jueves, 7 de junio de 2012

Tío Pepe



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    El gallardonismo fue una cosa municipal tan cursi que hasta redactó una ordenanza contra la contaminación lumínica (?) para la capital peor iluminada de Europa.

    Con la ordenanza en la mano, de la Puerta del Sol, especie de Piccadilly Circus o Times Square diseñada desde el caballo masón de Carlos III, retiraron todos los anuncios, menos el de Tío Pepe, por el placer del indulto que siente todo español con mando. Luego los de Apple compraron el edificio de Tío Pepe, y donde estaba la botella pondrán una manzana, y ahora, en vez de estar leyendo (tampoco sabría decirles por qué) a Philip Roth, el Iríbar de las letras, estamos buscando un tejado donde poner el anuncio de Tío Pepe.

    Yo lo pondría en el tejado de Gobernación.

    Si, bajo los efectos del marketing, la manzana de Apple es transgresión edénica, ecología, tentación, la botella de Tío Pepe sería flamenquismo, de afición a los toros, al vino y al cante, una suerte de Steve Jobs Vs. Pepín Cabrales, que le daría al lugar un encanto tan kitsch como el de la plaza Mayor de Morata, modelo del urbanismo gallardoní, con sus sedes de falangistas y comunistas frente por frente.
    
Tío Pepe sobre el reloj de Gobernación, y en Nochevieja, con las campanadas, que Ramón García tape con su capa la botella, para no hacer publicidad, y se acabó.

    Con Tío Pepe en el tejado, se haría justicia poética a la República, proclamada en ese edificio por Azaña del bracete de Miguelito Maura y un guardia que al verlos llegar como tarareando “Asturias, patria querida” preguntó: “¿Dónde van ustedes?”
    
Venimos a proclamar la República.

    Y los dejó pasar.