Jean Cocteau
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Es el jefe del comunismo matritense, ese costumbrismo subvencionado, y se llama Ángel, como el padre de Mensajeros de la Paz, y Pérez, como el secretario del rey que firmaba “Yo, la Muerte”.
–Si hay niños que no pueden comer, ése es un límite a la democracia, y yo digo solemnemente que cualquier cosa que se haga para conseguir que los niños coman es lícita, incluida la violencia.
Eso ha dicho Ángel Pérez antes de echar el ojo, no al restaurante, que parece lo lógico, sino al supermercado: “Si hay que asaltar supermercados habrá que organizarlo para asaltarlos bien asaltados, no de cualquier forma”.
Cielos. La dialéctica de los puños y las pistolas.
–Amo la violencia española, vuestro amor a la violencia, vuestro amor a la destrucción. Es más hermoso quemar un cuadro que venderlo –dijo Cocteau a Ruano.
El entusiasmo de Cocteau, devoto de Panamá Al Brown, es el que Alberto Salcedo Ramos, devoto de Kid Pambelé, recuerda de su pueblo en Barranquilla, donde la oferta de entretenimiento era escasísima: “Dos tipos que se fajaban a golpes en la calle nos procuraban un poco de diversión. Yo odiaba la figura del conciliador que separaba a los contendores, porque nos dañaba la única distracción que teníamos.”
Pérez postula una lucha de clases muy “We are the world, we are the children”, pero lucha de clases, como determina el encaste.
Se lo explicaba Carrillo a Oriana Fallaci en “L’Europeo”, en el 75:
–Escúcheme bien. Yo soy comunista, no socialdemócrata. No soy rosa. Soy un revolucionario. Y la revolución no me da miedo. He crecido soñándola, preparándola. Yo no condeno la violencia. He hecho la guerrilla durante nueve años. Apuntaba con cuidado: para matar. Y he matado.
Visto así, aún es más perezoso (de Pérez) asaltar el “Dia” cantando “We are the world, we are the children”…, cuya versión castiza sería: “¿De quién es esta cabeza, / este brazo, esta pierna? / Terror en el hipermercado / Horror en el ultramarinos…”