Turcos contra griegos
Jean Juan Palette-Cazajus
En el último episodio, era mayo de 1919 y dejábamos las tropas griegas recién desembarcadas en Esmirna. Entusiasmo de la comunidad griega y terror de la población turca inmediatamente sometida a terribles sevicias. Para entender lo que va a ocurrir es preciso contemplar un instante la agonía del Imperio Otomano. “El hombre enfermo de Europa” lleva un siglo arrastrando sus achaques. La propia casta gobernante es consciente del retraso acumulado en todos los campos pero la Sublime Puerta cree que la modernización amenaza el Islam. Se abrió un período de esperanza, el de los “tanzimat”, de la reorganización, culminado con la promulgación, en 1876, al principio del reinado de Abdül Hamid II, de una Constitución Otomana. Pronto abrogada por la presión de los más conservadores y el propio talante del nuevo sultán.
Último sultán autócrata, Abdülhamid II manipula las masas analfabetas con el espectro de un Islam amenazado por las reformas occidentales. Entre 1895 y 1897, frente a la exasperación de las minorías, pondrá en marcha contra los armenios las masacres conocidas como “hamidianas”. La técnica es la habitual y servirá más tarde para el posterior genocidio definitivo. Consiste en pretextar afrentas al Corán o al Profeta y azuzar los perros más ruines del lumpen social. En este caso concreto la caballería “hamidiye”, anárquica tropa de violadores y saqueadores reclutada entre las tribus kurdas nómadas. Murieron entre 200 000 y 300 000 armenios, 100 000 fueron forzados a la conversión y 100 000 mujeres fueron raptadas para harenes y “usos” familiares. En la pedrea perecieron también algunos miles de griegos pónticos y de cristianos de rito siriaco residentes en el centro este de anatolia. Las masacres hamidianas fueron el aperitivo, el plato fuerte estaba por venir.
Constantinopla en 1895
El terror aterroriza un tiempo los problemas y al final los empeora. El 24 de Julio de 1908, entre anarquía, hemorragia de territorios y motines varios, se hacen con el poder los llamados “Jóvenes Turcos”. Así se hacen llamar los miembros del CUP (Comité Unión y Progreso). Hay una mayoría de oficiales y buena parte de los jóvenes y escasos intelectuales. Los une el odio al sultán y la urgencia de cambiar las cosas. Los dividen tres tendencias poco compatibles, la occidentalista, la turquista y la islamista. Abdül Hamid II suscita entonces a su alrededor una frágil coalición de privilegiados palaciegos y turbas islamistas que arroja del poder a los Jóvenes Turcos. Estos recurren al ejército de Macedonia, el mejor preparado y más predispuesto a su favor, que marcha sobre Constantinopla. Abdül Hamid queda destituido y lo sustituye su hermano Mehmet V. El sultanato ya no es más que una fachada decorativa y el 24 de abril de 1909, asumen el poder los llamados “tres bajás”, Enver Bajá, Talaat Bajá y Djemal Bajá, que restauran la Constitución de 1876.
Ellos son la facción “turquista” de los Jóvenes Turcos. Son occidentalistas en los aspectos científicos, técnicos, industriales así como en la política y la organización social. Mantienen la fidelidad al Islam como columna vertebral de los valores morales y familiares. Esta dimensión nacionalista turca es absolutamente novedosa. El Imperio “otomano” jamás se autodefinió como Imperio “turco”. Se regía por el eterno concepto islámico de la “Umma”, la comunidad de los creyentes. Era un imperio multiétnico y multirreligioso donde quienes dominaban no lo hacían por turcos sino por musulmanes. Osmanlí, Otomana, se calificaba la dinastía y otomana era toda la casta gobernante que rodeaba la Sublime Puerta, de la cual podían formar parte los “dhimmíes”, los “infieles” de segunda clase, cuando sus competencias eran imprescindibles. Era el caso de la élite de los griegos “fanariotas” de Constantinopla.
