Bizancio
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Que no somos Uganda, le recuerda a su ministro Don De Guindos el señor Rajoy, cuya generación fue marcada en la adolescencia por el libro misionero de los 22 mártires de Uganda, que celebramos en junio.
Lo malo de recordar es el peligro de perderse.
Para remontarse en los recuerdos, el poeta Juan Luis Martínez recomendaba aplicar una escalera contra la pared, y no empezar a subir sin haberse provisto de una cuerda, uno de cuyos extremos será sólidamente fijado al piso, y el otro, enrollado alrededor del puño izquierdo.
–Por no haber tomado esta precaución, muchas personas nunca han vuelto.
Nuestro pequeño mundo progre se niega a recordar las causas de esta ruina, aquellos días en que España, bajo la promesa del pleno empleo, sólo competía con Zimbawe en la producción de parados, mientras Zetapé iba por el mundo presumiendo del sistema financiero más sólido del mundo y sus Hipatias se bebían, como las mulas agua, el jugo de los floreros.
–No se pierda el debate del rescate en la noria de Jordi González –me dice mi floristo, atando unas margaritas para un luto.
Rescate o no rescate. Ésa es la cuestión en España, podrida de silogismos y herejías.
El único precedente de esta controversia ideológica entre “rescate” o “no rescate” fue Bizancio, con la controversia teológica sobre la Trinidad, deliciosamente relatada por Gibbon, entre “homoousios”, como querían los de la “consustancialidad”, y “homoiousios”, como pretendían los de la “semejanza en sustancia”.
Una simple “i” costó palos a manta, pero el nivel literario estuvo siempre por encima del nuestro.
–¡Vaya momento!