de la aventurilla, que a punto estuvo de terminar de muy mala manera. Pero, a partir de ahora, la posibilidad de seguir contándola pagada con la vida de dos profesionales del riesgo de morir. De morir “de verdad”, como le recordaba el torero Mazzantini al comediante que lo increpaba. 

Cedric de Pierrepont (1986-10 de Mayo de 2019)

Luego, la publicación de algunos detalles de la operación, al filo de las horas, terminó de helarme la sangre: «Los militares se infiltraron en una zona descubierta, a lo largo de 200 metros, en medio de una noche cerrada, a pesar de la presencia de centinelas, dirigiéndose hacia los cuatro abrigos del campamento. Quedaron detectados a unos diez metros y oyeron claramente como los secuestradores amartillaban sus armas...»  refiere el Estado Mayor. Y ahora, lo terrible: «...decidieron dar el asalto sin disparar para evitar bajas entre los rehenes. Murieron entonces los dos soldados Pierrepont y Bertoncello, cada uno al abordar un abrigo, prácticamente a quemarropa».

¡Es decir que se sacrificaron! Mientras el ombliguismo y la garrulería de las redes ensordecían el mundo, en el más absoluto silencio y anonimato, “en el corazón de las tinieblas” y del desierto, dos seres humanos asumieron espontáneamente los fundamentos absolutos de la exigencia ética. Fueron la aristocracia verdadera en su terrible aporía: la muerte de los mejores es la que permite la vida de los mediocres. Nietszche, hace un instante: “...toda moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo...”. 

(Si podemos conocer sus rostros, es únicamente porque han muerto).