Mustafá Kemal, joven y disfrazado de jenízaro
La lengua oficial del Imperio era el llamado turco osmanlí. Escrito con alfabeto árabe y plagado de palabras de esa procedencia, su retórica complicada y encorsetada dificultaba la expresión de un pensamiento moderno y proclamaba su naturaleza privativa de lengua del poder. Su reforma fue un objetivo primordial de la revolución kemalista. Como el Islam prohibe esclavizar las musulmanas, los sultanes solían ser hijos de las esclavas cristianas del Harén, griegas, armenias, caucasianas, circasianas. Armenia era la madre del propio Abdül Hamid II. En las postrimerías del Imperio otomano, el adjetivo “turco” había adquirido el sentido de “patán”. Turco era el pueblo bajo mientras las clases medias eran mayoritariamente cristianas. Hacia 1910, 50% del capital industrial otomano está en manos de los griegos, 20% en manos de los armenios, 5% en las de los judíos, 10% pertenece a extranjeros. Sólo un 15% está en manos étnicamente turcas. El rencor de una masa musulmana miserable y totalmente analfabeta, la instrumentalización de sus peores instintos, fueron la materia prima con que trabajaron siempre los artesanos del horror.
Cabeza pensante de los Jóvenes Turcos fue Ziya Gokälp y adepto del “panturanismo”. “Turan” era una zona de Asia Central, supuesta cuna de los pueblos uralo-altaicos y turcómanos. Hoy se sabe que Turán solo era un mito y es muy cuestionado el propio concepto uralo-altaico. Pero la proximidad lingüística y cultural entre la Turquía actual y los países del Asia Central, como Azerbaiyán,Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajistán y otros, sigue siendo intensamente potenciada por la política exterior de Erdogan y la presencia turca es omnímoda en aquellos países. La posibilidad de una comunidad de estos pueblos musulmanes hoy llamados túrquicos, parecida a la odiada Comunidad Europea pero opuesta a ella, obsesiona el cerebro de los actuales gobernantes turcos. Cuando los Jóvenes turcos consolidan su poder en los albores de la Primera Guerra Mundial, el Imperio otomano ha perdido la totalidad de sus posesiones europeas conservando, hasta hoy, la sola Tracia oriental. Italia le ha arrebatado Libia. Egipto lleva tiempo prácticamente independiente. Túnez ha sido ocupada por Francia y los árabes del Medio Oriente tienen veleidades de independencia. Los Jóvenes Turcos llegan a la conclusión de que la nueva nación deberá replegarse sobre Anatolia y basarse en la cohesión étnica y religiosa. La desvalorizada etnicidad turca pasa a ser promocionada, enaltecida y mitificada. Empieza incluso una manipulación de las fuentes históricas y etnológicas que verá su apogeo durante el régimen kemalista y sigue siendo norma bajo el sistema de Erdogan.
Infantería kemalista hacia 1920
El problema es que la peculiaridad histórica y religiosa del Imperio otomano había complicado seriamente la cuestión étnica. Vimos cómo buen número de los dhimmíes se habían convertido al Islam para librarse del agobio fiscal y de la discriminación jurídica. El predominio de la religión sobre la etnicidad favoreció las mezcolanzas. Basta observar que los países túrquicos comparten un indudable fenotipo asiático, no siendo el caso para la inmensa mayoría de los turcos. Pronto la “turqueidad” étnica aparecerá inseparable del Islam y el criterio religioso demostrará finalmente su papel fundamental en el genocidio armenio y a la hora de la “Gran Catástrofe” de los griegos. Hay quien sigue creyendo que fueron unos gobernantes occidentalizados los que planearon el genocidio armenio. Científico, técnico o sociológico, el interés de los Jóvenes Turcos por Occidente era utilitario. Pero eran hostiles a sus valores culturales y éticos. Usaron la razón instrumental y desecharon la razón crítica. Daesh mantiene idéntica relación con el saber occidental e idéntica incapacidad de reconocer la humanidad fuera del perímetro de sus creencias.
Exterior a nuestro propósito concreto, la sombra del genocidio armenio planeará sobre los acontecimientos que vamos a relatar. Es hora de asomarnos a la figura de Mustafa Kemal (1881-1938). Salvador del país, demiurgo de la Turquía moderna y progenitor de la profunda esquizofrenia que fundamenta su identidad actual. El celo férreo con que la Turquía oficial controla su biografía alimenta la proliferación de dudas y rumores sobre sus orígenes, su orientación sexual y su vida privada. Nacido en Tesalónica, entonces con mayoría de población judía, parece que se rebela muy joven contra la indigencia de la educación coránica. Ingresa pronto en una escuela militar. De joven, lee los autores de la Ilustración y admira la Revolución francesa y la figura de Napoleón. Consciente de la catastrófica situación del Imperio y de la urgencia de cambios profundos, se acerca a los Jóvenes Turcos si bien con manifiesta desconfianza crítica. Difiere de ellos en su profunda voluntad de occidentalización y su acérrima crítica del Islam. Se convierte en héroe nacional dirigiendo la resistencia victoriosa de los turcos durante el sitio de Gallípoli (1915/16). Muy activo política y militarmente durante el resto de la guerra, le indigna la capitulación de Turquía en el armisticio de Mudros (30.10.1918), que pone fin al Imperio otomano y somete el país a la ocupación de británicos, franceses e italianos.
