domingo, 17 de marzo de 2024

Seis años sin Antonio García-Trevijano




Martín-Miguel Ruibio Esteban

Doctor en Filología Clásica


Con gran acierto y sensibilidad por parte de los socios del Movimiento de Ciudadanos por la República Constitucional, se ha celebrado su Congreso anual en el sexto aniversario de la muerte de su fundador y en la ciudad de Órjiva –con /j/ por favor, en que pasó una muy feliz infancia mi muy admirado y querido amigo Antonio García-Trevijano. Órjiva es un nido de águilas entre Sierra Nevada y Las Alpujarras por donde corre olímpico el río Guadalfeo, y es que a mí me suena a Alfeo, que se ajusta muy bien al deportista vitalicio que fue García-Trevijano. Este pindárico Guadalfeo es enriquecido con las aguas de los afluentes Dúrcal, Trevélez –las lágrimas de la señorita creada por Arniches, Lanjarón –arriscado como el monte y El Chico. La parroquia de Órjiva fue una antigua mezquita reedificada en el siglo XVI, y cercano hay un castillo que perteneció a los condes de Sástago, y que fue protagonista en la sublevación de los moriscos. Al lado de un puente que une los dos lados de la calle central está la casa en que viviese el pequeño Tono; casa abandonada con muchas ventanas defendidas por verdes contraventanas que recuerdan ventanales cantábricos. Se dice que el castillo que es hoy sede del Ayuntamiento fue en su día de los García-Trevijano. Antonio García Moreno y José García Moreno, ascendientes de Antonio fueron grandes benefactores tanto de Órjiva como de su comarca. En su día el rey Alfonso XIII pasaría un día en su casa familiar, llena de obras de Mariano Benlliure. Es así que el Congreso se convirtió también en un homenaje a la figura de “Don Antonio”, que es como se le llama cariñosamente en el MCRC. Carlos Santos, miembro muy activo del Movimiento, cariñoso y generoso siempre, alto y barbado con gran boina negra, entre general Cabrera y capitán de barco, tuvo la idea de que en un acto anterior a la Asamblea anual yo presentase mi libro, Recuerdos de Trevijano, editado por el propio MCRC. En ese mismo acto hablaron sobre Antonio, vía on-line, el gran Dalmacio Negro, un gigante del pensamiento político, y el gran jurista Pedro Manuel González, ambos amigos íntimos de “Don Antonio”. Siempre educado, elegante y prudente, hombre que sabe escuchar, Juan José Charro Panero, presidente del Movimiento, representa la estética y la ética trevijanista de modo formidable. Vicente Carreño y su mujer Teresa señalan con su presencia activísima la nobleza y bondad de esta asociación magnífica. El bilbaíno Imanol Azcue Salegui, grande y tierno como un aizkolari, pendiente siempre de todo, grababa con la cámara el acto. Eñaut Uruburu Martínez, casi de pureza adolescente, sabio químico en Alemania, vaticina el largo y prometedor futuro del hijo colectivo y espiritual de Trevijano, que es el MCRC. En el MCRC los bomberos son pintores hiperrealistas y los sexagenarios cruzan el Atlántico en un pequeño velero, como es el caso del portentoso Baldomero. Yo hablé de mi libro, una fragmentada biografía de Trevijano, que no pasa de ser la crónica de mis sucesivos encuentros con el maestro, desde 1992 hasta las comidas que tuvimos en el Simposio de Santo Domingo de la Calzada los días 21, 22 y 23 de julio, siete meses antes de su muerte, bajo el lema “El consenso político degenera el idioma”. Tuve el honor de descubrir que Antonio era un pensador clásico en cuanto que los grandes principios en los que hacía descansar la Democracia venían del mundo clásico. La axíosis que creó la Democracia, como superación del axíoma soloniano, que corresponde con la “dignitas” de la República Romana, en donde ya no es lo que conviene a uno de acuerdo a la clase de poder económico que ocupa en la ciudad (cuatro clases en Grecia y cinco en Roma), sino el prestigio personal que dan las propias acciones encaminadas al bien común y a la libertad colectiva, en donde es lícito a uno lo que el trasnochado republicano Tácito afirmaba: “Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis et quae sentias dicere licet”(Historiae, I, 1). El reconocimiento de que en Democracia nadie tangible es soberano o kýrios, sino sólo las leyes y la pólis o nación como abstracción política, Atenas o España. La falsa virtud democrática de la tolerancia, que como ya dijera Hume es virtud en una monarquía civilizada, pero no en una Democracia, en donde el respeto y la consideración (Montesquieu) entre iguales deben sustituirla. El “consensus”, de “consentiré”, como transigir con aquello a lo que uno siempre se ha opuesto hasta que es corrompido con los cargos públicos, el dinero o la alfombra roja que huella el poder. Las sociedades que enaltecen el consenso y la tolerancia, reconocen que han rechazado los criterios democráticos de la decisión por mayoría y del respeto entre iguales. La dignidad no tolera ser tolerada, ni se somete a un consenso de concordia para el reparto del Estado. La potestas y auctoritas, que corresponde con la metafísica exousía griega, que es la autoridad que sale de uno, como la que se expresa en los evangelios sobre Jesús, y no la auctoritas que dan las porras de los gorilas de Marlaska. La paráklisis o desviación del átomo en la física de Epicuro que supone la autoconciencia de la materia creadora del mundo y que en el mundo político corresponde con la parékbasis moral; desviarse de la determinación entraña la libertad, y esa libertad es la primera forma de autoconciencia. El azar nos asegura una Historia en libertad. La libertad política colectiva nace de la misma materia de la que está hecho el hombre. El mito destructivo de la autochthonía, que supone que la epicrátesis o superioridad que tiene una etnia por suponer que como las plantas ha nacido del mismo suelo en que vive. El nacionalista, remedando a Aristófanes, es aquél que no le huelen mal los horribles pedos que se tira. Además, nos recordaba el maestro que el propio Marx excluyó del derecho de autodeterminación a todos aquellos pueblos que habían logrado su unidad nacional antes de la Revolución Francesa, citando expresamente a España, Portugal, Francia y Reino Unido. Las horribles depredaciones de la partidocracia rampante ya fueron presentidas por la Democracia Ateniense cuando ésta prohibió las hetaireíai por haber usurpado en dos ocasiones el poder genuino de los “idiôtai”. Los españoles salimos del Estado de un partido para entrar en el de varios; id est, para salir sin vergüenza de la dictadura y entrar sin honor a la oligarquía. Trevijano también, como la voz inmarcesible de la democracia auténtica, manifestó la necesidad de introducir la dokimasía clásica en nuestros usos políticos: “Tanto el jefe de la oposición, como los portavoces de partido, presidentes o vocales de mesa, miembros de comités de investigación o de legislación, afectan directamente al prestigio y al buen funcionamiento de la Cámara y del sistema de Gobierno. Todos esos cargos parlamentarios deben recaer en personas honorables, preparadas y sin tacha de indignidad. En caso contrario, el Parlamento tiene derecho a impedir que ocupen esos puestos, vetando sus nombramientos o acordando su destitución”. Como se puede ver, este derecho que Trevijano otorgaba al Parlamento está en la línea de la tradición clásica de la democracia. Pero Antonio no sólo desveló las horribles mentiras sobre el que se asienta el sistema político español vigente, sino que también explicó cómo llegar a través de una libertad constituyente a una democracia formal, con representación de los electores e independencia judicial. Por eso merece la pena tener como faro de la Democracia a aquél que hoy ya vive entre los campeones de la libertad en el ágora inmortal de esa misma Democracia.