Con Manuel Ruiz Manili, el Tigre de Cantillana, en la terraza del Donald
José Ramón Márquez
Mi particular Feria de Abril
consta este año de dos corridas de toros: Victorino y Miura, porque el rollo
sevillano de postureo sin toros no me provoca el más mínimo interés, y bien que
lo siento. Bajamos, pues, en peregrinación
a la Plaza
de Toros más bonita del mundo ante la llamada del toro -da lo mismo quien los
mate, a estas alturas- tanto como de la promesa de una ciudad vacía en la que
poder pasear sin gentes, que todo el mundo anda en el ferial.
Hoy, toros de Victorino. Uno no
ve toros por TV porque le desagrada sobremanera ese espectáculo tan alejado de
lo que es la contemplación de los toros en la Plaza. Seguimos, sin embargo,
la actualidad a la antigua, por las reseñas de aquellos de quien te fías y también
por las de los que no te fías, y llevamos comprobado que hasta el día de la
fecha el toro ha sido objeto inencontrable en las doradas arenas del coso del
Baratillo. Me refiero al toro de lidia listo, con poder, con casta o con inteligencia
o con bravura o con mala leche... Nada de eso ha salido por la ancha manga de
los chiqueros de la Plaza
de Toros de Sevilla (a la Plaza
hay que llamarla así y a los churros, calentitos, para que no te tachen de
advenedizo e ignorante.) Nada de reseñar en las diez corridas que llevaban hasta
hoy los sufridos y pacientes abonados sevillanos. Gracias a la moderna crítica
taurina se han entronizado conceptos descacharrantes como el de “estar agarrado
al piso” o “soltar la cara”, de inescrutable significado para quien no esté en
esa pomada pero que más o menos se entiende que vienen a usarse para no poner cosas
mejor comprensibles tales como el descaste, la falta de fuerzas, la emoción
inexistente o la ruina ganadera. Así han pasado, grosso-modo, 60 toros -toro
más, toro menos- dando la murga de manera inmisericorde tanto al paciente
público que los ha soportado como a los toreros que los han elegido por sus
indemostrables calidades, o acaso por su condición boba y lerda. Hoy, por
primera vez en lo que va de Feria 2016 ha salido el toro y el resultado ha sido
una estupenda tarde de toros con sus matices y con sus polémicas, justamente lo
que esto debería ser.
1. EL TORO
Cuando el bonito primero de la
tarde, Baratera, número 92, nombre para
soñar, comenzó a desplomarse tras el primer encuentro con el caballo que
montaba José Manuel Quintra, se nos revolvieron las tripas. La posibilidad de
que ese toro marcase el camino de la tarde se cernía como el más negro nubarrón
sobre la Plaza. Sonaron
algunos justos silbidos contra el tal Baratera que presentó, junto a su
blandura motriz, unas inequívocas señas del más preocupante descaste. Por
fortuna este toro fue, como si dijeramos, una transición entre los de los días
anteriores y lo que venía por detrás: un victorino juampedreado, diríamos.
La cosa se arregló a partir del
segundo, Pesadora, número 28, toro serio que marcó un positivo cambio de signo
en la tarde, desde su salida sacando astillas de los burladeros, el tercio de
varas donde cumplió y el tercio de muerte donde planteó a su matador los
problemas que deberían ser inherentes al toro de lidia. Luego llegó el cénit de
la corrida con el tercero, Galapagueña, número 89, dispuesto a echar una mano a
su matador sin exigirle mucho a cambio y el cuarto, Cobradiezmos, número 37,
toro enormemente colaborador que regaló sus embestidas de manera harto generosa
y que provocó el delirio en la mayoría del público. En otro registro totalmente
distinto a esos dos fueron el quinto, Paquecreas, número 67, toro exigente que
demandaba una gran firmeza frente a él y el sexto, Melonero, número 98, áspero
y complicado con el que por momentos llegamos a pensar que Ureña sería capaz de
hacer la hombrada de crujirle,
2. EL INDULTO
Creo de manera firme, como
aficionado algo vetusto, que el toro debe morir en la
Plaza. En ese sentido estoy manifiestamente
en contra del indulto. Si además el toro ha recibido una vara de aquella manera
y ha tardeado, escarbando, antes de recibir el picotazo de la segunda, la cosa
es aún más evidente. Nadie puede negar la bondad colaboracionista de
Cobradiezmos para el lío de la muleta, pero para quien tenga memoria bastaría
con comparar a este con Belador, no digo ya con los del 82, para ver el abismo.