La Megali Idea en una estampa griega de 1920
Pronto Mustafa Kemal y sus partidarios entran en disidencia contra Mehmet VI (1861-1926), último y efímero sultán, entre 1918 y 1922, al que consideran simple marioneta de las potencias vencedoras. Estalla la guerra civil entre kemalistas y sectores religiosos favorables al sultán. Estos arrancan las uñas y descuartizan vivos a los militantes kemalistas. Los kemalistas replican con ejecuciones sumarias pero llevan las de perder. Mas cuando el sultán firma el Tratado de Sèvres que consagra el despedazamiento de Turquía, el 10 de agosto de 1920, la opinión pública se vuelca hacia Kemal que crea un gobierno de salvación pública y organiza la resistencia. Las opiniones británica y francesa claman contra esta nueva aventura militar apenas terminada la escabechina europea. Sus tropas son escasas y en ambos casos de procedencia casi exclusivamente colonial. Las francesas, con frecuencia musulmanas, llegan en algún caso a confraternizar con los turcos. Ni unos ni otros se enfrentan a los kemalistas y dejan cara a cara turcos y griegos.
Vimos cómo solo a última hora habían entrado los griegos en guerra, al lado de las potencias vencedoras. Casi por imposición de los franceses que instruyeron, armaron y vistieron con su propio uniforme, 9 divisiones cuya calidad combativa fue notable durante la campaña final de los Balcanes, en 1918. Fueron recompensados con territorios turcos que les permitian acariciar el sueño de la Megali Idea. Desembarcó en Esmirna un ejército ampliado (12 divisiones y 180 000 combatientes), disciplinado, y bien equipado por los aliados. Sólo que evidentemente limitado por la realidad demográfica y económica de la modesta Grecia. Pero peor estaban los turcos practicamente desprovistos ya de ejército regular. Los griegos quisieron forzar la situación, tomar Ankara, la nueva capital kemalista y tal vez culminar la “Megali Idea” con la ocupación de Constantinopla. En Agosto de 1921 llegan a las puertas de Ankara. El nuevo ejército kemalista resiste. Los combates son terribles, las bajas enormes y los dos adversarios a punto de colapso. Pero las líneas de abastecimiento helenas se estiran peligrosamente y deciden replegarse. Al año siguiente la contraofensiva kemalista termina con el desmoronamiento del ejército griego que capitula en octubre de 1922.
Mapa de la gran catástrofe
Entre 1916 y 1922 se produjeron las masacres para unos, el genocidio para otros, de los griegos pónticos que poblaban las orillas del Mar Negro. Probablemente a instigación de los mismos que habían planeado el genocidio armenio. Durante aquellos años fueron asesinados entre 350 000 y 500 000 griegos. Matanzas exasperadas al final por la despiadada guerra grecoturca. Durante su retirada hacia la costa egea, en 1922, fuese venganza, despecho o maldad, los griegos practicaron por su parte una política de tierra quemada, incendiando y saqueando los pueblos turcos, asesinando masivamente las poblaciones civiles. A finales de 1922 la “Megali Idea” había desembocado en la “Gran Catástrofe”. En pocos meses se produjo el mayor intercambio de poblaciones de la historia, decidido por ambos gobiernos sobre la base exclusiva de la religión. 1500 000 griegos ortodoxos abandonan Asia menor, tras 2500 años de presencia, para hallar refugio en Grecia. En el otro bando, cerca de 500 000 musulmanes todavía presentes en Macedonia y el Epiro son expulsados hacia Turquía. En 1928, los refugiados constituyen más del 20% de la población griega. Buena parte de la clase media turca moderna se capitalizó con los bienes y propiedades arrebatadas a las víctimas, asesinados o expulsados.
