jueves, 4 de febrero de 2016

José Tomás, el renunciante y el no acontecimiento


Jean Palette-Cazajus

Aunque «el de Galapagar», como dicen los gacetilleros imaginativos, hubiese cortado suficientes orejas y rabos para montar un puesto de casquería, el ruidoso evento del pasado domingo, en la Monumental de México, seguiría siendo el mismo no acontecimiento.

¿Qué es un «no acontecimiento»? Digamos inmediatamente que nada tiene que ver con un acontecimiento negativo. Se trata de una cosa bastante más seria. De la misma manera que la conciencia solo existe para alguien cuando acontece algo, también acontece para alguien. De modo que si el no acontecimiento no nos puede decir nada en tanto que acontecimiento, en cambio nos lo dice todo sobre ese «alguien».

José Tomás es un «renunciante». Ésta es la palabra usada por el admirado Louis Dumont para designar aquellos andariegos místicos, aquellos ascetas de la India, también conocidos como «Sadhús», que corren los caminos de la tierra de Shiva. Su condición es la única que permite librarse del férreo corsé de la adscripción de casta que, en buena parte, sigue estructurando aquel país. A cambio, renuncian a cualquier responsabilidad e incidencia sociales.

José Tomás es el «renunciante» táurico. Como los sadhús de cara a la sociedad, ha renunciado a las reglas, compromisos y obligaciones que fundamentan la pertenencia al mundo de la Tauromaquia. No se trata de cuestionar la voluntad del torero de ser posterior a sí mismo, pero sí el camino elegido. Hablando en términos de astrofísica, nos enfrentamos a un fenómeno sociomediático sólo posible dentro del área gravitacional de la Tauromaquia, pero paralelo a ella y nunca coincidente. 

Los renunciantes suelen tener discípulos. El nuestro tiene muchos, suficientes para constituir un conglomerado numeroso y heteróclito. Mundillo frívolo, oportunista, novelero, a veces próximo al dinero opaco, como se vio estos días, con la patética lucha por hacerse, a cualquier precio, con los «boletos». A José Tomás lo encumbraron, en otra época de su vida, aquellos batallones, cada vez más diezmados y residuales, de las tropas de élite venteñas. Yo fui uno de ellos. De los que lo encumbraron, claro, no de las tropas de élite. El mundillo de sus actuales seguidores, aquí como allá, resulta profundamente ajeno a todo compromiso de seriedad taurina.

Poco me interesé por el charloteo en las redes sociales que alborotó, durante los días previos, muchas páginas de presuntos aficionados. Chácharas empantanadas en una retórica taurina senil y abotargada como picador de Botero, incapaces de parar un solo segundo la cansina hemorragia de tópicos e hipérboles.Todo el mundo ha podido leer, en infinidad de ocasiones, que el fenómeno José Tomás constituía la mejor arma frente a la saña antitaurina. Siempre he pensado que el «neotomasismo», bien lejos de ser un antídoto contra el flagelo que nos azota, aparecía, muy al contrario, como un grave síntoma de la propia enfermedad. El no acontecimiento del pasado domingo sólo puede reforzar mi opinión.

Los problemas de Charlie Hebdo empezaron con una portada en que aparecía Mahoma quejándose amargamente : «¡Qué duro es ser amado por gilipollas!».

Me temo muy mucho que la vía elegida por el Quinto Evangelista lo abocará algún día a parecida conclusión.