In Madrid, if you knou the city well, the night never ends. Ava Gardner
José Ramón Márquez
El día 13 de febrero de 1978 se convocó en el viejo Salón de Actos de la
Facultad de Ciencias de la Información una conferencia que dictaría el
semiólogo italiano Umberto Eco. Eco era entonces, junto a la Escuela de
Fránkfort, la gran referencia para aquellas hordas de Profesores No Numerarios
(PNN), jóvenes de apenas cuatro o cinco años más que los alumnos a los que
daban clase, que se habían ido acoplando en los vericuetos de la Facultad con
el firme propósito de hacerse fuertes y llegar a obtener fijeza en sus plazas y
en sus pagas, con los sueños puestos en las, entonces, inalcanzables cátedras.
De Eco se prescribía al alumnado el Tratado de Semiótica General,
editorial Lumen, en el que el autor definía la ciencia semiótica, despeñándose
con un desparpajo sólo al alcance de una mente italiana por los vericuetos del
significante, del signo, de la semántica, de los iconos y demás parafernalia
inherente a dicha ciencia. Yo he de decir, en orden a que se entienda mi propia
capacidad de comprensión, que fui incapaz de pasar de la segunda página de tan
denso tratado. El vericueto en el que el brillante piamontés te situaba desde
el principio de su obra desafió con contumacia las entendederas de un alumno
medio -muy medio- como éste, y es justo reconocer la terrible derrota sufrida ya
desde las primeras escaramuzas frente a tan capital volumen.
Cuando Eco llega a Madrid, viene precedido del éxito de su “Come si fa
una tesi di laurea”, editado el año antes y recibido por la comunidad No
Numeraria como tabla posible de salvación a sus cuitas, dado que por aquel
entonces ninguno de ellos, prácticamente,
tenía ni en mente la posibilidad de afrontar el doctorado. Luego lo de las
tesis se allanó sobremanera a raíz de la proliferación de los ordenadores
personales y especialmente con la aparición de la función copy/paste, pero
téngase en cuenta que en aquellos momentos las Tesis se seguían haciendo
mecanografiadas y cualquier ayuda externa, aunque fuese de tipo conceptual, como
en este particular caso, eran recibidas como auténticas bocanadas de oxígeno
universitario.
Pues bien, en “olor” de multitudes, con una propaganda bien armada en
las aulas y a base de fotocopias por los pasillos, con lleno hasta la bandera e
infinidad de jóvenes estudiantes sentados en el suelo, con la mayor afluencia
de público que jamás registró el antiguo salón de actos de la Facultad (el polo
opuesto a esto sería la presentación de la revista Contracampo con Perucha y
Llinás (qDg) y cinco espectadores), se presentó Eco como el rock-star de la
semiología. Saludó en español y en seguida se disculpó por no poder continuar
su alocución en nuestra lengua y se largó la conferencia en italiano ante la
embelesada mirada de su audiencia masiva, de entre los cuales apenas habría
media docena que tuviesen nivel adecuado como para seguir sus palabras con una
mínima solvencia. Eco habló de lo suyo, de la semiótica, de la relación del
terrorismo con los mass-media (midia decían los PNN), de las modas culturales,
de la estética, del arte, de los intelectuales... Y hubo muchos que se
enteraron de lo que se había hablado al día siguiente... por la prensa.
Un par de años después publicó “El nombre de la rosa”, novela profética
en la que anticipa a Bergoglio, y a partir de ahí ya su fama fue enorme.
Sit tibi terra levis,
magistre.