Rivera
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El misterio español que fascinaba a los románticos "se jodió" vargasllosamente el día que Jesulín de Ubrique confesó que lo que más le gusta de las mujeres son los zapatos. Me acuerdo de él porque el pintor extremeño Víctor Sánchez tuitea un detalle de su obra, un zapato de mujer prestado para el posado, ¡ay, Jesulín!, por Inés de la Fressange, alegato francés contra el igualitarismo que grita Rosy de Palma.
Continúo bajo la impresión de los zapatos de Rivera presentando en un atril su pacto con el socialismo. Rivera es el doble de la doctora Temperance Brennan de la serie “Bones”, pero en el Congreso y con esos zapatos a quien recordaba era al cura-diputado Pildain, de la minoría vasca.
–Dos bueyes negros acostados bajo la sotana: sus dos zapatos –lo describió Fernández Flórez.
A Rivera le crecían los zapatos con las reformas como la nariz a Pinocho con las mentiras. Qué góndolas venecianas, qué cisnes negros uncidos a la carroza de Venus, qué leones de Cortes, qué pinchos para perritos calientes, qué capirotes nazarenos, qué esquíes jacetanos, qué mascarones vikingos, qué tumbas de ibis egipcio, qué pirámides pedestres, qué babuchas fieras, qué cuellos de Rita, qué viagras en cueros, qué pies para qué os quiero.
Y la derecha más frívola pidiendo a Mariano que se suba a esos zapatos.
–Comprenderás que, siendo el PP el más votado, se me haga difícil explicar a mis votantes que apoyo a quien no ha ganado para derogar todo lo que mi gobierno ha hecho y sustituirlo por el programa del PSOE.
No se puede expresar en menos líneas el mecanismo mental de una partidocracia que el cantinflismo del consenso llama democracia, invento de América, país (paisaje) que, al decir de quienes fueron testigos, expone a los ojos del espectador un escenario que contiene algo que genera y alienta las grandes ideas.
Nuestra grandeza se reduce a los zapatos chúpame la punta de Rivera, que a ver qué Monte Rushmore va a sacar de ellos ningún guarnicionero.