La locura colectiva de una Plaza respetable pidiendo el pañuelazo naranjito
para este toro tan bueno e inocente en el último tercio es un espectáculo que,
en cierto modo, entristecía.
3. EL TORERO
El que ha toreado por momentos
con toda la verdad ha sido Ureña. A su primero, Galapagueña, le ha toreado con
una extraordinaria pureza: la naturalidad, el medio pecho, el trazo largo del
muletazo, la ligazón, lo que es el toreo que a uno le gusta. El toro demandaba
que se le pisase el terreno, y cuando Ureña optaba por las afueras el toro se
le paró, pero cuando asumía su posición -la del riesgo- y le echaba la muleta
al hocico el toro se entregaba sin dobleces. Momentos de toreo grande los de
Ureña en Sevilla en esta tarde, eclipsados sin embargo y acaso fatalmente, por la extremada vulgaridad
del trasteo de Manuel Escribano, en una faena al del indulto, concebida como un
homenaje al toreo contemporáneo más ayuno de compromiso y de verdad. Faena
harto pueblerina, con el torero inclinado o retorcido, ninguna naturalidad, en
la que aprovecha las condiciones bondadosas del victorino para construir un
trasteo de muchos pases ligados, muchos pases y casi ninguno bueno, que hechiza
a las gentes porque el toro se mueve y se mueve. En el tercero se vieron mucho más
que retazos del toreo del bueno, del de verdad; en el cuarto se vio una faena
moderna que habría podido firmar Julián de San Blas si se atreviese a
anunciarse con los de la A
y la corona. La constatación en la
Plaza de que ambas cosas gustaron por igual a la parroquia no
deja de crear perplejidad. El público paga su entrada y es soberano.
4. EL TRUCO
Quedará por siempre la duda de si
el show final de Escribano no tendría otro objeto que el de crear presión al
palco sumando adhesiones a la petición popular del indulto que había nacido en
la solanera para evitar tener que enfrentarse al trance de la antaño llamada
“suerte suprema” en la que todo se le podía ir al garete, viendo sus trazas
para matar.
5. VICTORINO
Cualquiera que recuerde cómo era
esta ganadería hace treinta años puede constatar fehacientemente el cambio que se
ha ido produciendo en ella, aunque bien es verdad que sería harto difícil
encontrar hoy día toreros que pudiesen hacerse de manera solvente con aquellas
“alimañas” que mataban Andrés Vázquez o Francisco Ruiz Miguel. El descaste del
primero en la tarde de hoy y la embestida tan bondadosa, tan desprovista de
intenciones del toro del indulto, no son
señales tranquilizadoras. Victorino debe su leyenda a la fiereza, a la casta, a
la inteligencia y, consecuentemente, al miedo que provocan sus toros. No debe
renunciar a esas fundamentales señas de su identidad como criador de toros.
Tengo más que serias dudas de que,
ganaderos tan escrupulosos, echen el Cobradiezmos a las vacas,
6. FINAL
Una gran tarde de toros es el
resumen de la de Victorino en Sevilla, sobre todo porque hubo toros. Con ellos
llegaron la emoción y la pasión a los tendidos y todo el mundo salió de la Plaza sin echar cuentas del
reloj, de lo larga que había sido la corrida: el espectáculo tedioso y trucado
de tantas tardes halló hoy el más perfecto contrapunto gracias a los toros de
Victorino Martín Andrés, ganadero de reses bravas de Galapagar, divisa azul y
encarnada.
Y la Plaza ni siquiera se llenó.
Ferianeo
Cascabeles
La columna del día
La peina roja
La peina amarilla
La selecta crítica
Sobre Uranga, Leandro, que parece Fandiño, y que entró en Sevilla
Las notas
Las botas
El serón
Melena distraída
El tercero, toreado por Ureña
Medio Guernica
Culos apretados
Cipreses dorados
Ureña, del rosa al amarillo
Petición
Concesión
Escribano a portagayola
La banda
Por dentro desde el estribo
Naturales al sesgo
Natural de compañía
Alcayateo al natural
Remates por la escudra
En plena movida de Panamá, el pueblo pide por la vida de Cobradiezmos
Cobradiezmos, indultado
¡Oh, justicia poética!
¡Que viva el recaudador!
Escribano y Victorino Jr.
Apoteosis del perdón
Zapatillas de Ureña a los Reyes Magos
Triana y final