Julio Caro Baroja
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El aquelarre del riau-riau etarra en el antiguo Matadero de Durango es una cosa para que la hubiera contado don Julio Caro Baroja.
En Madrid también tenemos un Matadero consagrado a la industria cultural. “Es difícil ir contra el pueblo”, contestaba Gallardón, si la Reina le hablaba de rebautizar el lugar.
En la Sala Azcona del Matadero, precisamente, mi amigo Ricardo Sánchez Montero estrena este mes el documental “Gil Parrondo, desde mi ventana”.
A lo mejor es en estos mataderos culturales donde se ha inspirado el mismo Gallardón para su reforma de los “mataderos con encanto” que hay detrás de la cultura del aborto.
Porque abortar es matar.
Luego se discutirá si matar es de fachas o de rojos, o si matamos células o matamos podencos.
Pero el único problema filosófico importante ya no es el suicidio, como creía Camus, sino el aborto, que es donde Gustavo Bueno ve más corrupción que en cualquier otro asunto.
Recuerdo un “post” de Santiago González sobre un congresista ecuatoriano que sostenía que la muerte del Che constituía “un asesinato de lesa humanidad al ser ejecutado vivo”. Era la presentación que González necesitaba para dar paso al personaje definitivo, Txomin Ziluaga, batasuno reconvertido en profesor de la UPV, que, como anticipando la venida del socialismo Talegón, dijo:
–En Herri Batasuna somos partidarios del aborto porque cada año lo hacen en Euskadi 3.000 mujeres en condiciones de salubridad tales que peligra, no solo la vida de la madre, sino también la de la criatura.
¡La criatura!
“Si amores me han de matar / ¡agora tienen lugar...!”, cantaba, “como un loquillo de atar”, Juan de la Cruz en la Nochebuena del convento.
–María quería abortar –ha grafiteado un talegonero en la fachada de una iglesia de Sevilla.
Bendito Kark Kraus, que en lo kitsch del falso lirismo y la jerga seudocientífica supo ver (vísperas del 14) que en el corazón de la gran cultura los hombres harían guantes de piel humana.