Ignacio Ruiz Quintano
Abc
No le faltaba razón a Spengler: al final, siempre ha sido un pelotón de soldados lo que ha salvado a la civilización.
A última hora, ha sido una cuadrilla la que ha salvado, no a la feria de San Isidro, que a ésa ya no la salva nadie, sino a la tauromaquia de toda la vida de Dios.
Hablamos de la cuadrilla de Javier Castaño (Tito Sandoval, Marcos Galán, David Adalid y Fernando Sánchez), la que a petición del público (público de corrida de Cuadri) dio la vuelta al ruedo jaleada con gritos de “¡Toreros!, ¡Toreros!”.
Lo nunca visto.
Emilio Muñoz, “Mozart del toreo”, que ahora explica los toros para la TV de pago, no dio ninguna en no se sabe cuántos años de figura en Madrid.
Javier Castaño y su cuadrilla son otro logro (el primero fue Ponce) del taurino más listo (en el buen sentido del término) que pisa los callejones, Juan Ruiz Palomares, alias El Patas.
Como todas las cosas basadas en el mérito y la excelencia, Javier Castaño y su cuadrilla están tan mal vistos en España como Mourinho y la suya, pues su sola presencia pone en solfa (“¡el rey va desnudo!”) la fórmula nacional de “marketing y glamour”, es decir, de la propaganda y el piruleo (de hacer pirulas).
–Desengáñate, los toros son marketing y glamour –decía Boix, el flautista.
Y no: los toros (o no son toros) son hombría y pasión.
Luego está el show de Morante, que va con su tractor y su camión de arena por las plazas (en Madrid, con la aristocracia del Consejo Taurino haciéndole reverencias con el John Deere, como si el John Deere fuera un caballo de Domecq) para roturar los ruedos (“¡al uno por ciento!”, el desnivel) destinados a sustentar las cumbres de sus medias verónicas, esas acrobacias escénicas consistentes en poner al mentón en conversación con el esternón ante un bóvido tricorne (dos astas y la lengua) y doméstico.
Lo de Javier Castaño y su cuadrilla es tan grande que en un tercio de banderillas ha retratado a España entera.