Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Con su cara de “extra” de Roger Corman, en la charca española del momento Conthe brilla como un cisne entre patos. ¿Qué hace un hombre como Conthe entre ágrafos como el presidente Rodríguez o su valido Sebastián? En el apretón de las citas, el presidente Rodríguez puede llegar a soltar algún ripio de Serrat, y el valido Sebastián, alguna frase incompleta de “¿Quién se ha comido mi queso?”, el librillo con que durante un tiempo te asaltaban en los “Vips”, al descuido, los tipos como Sebastián:
–¿Lo ha leído? ¡Es genial!
Los libros de Conthe, un loco suelto de la extinta cultura libresca, no se venden en los “Vips”: Aristófanes, Lope, Gresham, Carroll, Twain, Jardiel, Russell, Concha Piquer... y por supuesto, Camba, aquel que dijo que la genialidad no es nada más que la idiotez metodizada, “una limitación de la inteligencia”, razón por la cual un genio es un hombre del que la gente acaba siempre por decir:
–¿Y éste es el genio?
Un genio no es un caso de locura, insistía Camba. Es un caso de estupidez.
–Yo ya he hablado del especialista en enfermedades de la mano derecha, que no tiene la menor opinión sobre las enfermedades de la mano izquierda. Este especialista puede ser un genio, mientras que el hombre inteligente, el que tiene la facultad de asociar y relacionar ideas, ése no es un genio jamás.
Un genio, para entendernos, es Sebastián, que construye frases inconexas como ésa que se le atribuye de “vosotros tenéis el dinero, pero nosotros tenemos el BOE”. Conthe, en cambio, sería el hombre inteligente que sabe asociar y relacionar ideas. Por eso Conthe, hoy, escribe artículos como ningún articulista sabe hacerlo. Ahora que sabemos lo que en la Bolsa vale un peine (o una cena de Arenillas, ese Heliogábalo), su “Parábola de la buena moneda” en ABC resuena como las tesis de Lutero en la puerta del castillo de Wittemberg: la moneda mala acaba siempre por desplazar a la buena. Embebido en la solera de la metáfora monetaria, Conthe se valía en ese artículo de “Las ranas” de Aristófanes para tirar un canto al agua del estanque. O de la charca.
–Nuestra ciudad hace lo mismo con los hombres y con el dinero. Tiene hombres honrados y de valía. Tiene también monedas de oro y plata pura. ¡Pero no las usamos! Circulan las de cobre y baja ley. Lo mismo pasa con los hombres de vida intachable y buena fama, que son arrumbados por los de latón.