Mustafa Kemal cuidó de no pringarse en las prácticas genocidas pero aprovechó sus consecuencias para rematar la construcción de la nación étnicamente homogénea soñada por los turquistas. Hasta el punto de que una de sus reformas más audaces consistió en imponer manuales escolares con el relato de un falso origen autóctono de los pueblos turcos que hacía de ellos descendientes de los antiguos pobladores hititas de Anatolia. Los años siguientes, hasta su muerte de cirrosis en 1938, con 57 años, muestran el caso único de una importante nación radicalmente transmutada por la seca voluntad de un solo hombre. Mustafa Kemal empezó aboliendo el Sultanato. Abolió seguidamente la secular institución del Califato y proclamó la República. Cerró las escuelas coránicas y creó las bases de una enseñanza pública moderna. Cambió el alfabeto árabe por el alfabeto latino y procuró vaciar la lengua turca de palabras árabes y sustituirlas por equivalentes turcos. Prohibió el velo islámico. Estableció la igualdad entre hombre y mujer, prohibió la poligamia, creó escuelas mixtas y potenció el acceso de la mujer a los estudios superiores. Suprimió la Sharia e instituyó una rigurosa laicidad. Adoptó el sistema métrico, el calendario gregoriano, el código civil suizo, el código criminal francés, el código penal italiano y el código comercial alemán. La lista completa de sus reformas a las que habría que añadir sus iniciativas y proyectos tanto agrarios como industriales, llenaría páginas. Pero la mayoría de estas reformas fueron impuestas de forma autoritaria, cuando no dictatorial, cuando no bajo amenazas - en varias ocasiones cumplidas - de ahorcamiento. Hoy, la menor de sus reformas provocaría un baño de sangre en cualquier país musulmán. Hoy sus logros aparecen apenas concebibles. Mustafa Kemal fue una especie de múltiplo turco de Robespierre elevado al cuadrado.
M. Kemal Atatürk hacia 1932
Como todas las revoluciones pero mucho más que cualquiera de las habidas, la revolución kemalista se hizo contra la voluntad de la gran mayoría. Pensar que el preocupante fundamentalismo islámico de Recep Tayyip Erdogan está desandando el camino de un tipo de modernidad elegida por la Turquía kemalista sería un gran error. Erdogan es un reflejo de la Turquía real mucho más fiel de lo que nunca fuese Atatürk. No hay inconsciente nacional sin su buena dosis de realidades censuradas. Pero en el caso de Turquía nos enfrentamos con una olla a presión de las memorias y de las negaciones. Negación de la presencia y del papel milenario de griegos y armenios. Negación de las masacres y de los genocidios. Negación de los propios orígenes. Incapacidad de asumir el problema kurdo, incapacidad de asumir las creencias de la importante minoría aleví. Nostalgia del Imperio Otomano y al mismo tiempo contradictoria conciencia de la deuda contraída con el kemalismo por la modernidad turca. Tentación del regreso a la inercia islámica y voluntad bélica de competir con Occidente. Las cabezas turcas conforman colectivamente una bomba de relojería inmensamente peligrosa. El mito unitario que vertebra Turquía se paga con la fisión explosiva de las cabezas. Turquía ha acumulado en la construcción de su historia moderna y en dosis letales todos los invariantes trágicos que sustentan la historia de los nacionalismos y que tratamos de venir repertoriando.
Erdogan estuvo en Grecia la semana pasada. Primer viaje en 65 años de un mandatario turco. Visitó la minoría musulmana (130 000 personas) de Tracia occidental. No fueron expulsados a Turquía en 1923 a cambio del mismo privilegio para la minoría griega fanariota. Erdogan se quejó de las discriminaciones –reales– padecidas por esta minoría. Comparó su situación con la exquisitez del trato reservado hoy a los griegos de Istambul. Erdogan sabe bien que, todavía en 1955, delincuentes y marginales manipulados y concentrados por la derecha islámica saquearon el barrio griego, asesinaron a 19 personas, hirieron a muchas, violaron a decenas de mujeres y ...circuncidaron con navajas algunas de sus víctimas. Huyeron 128 000 griegos y solo quedaron 7000 hoy reducidos a 2000. Cuidar de estos residuos es lo menos que puede hacer Erdogan. Entre griegos y turcos el libro de historia lleva siglos abierto en la misma página.
Ordogan en Atenas el 7 de noviembre