Otro Don Pelayo es posible
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
A los del partido único les ha sentado a cuerno la petición real de “respeto a la pluralidad”.
La pluralidad del mundo se estudiaba en la escuela con Anaxágoras, el de las “homeomerías”, para quien todo estaba en todo, y el universo, en la pluralidad de lo diverso.
La pluralidad de España se enseñaban en clase de Formación del Espíritu Nacional, con cosas que el Ausente sacara de Ortega, que lo había sacado de Renan (y que luego el cursi de Giscard copiara para la fallida Constitución europea): España era varia y era plural, pero sus pueblos estaban unidos en una unidad de destino en lo universal, y justamente por varia y por plural tuvo desde sus orígenes vocación de Imperio.
¿España o Españas?
Las Españas fue una vuelta de los autores castellanos del Renacimiento a los clásicos, que tuvieron esa costumbre de decir. Querían hacerse los cultos, en ningún caso los separatistas. El marqués de Santillana usó siempre el plural latinizante "las Españas", pero escribió una dolorida “Lamentaçión de Spaña”:
–¡O patria mía! ¡España!
Aquí se pierde Pablemos, pero porque Pablemos sólo es un agitador, y un agitador republicano con nómina del Estado monárquico, que es lo más cutre que en la industria de la agitación se puede ser. El secreto del agitador, nos dice Kral Kraus, es fingirse tan tonto como lo son sus oyentes para que ellos crean que son tan inteligentes como él.
Ante un “anda ríos” de la partidocracia como Pablemos entendemos mejor el juicio de Salillas (“Antropología picaresca”) de que lo que a Cervantes le llamaba la atención de que hubiera tantos vendedores de cosas menudas (cestería, petaquería y paja política) es una cosa íntimamente relacionada no tan sólo con la poquedad industrial y comercial del país, sino con la naturaleza parasitaria de nuestra constitución.
Es verdad, sin embargo, que en la calle los tenderos que siempre dijeron “Buenos días”, en plural y generoso español, ahora dicen “Buen día”, en singular y rácano europeo.