Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En el 92, y al hilo de la caída del Muro de Berlín, Pedro Schwartz publicó en el diario gubernamental su “J’accuse…!” liberalio, que tituló “¡De rodillas, infelices!”, dirigido a los fans ideológicos del Muro, que siempre fueron muchos en esta España de cesantes de hombres libres y pájaros cantores hoy liderada por un tipo que hace suyo el grito de Max Estrella en el calabozo de Serafín el Bonito: “¡Que me asesinan! ¡Que me asesinan!”
–Los ricos y los pobres, la barbarie ibérica es unánime.
Los “infelices” de Schwartz son hoy los “liberalios” de James Woods y su “He’s back, bitches!” para saludar el regreso de Trump: “Lo degradaron, saquearon su casa, lo enjuiciaron falsamente dos veces, emprendieron una guerra legal falsa contra él en cada agujero de mierda progresista e izquierdista de Estados Unidos, lo llamaron ‘Hitler’ y a sus seguidores ‘basura’ y, cuando todo lo demás falló, le dispararon en la cara. Y, sin embargo…”
–No he visto a los demócratas tan enojados desde que los republicanos liberaron a sus esclavos –resume Roger Stone.
A Trump lo han traído de vuelta los ciudadanos americanos (no los generales, que apoyaban a su rival, incluido el bombardero de Yugoslavia, el guapo Wesley Clark, cuya belleza, manipulada por unos estafadores, cautivó trágicamente a una vecina de Morata de Tajuña), pero los medios españoles opinan que la vuelta de Trump supone “malos días para la democracia y las libertades”, ellos sabrán de qué democracia y de qué libertades hablan. Medio siglo llevan hablando de la “democracia representativa” con los presupuestos de la partidocracia liberalia (Estado de Partidos), que es como hablar de fútbol con los presupuestos del balonmano. El 78 es donde la confusión shakespeariana hizo su obra maestra. Un simple que atiende por Viciosa y que ignora la ley de la causalidad (que define la inteligencia): “Votar a Trump es una burla a las víctimas de Valencia”. Un letraherido al que se le hace bola el concepto de separación de poderes: “Trump tendrá Casa Blanca, Cámara de Representantes, Senado y Tribunal Supremo. Por si estáis pensando en la separación de poderes”. Y un Aquinate conocido por Ferreras y que no se ha leído ni un renglón de “El Federalista” ni de ninguno de los cinco volúmenes de los debates recogidos por Elliot sobre la Constitución del 87 creadora de la “democracia representativa” de Hamilton: “¡Es que Trump se carga los consensos de los Founding Fathers!”. Ni aceptando a Tocqueville como “padre fundador”, como pretendía un tal Palomo, nos cuadra el disparate. El consenso, decía Trevijano, presupone un estado de barbarie cultural y una visión profundamente pesimista y arcaica de la sociedad. El consenso es la ley de la oligarquía (la ley de la democracia es la regla de la mayoría). Y frente al consenso de los partidos y lo medios, “el disentimiento queda recluido en la esfera de la locura o del crimen”. Lo nuestro.
[Viernes, 8 de Noviembre]