sábado, 2 de noviembre de 2024

Chirino



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


El genio de Martín Chirino ha dado con un nuevo signo de la cruz en la catedral de Burgos, en cuyo claustro la audacia de unos hombrecillos con dientes de sierra e ideas de bombero –lo cortés no quita lo valiente– ha taladrado la piedra con berbiquí de taco y alcayata para colgar en las paredes, ¡por los clavos de Cristo!, ruedas... de molino.


Símbolo resplandeciente de la victoria sobre la muerte y las fuerzas tenebrosas, la cruz es el arte del Año Mil, cuando los primeros crucificados del Occidente obran el cambio de la sensibilidad religiosa. El “via crucis” es la gran oración que la piedad popular crea en la Edad Media: una escuela de sufrimientos y de consuelo, tiene dicho el único sabio que nos queda, el Papa alemán, frente al programa actual del mundo, que consiste en desterrar el sufrimiento a todo trance, aunque el mundo, así, se vuelva duro y frío:


Quien desee eliminar el dolor, también deberá eliminar el amor, que no puede existir sin dolor, pues exige autorrenuncia.


Giordano Bruno creía –creencia que consumó su perdición– que, con la cruz, los cristianos se habían apoderado de un antiguo y poderoso talismán de los egipcios. Bruno, y esto lo explica Octavio Paz en un intrigante capítulo de su “Sor Juana”, lo había leído en Marsilio Ficino, para quien la “crux ansata” era un poderoso talismán astral que los egipcios adoraron por ser una futura profecía del futuro descenso de Cristo, “aunque no lo sabían”, aclara Ficino, un cínico, al fin y al cabo, sin ganas de “ruidos con la Inquisición”. Bruno, en cambio, durante el interrogatorio no acertó a contextualizar lo leído, y admitió que “el signo de la cruz era más antiguo que el cristianismo y que en el tiempo que floreció la religión de los egipcios, en tiempos de Moisés, ese signo estaba inscrito sobre el pecho de Serapis, y que por eso los planetas y sus influencias tenían mayor eficacia... como cuando los rayos solares caen sobre los puntos cardinales en ángulo recto y forman una cruz...”


De la cruz de El Paso a la cruz de Burgos: una cruz, ésta, que sale de un árbol que es el árbol del eterno laberinto de Chirino, toda su vida, ahora lenta y exquisita como un pase natural, a vueltas con la espiral, que pasa por una vuelta a lo religioso.


Nunca hay que renunciar a la espiritualidad.


En 1890, en una carta firmada por Silverio Lanza, que inserta en su novela “Ni en la vida ni en la muerte”, se escribe: “Prefiero sentir a pensar, y las ceremonias del culto católico me hacen sentir de manera exquisita.”