Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Vuelve el hambre al Bernabéu, pues el Madrid de Zidane tiene el hambre de Zidane: hambre de balón, hambre de gol, hambre de títulos.
–Alguien tiene que decir que hay mucha hambre en España –dice en la TV el comunista Garzón, el político español más valorado en las encuestas.
El hambre de balón es hambre de cuero, es decir, hambre de rastacueros, el rastacuerismo pipero, que es hambre de nuevo rico que canturrea el himno de la Décima después de cada gol.
En el Madrid de Zidane son muchos los que quieren el balón y muy pocos los que hacen algo para buscarlo, por lo cual llega el Athletic, ese chorro de piedras, y te monta una caseta de tiquitaca en el Bernabéu. Es un Madrid con algo de Lennox Lewis, el León, bello, en efecto, como un león, con pegada de león, pero con mandíbula de Bambi, o de cristal, en la jerga de Fernando Vadillo, en cuyas crónicas de boxeo aprendimos a leer periódicos. Y con esa mandíbula no se va a ninguna parte en la competición del K.O. que es la Champions. Se nos dirá que ni Capello ni Mourinho, dos fanáticos de las mandíbulas de acero, la ganaron con el Madrid, pero ésa sería otra historia.
De Capello recuerda Raúl la bronca por llevar las botas desatadas, anécdota que eleva a Capello al generalato de los entrenadores: también el duque de Wellington comenzaba la jornada pensando en los zapatos de sus soldados.
Defensivamente, contra el Athletic (el equipo de Miguel Cardenal, cuando no juega el Barcelona) todo el Madrid jugó con las botas desatadas, haciendo de Adúriz, el ex del Burgos, un epígono (¿cómo se defiende nadie de un epígono?) de Marco Van Basten.
–Adúriz tiene un martillo en la cabeza –dijo, de pronto, José Antonio Camacho.
Un martillo metido en manteca “colorá”, por lo que dura, si tenemos en cuenta que ese delantero centro tiene ya más años que una bandada de loros.
Pero el Madrid une, al hambre de balón, el hambre de gol, y si le cae un balón en distancia de tiro pueden marcar desde Cristiano, que va de Capitán Trueno, hasta Kroos, el alemán que nos salió gallego, pasando por Modric, que tiene la gracia (para caer bien) de Crispín, y cualquier día de estos, hasta por Kovacic, el morrosko de brega que nos dejó Benítez, el hombre que llegó a su despacho y estaba Zidane.
Lo que no sé yo es si el hambre de balón y el hambre de gol dan para saciar el hambre de títulos que empieza a notar el club cuando la competencia los amontona de tres en tres. Esa hambre está en la raíz del único canto improvisado en el Bernabéu: “¡La final no se juega aquí!”. Es un canto contra la bicha de Messi, contra la potra de Luis Enrique y contra el morro de Del Bosque, que predica “generosidad” al Madrid para que albergue a los culés deseosos de montar el número colonialista en el Bernabéu, estadio del que el marqués se llevó al Combinado Autonómico para evitar una pitada al marido de Shakira.
Menos mal que, bien mirado, el Real Madrid es como la Gran Guerra vista por Churchill:
–La Gran Guerra no obedecía a ningún señor, nadie estaba a la altura de sus inmensos y nuevos problemas, ninguna mano podía frenar sus huracanes y ninguna mirada podía penetrar en sus remolinos de polvo.
El zidanismo, de momento, sólo es otra nube que pasa.
RETORNO AL PASADO
Quería uno glosar el gesto de Morcillo, jugador del Almería que se vengó de una cronista afeándole la ortografía (pone las proposiciones con hache, como Pablemos), pero ha muerto Trifon Ivanov, el Robert Mitchum del fútbol, con sus ojeras de anochecido en Sevilla (jugó en el Betis) y amanecido en Bulgaria. Un Robert Mitchum entre el sheriff de “El Dorado” (después de todo, jugaba de central) y el fumador de “Retorno al pasado”, la película en que Tourneur redondeó (con Mitchum y Jane Greer en un plano húmedo de visillos al viento) la escena más tórrida del cine. “Pues no sé qué veis ahí”, nos decía Pilar Miró, que había rodado “La petición”, con Emilio Gutiérrez Caba y Ana Belén empiernados en un catre de pensión. Que la tierra le sea leve a Ivanov.