sábado, 23 de diciembre de 2017

El Clásico



Francisco Javier Gómez Izquierdo

       Los Madrid-Barcelona me gusta verlos como si estuviera de ejercicios espirituales. En el salón de mi casa y con mi doña, que es madridista y no soporta ver en directo los partidos, entretenida en la cocina o colocando armarios. Hoy, en esas vísperas de Navidad tan peligrosas para el equilibrio de cada cual, lo he visto rodeado de exaltados en mesas de bar-restaurante. A los tarados por el fútbol nos incomoda lo indecible tener que ver este tipo de acontecimientos en semejantes condiciones, pero uno viene de la educación de los sesenta y setenta y asume el cumplimiento de ciertas obligaciones.
       
Desde pretemporada, en los vaticinios que solemos hacer los que creemos saber de la ciencia balompédica, un servidor estaba convencido hasta las 15,00 horas de hoy día 23, día de Santa Victoria, que el Real Madrid no tendría rival en Liga y quizás tampoco en Europa. Más que nada y sobre todo por plantilla. Uno creía que el entrenador Zidane suponía como alineador el 1% del equipo y que ese 1% de influencia no tendría que resultar perjudicial ni mucho menos irreparable. Las victorias y sobre todo los títulos dicen que lo avalan. Los que hablábamos de la fortuna del francés, ratificada por él mismo, nos fuimos reservando las impresiones. Hoy Zidane ha ejercido de entrenador, entrenador y como quiera que en la supercopa hizo de la necesidad virtud, echando mano de Kovacic por ausencia de Casemiro, ha creído que la clave es Kovacic para anular a Messi, sin tener en cuenta que en el Madrid la iniciativa la deben llevar sus propios peloteros. Para tal menester están por ejemplo Isco, Asensio e incluso Ceballos, del que no se sabe qué concepto tiene Zinedine Zidane. No es cosa de juzgar como los tramposos a posteriori la alineación blanca, pero a mí me chirriaba Kovacic, como supongo chirriaría a los culés ver a Vermaeleen en el Barcelona. Kovacic y Vermaeleen me parecieron dos extraños cuando se cantaron los onces a las doce y media y si bien con Vermaeleen pasaba como con Kovacic en la Supercopa, que jugaba porque no había otro, la inclusión de Kovacic anticipaba un canguelo innecesario de Zidane y una renuncia insólita a gobernar el partido por el Madrid. Aquello olía a contraataque y Valverde, que es fino, listo y yo diría que discreto, entendió que lo conveniente para los intereses culés era que el Madrid atacase... y el Madrid atacó el primer cuarto de hora, pero sin escuadra (trotón Modric) y sin cartabón (amodorrado Kroos) fiándolo  todo a la inspiración de un Cristiano, del que prefiero no decir nada, y de un Benzemá sentenciado por el Bernabéu. A partir del minuto 20 y hasta el final de la primera parte sólo es destacable la soltura de Paulinho para cogerle gusto al clásico. Este Paulinho es como un reloj que me encontré hace siete u ocho años con el cristal rayado, y al que desde entonces sólo he tenido que cambiarle la pila cada dos años. Es feo y no parece elegante, pero da las en punto con mas precisión que un Rolex.

      La segunda parte fue de Valverde. Al menos así me lo pareció. Bajó a Messi o bajó éste porque le dio gana y tanto Kovacic como Casemiro intentaban no perderlo de vista, pero Messi además de chupar, pasa, y en una de ésas se vio la mano de Zidane en el disciplinado cumplimiento de las órdenes del entrenador por parte de Kovacic que optó por seguir al argentino en vez de parar a su compatriota Rakitic como fuera. Increíble la secuencia del inicio del 0-1 que avergonzará de por vida al croata del Real Madrid. Ahí acabó el partido, pues el Madrid enloqueció y Valverde decidió contraatacar en una mañana propicia para su juego defensivo, que hasta Vermaeleen, después del primer susto, pareció asentarse como si lo tuviera por costumbre.
    
Sorprende más de una ausencia del Madrid y sorprende el comportamiento de más de una presencia. No sé si son suficientes para justificar la derrota madrileña ante el “eterno rival”, pero creo que es al menos reprochable la zanja de puntos que ha se ha dejado cavar sin acertar en el remedio. Tenía intención de simplemente desearles las felices fiestas y el próspero año nuevo de todas las navidades, pero no me ha podido el genio y me he atrevido a poner algo sobre el partido, ahora que ya he subido a casa y me dispongo a preparar la maleta.

    Además de los buenos sentimientos  de rigor, les deseo a todos ustedes mucha salud. No creo haya mejor cosa que desear.