Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El señor Blesa, que yo ya no sé qué ha hecho (porque nadie lo ha explicado), fue entalegado por lo que parecía un parte meteorológico más que un auto de prisión y bajo fianza de dos millones y medio de euros que logró reunir en menos de un día, razón por la cual vuelven a entalegarlo, pero esta vez sin fianza.
–Es que es un banquero y, después de todo, ¿quién no tiene una hipoteca?
El espectáculo de un juez y un fiscal tirando de un banquero, aquél para entalegarlo y éste para liberarlo, limpia, fija y da esplendor a la “Marca España”, que nos devuelve a los felices días de la Ilustración.
El diseño del castigo en la Ilustración corría a cargo de los filósofos y los periodistas, que venían a ser lo mismo, como ahora.
Era el “Por un mundo sin crimen”, de la Fox, pero en batín de filósofo.
Los ilustrados proponían una atmósfera de penumbra para el preso, pues la ausencia de luz solar favorece el miedo y lleva a la reflexión.
–Si hubieran sido diligentes cuando eran libres, no tendrían que haber trabajado aquí como esclavos.
Y todos proponían tocar música los domingos como modo de purificar las almas “gangrenosas”.
¿Y el chabolo?
Para los condenados por deudas, decoración rústica. Para los libertinos, “arquitectura irregular”, representativa del estado indisciplinado. Y para el resto, “estilo inhumano”.
Sobre las puertas, bajorrelieves de lobos y zorros atados al yugo de un carro y emblemas de monos coronando inscripciones como “La malicia, la rapiña y el fraude son los caminos que llevan a la esclavitud”, sólo que con los monos, objetaban algunos, se corría el peligro de provocar “regocijo por su comicidad en vez de desaprobación por su malicia”.
Entre el modelo de cárcel-Disney de los ilustrados y el modelo de cárcel-Alcatraz de los documentales de National Geographic, tenemos la cárcel-coto de Soto del Real, desde donde Blesa proyecta sobre el tiempo la sombra de un oso que se convirtió en obelisco.